M Jazz: el festival familiar que hacía falta en la agenda de la ciudad
Por: Raquel Miserachi Kalach
En la historia de festivales enfocados al jazz en la Ciudad de México, no había llegado uno como el M Jazz.
En muchas de las grandes ciudades, sobre todo en las que tienen días muy cortos durante el invierno y hace mucho frío como para estar afuera, la gente aprovecha el calor del verano para salir durante los días soleados, en los que el atardecer cae hasta las 8 o 9 de la noche. Para contribuir a la salud mental de la gente que vive dominada por los climas hostiles, existen los festivales gratuitos en los parques centrales, donde las familias pueden sentarse en sillas y manteles de picnic que llevan desde su casa para disfrutar de estar afuera, tomando vino y cerveza, y escuchando algo de música adecuada para compartir con los niños, con los abuelos, y con los pocos miembros de la familia quienes buscan estar al día en cuanto al panorama musical que ofrecen sus programas culturales públicos. Este escenario es la referencia que encuentro más certera para poner al M Jazz en el mapa de festivales musicales dentro de la oferta cultural y de entretenimiento en esta ciudad.
El Parque Bicentenario es un acierto definitivo para la materialización de esta experiencia, un lugar céntrico y de muy fácil acceso para una ciudad tan grande como la nuestra, con unos cactusarios generosísimos con el visitante, unos invernaderos de cristal con estructuras de acero verde botella que adornan el espacio y con una convivencia muy natural con la gente que va de paseo o a patinar al parque en un fin de semana normal. Pienso en el Festival Internacional de Jazz de Montreal, que cada verano inunda las calles de música para todos, cuyos eventos más populares suceden en una explanada que lleva al museo de arte contemporáneo de la ciudad, cerca del campus central de la prestigiosa Universidad de McGill. Pienso también, en los festivales gratuitos de Central Park, en Nueva York, donde la oferta musical transita en distintos espectros para atraer todo tipo de comunidades que viven la ciudad. Desde ritmos latinos que representan a sus comunidades de sangre picante, hasta música clásica, para no decepcionar al típico neoyorquino caucásico de ceja alzada, pasando por el afrobeat y la música electrónica. En ambos casos, el ambiente resulta en una fiesta de pueblo canadiense o gringa, muy lejanas a una fiesta de pueblo mexicana, pero muy cercanas al esquema de ambiente que propone el M Jazz: una tarde familiar de jazzecito en el parque.
Este año se celebró la segunda edición de este festival, que hace resonancia con la programación de un par de bares clásicos y nuevos clásicos que representan la oferta del jazz en esta ciudad. Actos como T’ours, Karina Colis y Sofía Rei, bien podrían presentarse Parker & Lenox, en la calle de General Prim en la colonia Juárez, la sucursal que de alguna manera se convierte en el M Jazz una vez al año, pero también es un festival que podría estar en sintonía con lo que se presenta en el ya histórico Cinco Jazz Club en la calle de Motolinía en el Centro Histórico, o incluso con la concurrida Casa Franca en Álvaro Obregón, en la colonia Roma.
En cuanto a la oferta musical, esta propuesta es distinta a otros festivales que han marcado la historia del Jazz en la ciudad. Un antecedente importante es Radar, un precursor del papel que juega MUTEK en el panorama actual en cuanto a propuestas experimentales, que se llevaba a cabo como un apéndice de propuestas experimentales en el marco del Festival de la Ciudad de México y traían proyectos de vanguardia como los dúos de Alva Noto y Ryuichi Sakamoto, el punk hardcore hiper acelerado de Melt Banana y el blues del trompetista vietnamita norteamericano Cuong Vu y su trío. Otro antecedente importante es Aural, una evolución de Radar, que continuaba con el legado de traer leyendas en su género que empujan los límites de su lenguaje hasta los extremos más delicados posibles, a lugares hermosos de la ciudad. Recuerdo haber visto a Bill Orkut hacer el blues más delicioso con la guitarra sobre las piernas y un slide en la capilla del Ex Teresa Arte actual. El M Jazz no pretende ser ninguna de estas cosas, sino se coloca como el primo fresco de sus antecesores como el primero que vino con una intención más comercial para atraer a un mercado más amplio.
