"Si yo fuera rica, también sería agradable": el fenómeno Parasite

"Si yo fuera rica, también sería agradable": el fenómeno Parasite

Parasite, 2019

Parasite, 2019

No es que ella sea rica, pero agradable. Ella es agradable porque es rica. ¡Si yo fuera así de rica, yo sería agradable también!”, brama Chung-sook, la matriarca de los Kim, brazos extendidos en el aire, admirando la grandeza y lujos de la casa de los Park, en uno de los momentos torales de Parasite, el ciclón fílmico surcoreano que ha arrasado, desde su estreno en el Festival de Cannes en 2019, con toda clase de elogios, premios, nominaciones y, prácticamente, unánime veneración. 

Han pasado casi diez meses desde entonces, cuando se convirtió en la primera cinta coreana en llevarse la Palma de Oro, y la tormenta de Parasite difícilmente se ha disipado. En México, acaba de cumplir su sexto fin de semana en cartelera, ocupando el tercer puesto en taquilla, algo insólito para una cinta “no comercial” ni norteamericana. Ha rebasado los 160 millones de dólares en taquilla internacional, y desde inicios de año, su paso por la temporada de premios le ha dejado galardones en categorías principales como el Globo de Oro a Mejor director o el BAFTA a Mejor guión original, sin mencionar los cientos de reconocimientos que le han otorgado sociedades de críticos alrededor del mundo y sus seis nominaciones al Oscar 2020.

Captura de pantalla 2020-02-03 a la(s) 22.38.22.png
PARASITE_13.jpg

Pero volvamos a Chung-sook, ebria y crispada, discurriendo sobre las virtudes del dinero en medio de la sala minimalista, prístina y con muebles de diseñador de sus patrones. Los Park no están y, en su ausencia, toda la familia Kim ha aprovechado para habitar, sin tapujos ni disfraces, la vida de primer mundo que sus jefes gozan a diario. Los Kim son de clase baja: viven, literalmente, bajo el suelo, en un semisótano donde se filtra el gas de las fumigaciones de la calle, donde orinan los borrachos al pie de su ventana y desde donde apenas se ve el cielo; donde se concentra el olor a humedad y cochambre, donde no entra el Wi-Fi, donde se cuela la lluvia… Por este día y esta noche, sin los Park, los Kim pueden gozar a sus anchas de sus privilegios y recostarse en sus camas, consentirse en su bañera y dejarse acariciar por la luz del sol en su patio de césped bien cortado. “Ella no tiene pliegues”, asegura Chung-Sook sobre su señora, su contraparte adinerada, la madre y esposa de los Park, “el dinero es como una plancha, una plancha que quita todas las arrugas”. El resto de los Kim asienten mientras levantan sus vasos de whisky en el aire y se divierten en su fantasía de clase alta.

Es una escena tan divertida, como agria: al final, son criminales regodeándose en los bienes de sus víctimas, pero la maestría del guión de Bong Joon Ho y Han Jin-won, las actuaciones espléndidas de sus protagonistas y el preciso manejo de tonos en la historia, hacen que no podamos evitar sentir empatía y complacencia frente a esta dionisíaca y descarada visión de los Kim.

De pronto, suena el timbre: el humor negro de Parasite muta, casi imperceptible, a suspenso, escala la tensión. Un rostro familiar aparece en la pantalla del intercom bajo el retrato ridículo de los perros de los Park. Hay una tormenta afuera, un visitante inesperado. Y con la angustia que nos desataría cualquier filme de horror, queremos gritar a la pantalla “¡No abras la puerta!”, y ahí estamos, alentando a una familia de estafadores a no exponer sus modos fraudulentos.

