Hola a todas y todos:
No he escrito en, ¿un mes? ¿dos? Caí en la trampa mortal mejor conocida como Decir Que Sí A Proyectos Para Los Que Claramente No Tengo Tiempo. En este lapso, además de mis responsabilidades diarias en la IBERO, escribí una defensa de las humanidades frente a la tiranía de los algoritmos, reseñé la novela de mi amigo Nicolás, viajé a Tabasco y Tamaulipas para reportear historias de Delirios Crónicos y pasé más horas de las que cualquier ser humano debería leyendo sobre el desafuero de López Obrador en 2005.
La lección de vida aquí es que saber decir que no es un súper poder. Con el riesgo de sonar a libro de Paulo Coelho, decir que no es una manera de decirle que sí al puñado de cosas que realmente valen la pena.
Esta semana he pensado mucho en cómo bautizamos programas, secciones, proyectos… Es un ejercicio plenamente ingrato. Puro sudor sin realmente llegar a buen puerto. ¿Qué es lo que hace que un nombre sea bueno o malo? ¿Por qué Malamuerte es un buen nombre de programa y Mal aliento sería malísimo? (Visiten, por cierto, el venue de mala muerte que abre sus puertas y se escucha cada miércoles a las 8 de la noche, gracias al trabajo de Pontas).
Creo que lo que separa un buen nombre de uno malo es su contexto. La mejor manera de encontrar nombres es buscarlos en libros, letras de canciones, poemas, ensayos… Pasen 5 minutos con esta lista de películas, discos, canciones y libros cuyos títulos están inspirados en Shakespeare. Encontrarán cientos de ejemplos: Infinite Jest, Brave New World, Band of Brothers, We Lucky Few, The Fault In Our Stars… Ninguna de estas obras vive o muere colgándose una medalla shakesperiana, pero por alguna razón una frase que salta de la página en Hamlet puede volverse terrible si da nombre al más reciente sencillo de una banda suburbana de ska. Context is king.
Así que preocúpense por los nombres de sus programas y proyectos, pero recuerden que son como miniaturas que sólo florecen cuando están plantadas en el lugar y momento correctos.
En fin. Todo eso de los nombres para contarles que la parrilla cambiará en otoño. Habrá programas nuevos (espero que con nombres bien contextualizados) y diremos adiós a algunos de los que producimos actualmente. Vale la pena recordar que las personas y los programas cambiamos, pero la estación se mantiene porque sabemos que estamos a su servicio y no al revés. Existe como es porque tenemos una serie de valores compartidos, tanto en gustos y referencias como en maneras de relacionarnos con la realidad.
Durante este largo periodo de ausencia también viajé a Guadalajara. Nuestros colegas del ITESO me invitaron a formar parte del Consejo Consultivo de Radio ITESO 95.1 (estación hermana que comenzará a transmitir durante el semestre de otoño). Fue una reunión emotiva, llena de personas inquietas por echar a andar lo que a veces damos por sentado en Santa Fe: una estación de radio para jóvenes, inteligente, curiosa, ecléctica y comprometida con incidir en la realidad.
Como miembro del Consejo Consultivo (suena mucho más importante de lo que es), me pidieron que respondiera algunas preguntas sobre cómo fomentar la participación de estudiantes, cómo definir la programación, los posibles riesgos de una radio como las nuestras, cómo crear una identidad y otras cuestiones existenciales para quienes inician un recorrido que en Ibero 90.9 llevamos andando 22 años. La mayoría de mis respuestas caben en un párrafo:
El riesgo más importante es la irrelevancia. La manera más sencilla de fomentar la participación de personas jóvenes es confiar en personas jóvenes (uno de mis mayores orgullos es la cantidad de estudiantes al aire en 90.9). La mejor forma de promover rigor y responsabilidad es ser estricto con los estándares (no decimos mentiras al aire, preparamos los programas, nos rebelamos contra la simpleza de pensamiento), corregir rápido (si alguien se equivoca o hace un trabajo que no está a la altura) y ser muy generosos con las segundas y terceras oportunidades, dentro y fuera del aire.
Antes de regresar al scroll infinito, permítanme un momento de reflexión. Luchar contra la simpleza de pensamiento (no decir lo mismo que todos los demás solo porque todos los demás lo están diciendo) no sirve de nada si tratamos mal a las personas que están a nuestro alrededor. Desarmar clichés y pensamientos hechos es sólo la mitad del juego. La otra mitad es asegurarnos que las personas que están cerca también se puedan sentar frente a la consola, abrir el micrófono y poner una canción. No importa si no entendemos por qué hablan como hablan, se visten como se visten o habitan el mundo como lo habitan.
La convivencia entre seres humanos depende de la misma certeza: todos somos borradores de nosotros mismos. Con errores, secciones por escribir, ideas por ensayar y datos por revisar. Tenemos párrafos sin sentido y oraciones que podemos mejorar. Así que, por favor denle tiempo, paciencia y generosidad a todas las personas con las que conviven en la estación, en internet, incluso a sus audiencias y a sí mismos.
Den tiempo para que las ideas maduren, pasen el micrófono, levanten a alguien que se cayó. Sigamos construyendo un pequeño museo (¿o santuario?) de paciencia y curiosidad. Es la mejor manera de garantizar que nuestras ideas tengan dientes, los chistes den más risa, y la programación siga resistiendo a las obviedades del presente.
Sean generosos hoy, porque mañana serán ustedes quienes busquen generosidad.
Gracias por su tiempo de lectura,
Ricardo