TCF: Una vide de perro en 'Mi estúpido perro'
La vida de un perro así como la de un humano puede tener altibajos. Si bien la metáfora hace alusión a una existencia desdichada, es verdad que no hay una certeza de que todas las vidas de todos los perros sean así. Dependerá en gran medida del humano que éste acompañe.
No tiene que ser necesariamente un humano acaudalado, ni mucho menos uno feliz. El ejemplo más claro de esta condición es el que aparece en la nueva película de Yvan Attal.
Henri (interpretado también por el director de la cinta) un hombre atascado en la incapacidad creativa y aplastado por el peso de su familia, se pasea en los inmensos espacios de sus recuerdos, en busca de alguna pista del porqué de su actual condición.
Ahí no encuentra ninguna respuesta, pero al salir de su cabeza y mirar al frente, termina por encontrarse un insospechado aliado.
Un perro de casi dos metros con intereses particulares en otros perros y personas, se convierte en todo un dolor de cabeza para después ser el mejor de los apoyos.
El séptimo largometraje del director francés, postula la vida de un escritor perseguido por las malas desiciones y lamentando su propia existencia cada momento que se mira en el espejo en los albores de su mediana edad, sabiendo que no hizo nada en su vida más que un Best Seller y una familia que le drena hasta las ideas.
Un retrato de cómo la familia suele ser el lugar donde se llevan las batallas más arduas y también donde el amor se puede llegar a manifestar en muchas de sus diversas formas.
Con un guión por demás inteligente y digno de un escritor al mejor estilo de la pesarosa condición de los personajes de Murakami, Mi estúpido perro nos pone frente a la pérdida como condición humana y sobre todo cómo esta pérdida supone algo casi obligatorio en orden de liberarse de las ataduras de una vida que nos tortura de maneras secretas.
Pero sobre todo, es un retrato de cómo un perro al final sí es el mejor amigo del hombre.