Parasite, 2019

Parasite, 2019

Ese es el “truco de magia” al que se refiere David Ehrlich en su crítica de Parasite para IndieWire. La magia “inclasificable” de Bong Joon Ho tras la autoría de sus provocadoras historias que desafían las convenciones de cualquier género en el que se busque encasillarlas. Sin embargo, no basta con tener habilidad como narrador para transitar, perfectamente y sin suturas, de un tono a otro sin alienar al público. También Parasite se debe a su edición, el flujo de cámara, el juego de flashbacks y cámaras lentas, su diseño de producción, su obsesión por el ritmo y la cadencia. Este es un cine de autor, el cine de Bong Joon Ho. Y para crear un fenómeno cinematográfico como el suyo, también hay que contar una historia universalmente atractiva y memorable.

En Parasite no hay redención. Los conflictos finales quedan abiertos, la salvación de sus personajes una vez más está sujeta al dinero: el único plan de libertad es ascender en la escalera social.


Cuando estaba dirigiendo la película, traté de expresar un sentimiento específico de la cultura Coreana”, dijo Bong en entrevista para Birth. Movies. Death sobre los temas sociales en Parasite, “Pero después de las proyecciones, me di cuenta que la reacción de diferentes públicos era prácticamente la misma, lo que me hizo darme cuenta que el tema era algo universal. Esencialmente, todos vivimos en un mismo país llamado capitalismo”.

¿Cuál es ese tema? La clase. Uno que ha permeado a lo largo de su filmografía y que en Parasite alcanza un nivel de sofisticación y precisión indudablemente eminente. A diferencia de otra cinta que compite con Parasite a Mejor Película en los Oscar 2020, Joker, cuya historia comparte el retrato de la desigualdad y la lucha de clases, la película de Bong Joon Ho no cae en posturas maniqueas ni moralinas. 

En Joker, Todd Phillips decanta cuanta miseria y fragilidad puede en su Arthur Fleck, un paupérrimo payaso de clase baja que posiciona como víctima de un sistema opresor y cruento, de manera que su miseria intensifica y “justifica” los efectos de su levantamiento como criminal. Tan es así, que no lo provee de ningún talento: quiere ser comediante, pero sus chistes son malos, dispara una pistola por error contra la pared de su apartamento y su sublevación como ulter-villano de Ciudad Gótica no se da a través de un audaz y complejo estratagema que pone en evidencia su habilidad para cometer sus actos delictivos, sino a raíz de una pulsión detonada por falta de medicamentos y años de humillación.

Bong Joon Ho. Foto vía: Vulture

Bong Joon Ho. Foto vía: Vulture

Mientras Phillips convierte a Fleck en un personaje patético (en la acepción completa de la palabra: como algo o alguien dispuesto a producirnos una respuesta emocional y compasiva como recurso dramático) y hace de los ricos de Ciudad Gótica seres despreciables y ruines, Bong Joon Ho no constriñe a sus personajes en meras siluetas de su condición social. Por el contrario, los rellena, los ilumina, les infunde color y matices. La escalera social está ahí, también hay desigualdad y humillación, pero el enfoque es distinto. A los de clase baja los hace simpáticos, optimistas, perseverantes, pero fraudulentos y egotistas; a los ricos los hace crédulos, artificiales, frívolos, pero atractivos. 

Eso hace sentido si uno considera que Bong Joon Ho no pretendía aleccionarnos o conmovernos con una parábola de ricos vs pobres. Aunque el tema de “clase” ya ha sido explorado antes por Bong, su acercamiento con Parasite fue distinto:

“A decir verdad, no me propuse lidiar con el tema de lucha de clases. Sin embargo, al mirar a nuestro alrededor, podemos identificar a los ricos y a los pobres, y esta disparidad puede verse en todos lados. Y al retratar sus historias y situaciones únicas y propias, el tema emergió de manera orgánica”.

Los Kim son personas pobres, sí, pero no son personas inútiles ni desprovistas de talentos. Al contrario, son precisamente sus habilidades únicas y su condición autodidacta lo que les permite llevar a cabo sus engaños y maquinaciones. Los mismos cues de la exquisita banda sonora compuesta por Jung Jaeil nos sirven de acotación para darnos cuenta del instante en que uno de los Kim comienza a tramar el siguiente paso de su conspiración.