Entonces, con todas las consideraciones de lo que sí es y lo que no es, el M Jazz presenta una radiografía de lo que puede ser el jazz, no desde sus límites, ni desde sus bordes, sino desde el centro chicloso más popular, siempre con un final que sí empuja más hacia los límites, siempre con capacidades de público amplio. En su primera edición, sorprendieron a los fanáticos de Sons Of Kemet, que recién habían anunciado sus separación, con la aparición de Comet Is Coming, el nuevo proyecto Shabaka Hutchings, líder de ambos grupos jazzeros con referencias a la música africana. Este año, la sorpresa equivalente fue Louis Cole, baterista y compositor que ha estado girando con su big band enfundada en unitardos de calaca como el de Phoebe Bridgers en su etapa del Punisher de 2020. Este gesto, en cada una de sus ediciones, le da el acento final que suma al carácter propositivo al festival, que durante el día está más apegado a la música del mundo y al jazz de cafetería de cadena o de bar jazzero de la cuadra.
Entre petates, hamacas, niños comiendo equites, y señores de cabezas blancas que ya empezaban a dejar sus vasos de vino y cambiarlos por el café, pues el sol empezaba a bajar, subió al escenario el trompetista multipremiado Chief Adjuah y su banda de Nuevo Orleans, que durante su set tuvieron muchos problemas técnicos, pero lo surfearon con carisma y buenas intenciones. El hombre de los bongós fue un elemento esencial para elevar el espíritu de la banda y también del público, que entre todos decidimos obviar los temas de audio para continuar con lo bueno de la fiesta. Este es el único festival en mi vida, y de veras que llevo muchos, en el que he visto a un tipo del público acercarse con el ingeniero de audio para decirle: “es que no se escucha nada el bajo, súbele como a ochocientos”, y que el inge le hiciera caso. Y sí, después de todo, sí se escuchó mejor el bajo.
El gran orgullo mexicano de la noche fue Antonio Sánchez & Bad Hombre, conocido en el mundo del ser humano común, como el baterista que musicalizó Birdman (2014) de Alejandro González Inárritu. Ya también, como tradición en este festival, hay una muestra de talento folklórico mexicano, que en el caso de la primera edición fue la Orquesta Nacional de Jazz de México interpretando música de Juan García Esquivel. Este año, Antonio Sánchez,legendario baterista, aprobado por el oído de leyendas del jazz como el Chick Corea y Pat Metheny, presentó su proyecto musical que el ocio de la pandemia le dio oportunidad de poner en marcha. Un poquito como cuando muchos cocineros amateur hicieron sus dark kitchens y empezaron a repartir comida a domicilio durante el 2020, pero en este caso, los platillos son piezas de la autoría de Trent Reznor, Dave Matthews y Lila Downs, entre otros, interpretadas por Sánchez a la batería, un tecladista japonés en los síntes, y su esposa en la voz. El show empezó con la voz del actor Ignacio López Tarso, abuelo de Sánchez, que invitaba a la audiencia a escuchar, con una presencia muy cálida y muy cotorra de picardía mexicana. La expectativa era grande, y su batería también, pero en cuanto empezó el set se entendió que el proyecto estaba más lejos del jazz y muy cerca del pop, que no era lo que yo esperaba, pero está bien. Ganó mi ignorancia. No quiero ser grosera, ni nada, el señor Sánchez es un gran baterista, pero Alex “el animal” González también lo es y toca en Maná. Cuando se pusieron a tocar la pieza de Reznor, que sonaba como a una mala imitación de Evanescence, me dolió el cuerpo un poco y tuve que abandonar el área del escenario para tomarme un vasito de whisky japonés por muchos cientos de pesos. No porque fuera mi trago de elección, sino porque eso era lo que había. Lo que sucedió con Sánchez fue el típico caso de un artesano que tiene un claro dominio y maestría de su instrumento, pero a la hora de presentar un proyecto completo, sin la dirección de un Pat Metheny o, en su defecto, un Alejandro González Inárritu, el resultado fue… insoportablemente feo. Con todo respeto, pues.
La propuesta más elegante de la noche, y eso que andaba en un rollo popero también, fue la de Louis Cole, que empezó con una frase que me compuso después del mal trago de rock industrial del infierno, “You know, I don’t respect you, because your music sucks.” Y sí, Cole, con su big band enfundada en unitardos de calaca y él con un pantalón que parecía estar hecho de vidrios de botella como los que ponen hasta arriba de los muros para que la gente no se brinque, le devolvió el carácter inclusivo y familiar al festival. La verdadera declaración del M Jazz es que la música no tiene que ser experimental, ni fragmentada, ni intelectual, o puede ser todo eso, y también, una manera de disfrutar la música en familia, en un parque, con una organización excelente y un ambiente relajado. Mucho gusto, festival M Jazz. Nos vemos el próximo año. Traigan a DoomCannon.