Basta con ver la formidable secuencia central de la película que involucra la pelusa de la piel de un durazno. La orquestación de Jaeil y el juego de cámara de Joon Ho nos conducen, de manera casi dancística, por la temeridad y el ingenio de los Kim. Cinco minutos absorbentes y placenteros que nos llevan a través de la confabulación, los ensayos y la ejecución de un complot tan intrincado como siniestro. El punto climático del primer acto de esta ópera de farsas y sorpresas. Y este clímax no sería plausible ni efectivo si la cinta no se hubiera encargado, desde el principio, de establecer a los personajes de maneras tan francas y completas.

La narrativa visual de Parasite es tan exitosa como la escrita. Desde el primer movimiento de cámara, se nos revela la condición “inferior” de los Kim, su posición espacial y social en esta historia. Todos los escenarios son juegos arquitectónicos de escaladas y bajadas desde el inicio. Puentes, subterráneos, escaleras, colinas. Para llegar a la casa de los Park, hay que tomar una calle empinada; para llegar a la de los Kim, descender por cientos de escalones. Pero también, los primeros minutos nos plantean quiénes son estos personajes y cuáles son sus competencias para impulsar la trama hacia los insólitos terrenos que ambiciona.

Desde la secuencia introductoria, nos queda clara la sujeción de los Kim a sacar provecho de los bienes de otros para su beneficio, pero también, su unión o, mejor dicho, su complicidad familiar y las artimañas de las que se valen para obtener lo que quieren. Aún así, cada uno posee aptitudes y talentos también, indispensables para la consumación de su plan: las aptitudes artísticas de Ki-jeong, la hija, el liderazgo y seguridad de Ki-woo, el hijo, la determinación del padre, Ki-taek, y su gusto por los planes. Una toma durante los créditos de inicio nos revela una foto y una medalla enmarcadas de una joven Chung-sook. Al parecer, en otra era, la madre fue campeona en lanzamiento de martillo. Por eso, más adelante, en la amplitud del patio de los Park, ella puede revivir sus glorias pasadas, lanzando una bola en el aire una vez más, despreocupada.

Parasite, 2019.

Parasite, 2019.

“La familia pobre es lo suficientemente inteligente y hábil como para prosperar en muchos trabajos, pero el sistema no le da la oportunidad de hacerlo”.

Bong Joon Ho

Bong tiene muy claro que las circunstancias de sus personajes son las que los someten, no sus capacidades. Cuando el Señor Kim rememora sus días como valet, su esposa recuerda la bancarrota de su tienda de pasteles. Este infortunio lo comparten con otro personaje que se revela en la segunda mitad de la película y es un guiño a la crisis real que afrontaron cientos de pequeños comercios surcoreanos que apostaron por adquirir franquicias de pasteles Taiwaneses. Claramente los Kim son de clase trabajadora y han buscado prosperar a través de sus empleos. “Mis padres están bien, solo están desempleados” dice Ki-woo. Ahora, valiéndose de engaños y trampas, los Kim tienen la oportunidad dorada de entrar a un estilo de vida hasta ahora inaccesible para ellos, estilo que también termina por corromperlos. Cuando una colega le implora a Chung-sook su compasión frente a una situación imposible, lo hace “en nombre de los necesitados”. Pero Chung-sook ya es otra, ahora se siente libre, “arriba” en la escalera social, gozando de los bienes de los Park, aunque sea como sirvienta: “¡Pero si yo no estoy necesitada!”.

Bong abandona así la trillada dicotomía del pobre y el rico, el miserable y el dichoso, el noble y el ruín. Tampoco plantea una “lucha de clases” como Joker. La redención no llega en Parasite a través de un discurso panfletario y lastimero, inverosímil, frente a las cámaras de un show nocturno. De hecho, en Parasite no hay redención. Los conflictos finales quedan abiertos, la salvación de sus personajes una vez más está sujeta al dinero: el único plan de libertad es ascender en la escalera social.

Comparaciones se han trazado entre el séptimo film de Bong Joon Ho y Hitchcock, quizás por la sofisticación del suspenso, quizás por la articulación de erotismo y refinamiento con obsesión y homicidio.


Parasite comienza como una comedia negra que deriva en su propia versión de “home invasion”. Pero es su fluctuación imperceptible por múltiples géneros lo que la hace inclasificable y responsable de la fascinación que cierne sobre críticos y audiencias por igual. Consigue la adrenalina de una “heist movie”, la tensión insufrible de un thriller psicológico, los acentos escalofriantes de un body horror, el frenetismo de un slasher film, la desolación de una cinta de desastre y, finalmente, la agudeza y profundidad de un drama doméstico. Es la culminación de su autor y el comienzo de una nueva era para la industria mainstream del cine, donde una cinta surcoreana, sin diálogos anglosajones, ni estrellas de Hollywood, ni personajes de cómic, puede convertirse en un blockbuster o ganar, por primera vez en la historia, el premio principal de un certamen norteamericano de actuación.

Elenco de Parasite en SAG Awards 2020

Elenco de Parasite en SAG Awards 2020

Ahora, con el apoyo de sus acólitos, una campaña intensa en redes sociales y el respaldo de decenas de críticos detrás, el fenómeno Parasite buscará hacer historia el próximo 9 de febrero en la entrega 92 de los Premios Oscar, aspirando a convertirse en la primera cinta en idioma extranjero en llevarse la estatuilla a Mejor Película. La proeza resulta casi imposible, en especial frente a elecciones más “seguras” para la industria como 1917 y el gusto de la Academia por historias menos sombrías y mordaces, aunque no ha estado exenta de sorpresas en años recientes.

Vale la pena recordar que la Academia ha sido duramente criticada este año, otra vez, por la poca representatividad afro-americana en sus nominaciones, la exclusión de directoras mujeres en esa categoría y por no otorgar mención alguna a ningún miembro del elenco de Parasite, pese a que sus actuaciones son rasgos esenciales de su encanto. Tampoco la consideró para Mejor banda sonora original, aún cuando su urdimbre musical es vital para sostener las aspiraciones de su guión, ni a Mejores efectos especiales, considerando que la mayoría de los escenarios fueron creados en estudios de grabación con pantallas azules.

Mientras Parasite acerca el ojo de su huracán al Dolby Theatre en Los Angeles, California, los efectos de su impacto continúan imparables, indelebles. Desde Elon Musk nombrándola su película favorita del 2019, las múltiples listas que la han puesto entre los mejores filmes de la década, las proyecciones con la banda sonora en vivo, la nueva versión a blanco y negro que Bong Joon Ho hizo a usanza de los clásicos de Hollywood o el plan de convertir todos sus apuntes en una mini-serie para HBO.

El surcoreano ha dicho que se puso a ver Psycho de Alfred Hitchcock durante la creación de Parasite. Curiosamente, comparaciones se han trazado entre el séptimo film de Bong Joon Ho y Hitchcock, quizás por la sofisticación del suspenso, quizás por la articulación de erotismo y refinamiento con obsesión y homicidio. Si para Hitchcock la definición de suspenso era “una bomba bajo una mesa” que los personajes ignoran, pero el público no, para Bong Joon Ho son los Kim, escondidos bajo la mesa de la estancia, mientras los Park se masturban a su lado, en su sofá de diseñador.


*Actualización 9/02/2020

En la entrega 92 de los Premios Oscar, Parasite se convierte finalmente en la primera película en idioma extranjero en ganar Mejor Película. Durante la noche se llevó también tres estatuillas principales: Mejor director (Bong Joon Ho), Mejor Guión Original (Bong Joon Ho y Han Jin Won) y Mejor Película internacional.


Sigue a Aleks Phoenix aquí

De traumas, amores y conexiones: discos de la semana

De traumas, amores y conexiones: discos de la semana

"Tocar en el Teatro Apollo es uno de los mayores honores": Kamasi Washington

"Tocar en el Teatro Apollo es uno de los mayores honores": Kamasi Washington