Joker: la glorificación del sufrimiento

Joker: la glorificación del sufrimiento

Joker. 2019

Joker. 2019

Hay una escena en The Dark Night de Christopher Nolan que representa, a través de un gesto trivial, el carácter que define la encarnación de Heath Ledger del villano por antonomasia de Ciudad Gótica: cuando Joker irrumpe en la fiesta de Bruce Wayne junto con su séquito de acólitos enmascarados, la élite de magnates se repliega frente a la imponente presencia del sociópata en maquillaje de payaso y su rifle. En un punto, le arrebata una copa de champaña a una de las invitadas y avienta su contenido en el aire, para después acercarse la copa a los labios y simular que bebe lo que ya no está ahí.

Este tipo de detalles maníacos, de simulaciones y conductas inverosímiles son algunos de los gestos que hicieron de la rendición de Ledger un verdadero tour de force frente a la cámara por allá de 2008. Un actor que habitó el personaje, desde la apariencia hasta la psique, para retratar a uno de los enemigos más emblemáticos de la cultura pop.

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En el Joker de Todd Phillips —la cinta que ha alborotado a la crítica y los festivales con un zumbido incesante de expectación— ocurre algo distinto. 

Si bien puede resultar ocioso comparar el Guasón de Phoenix con el Guasón de Ledger, y muchos argüirán que se deben juzgar ambos performances y performers por sus méritos propios, también es inevitable someter a cierto dictamen comparativo las actuaciones de ambos intérpretes, que en su respectiva medida, fueron a extremos físicos y mentales para personificar el rol.

A más de diez años de la pieza heroica de Nolan —y con otras cintas divisorias de por medio en el mismo universo a cargo de Zach Snyder, más una rendición sosa de Jared Letto en Suicide Squad—, Todd Phillips, acompañado por el guionista Scott Silver, eligió tomar un camino separado y no adoptar ningún eje pre-concebido o desarrollado sobre el villano de Ciudad Gótica. En su lugar, creó una especie de esbozo libre sobre el Guasón, de manera que hubiera suficiente espacio para decantar nuevos trasfondos y rasgos en un retrato más naturalista que “sobrehumano”, sin insertarse en ninguna saga o franquicia, al más puro estilo de las tan socorridas “origin stories” y con influencias de Scorsese para aderezar.

Ahora, es Joaquin Phoenix quien se oculta tras el maquillaje de bufón y los trajes coloridos, en una actuación que lo llevó a perder 24 kilos de peso porque “Oscar-worthy”.

Por supuesto que tras una resonante fanfarria venida desde su paso por Venecia y agravada por el León de Oro que recibió como Mejor película de la muestra, las expectativas y aclamaciones a la cinta de Phillips y la actuación de Phoenix, no solo son monumentales, sino proclives a generar un fenómeno axiomático donde la pieza debe aceptarse como una obra maestra incuestionable.

Joker. 2019

Joker. 2019

Lo cierto es que le corresponderá al tiempo y su legado la aceptación de Joker como magnum opus (o no) de su autor y su intérprete. Pero en lo que sí podemos aventurarnos es en la descripción de lo que esta cinta, convertida en fenómeno mediático antes siquiera de su arribo a las salas, representa.

En sí mismo, Joker pretende ser, para Phoenix, un character study desde la disciplina histriónica; para Phillips, un thriller político. En ambos casos, cumple sólo en forma. Phoenix se arroja sobre el rol con todo lo que tiene, ofreciendo, de manera convincente, la fragilidad y penurias de un hombre asediado, tanto por su condición mental como por su contexto socio-cultural hostil.

La fisicalidad de su interpretación, desde su risa descontrolada y dolorosa, hasta su complexión cadavérica, son importantes y meritorias aportaciones a su performance, como lo fueron también los looks famélicos de Matthew McConaughey en Dallas Buyers Club, Christian Bale en The Fighter y Tom Hanks en Philadelphia o el mismísimo Robert De Niro en Raging Bull de Scorsese, que aquí acompaña a Joaquin Phoenix en un rol secundario como un ácido conductor de un show nocturno. Los cuatro se llevarían el Oscar por sus actuaciones físicamente absorbentes. Es clara la preferencia de la crítica por los roles físicamente demandantes, pero ¿basta para construir una narrativa sólida y resonante o, mejor aún, como retrato de un personaje cuyo mayor activo es, en realidad, su ingenio?

Phoenix deambula por el rol con garbo y opulencia, más que con naturalidad y espontaneidad. Por supuesto, cumple con su labor como pilar de la cinta. Pero con un guión escueto y reiterativo que se regocija en someter a su protagonista a toda clase de tormentos, escena tras escena, una y otra vez, la historia termina por diluir su propia gravitas y realismo en el momento en que decide parecerse más a una historieta deprimente de viñetas grises sobre un “perdedor” que no exhibe talento alguno, que al génesis cinematográfico de un genio criminal en potencia.

Cuando Arthur Fleck se mira en el espejo de un baño público en una especie de danza interpretativa, acompasada por la formidable banda sonora de la islandesa Hildur Guðnadóttir, nos queda claro que este Guasón se entretiene más en la contemplación de sus heridas y la estética de su dolor, que en el deleite por el caos.

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Por su parte, Phillips consigue construir una historia de ritmo pausado y revelaciones imprescindibles para edificar la escalinata que llevará a Arthur Fleck, de un paria desamparado y patético, a un supuesto emblema de venganza y anarquía. Sin embargo, pese a una maqueta que traza escenarios destinados a modelar y, en cierta forma, justificar la transformación del protagonista en el formidable villano que todos conocemos, Joker en realidad termina por ofrecernos una historia sorprendentemente maniquea, incluso para nuestros tiempos modernos: una trama que se reduce a buenos contra malos, pobres contra ricos, privilegiados contra desdichados, triunfadores contra perdedores, sátrapas contra insurrectos.

Mientras que el Joker de Ledger/Nolan ni siquiera necesitó una backstory de expiaciones personales para convencernos del mérito de su caos e, incluso, ejecuta verdaderos ejercicios en la sociedad Gótica para “extraer” la inherente maldad oculta tras la hipocresía de su aparente rectitud, el Joker de Phoenix/Phillips es más bien un ídolo del sufrimiento; un contorno unidimensional dentro del cual se vierten toda clase de padecimientos y carencias al grado de la caricatura.

El ostracismo social, el abuso doméstico, el acoso laboral, el rechazo amoroso, la frustración vocacional, la delincuencia, la soledad, la pobreza, el deterioro mental, un seguro social decadente… toda calamidad cabe en la vida de este Joker, todo padecimiento es bienvenido para justificar su alzamiento; todo mal y burla, inmerecido. La película nos grita la moraleja “él no era malo, lo hicieron” de manera tan obvia, que no hay espacio para admirar nada de este Arthur Fleck más que su propia miseria. Así, el atormentado y desprovisto de talentos Fleck termina por convertirse en un personaje cuyo único mérito es su propio sufrimiento y, por ello, en empatía, debemos coronarlo como “símbolo de emancipación” y resistencia, aunque no muestre necesariamente fortalezas o cualidades que lo avalen como tal.

Como Job, el personaje bíblico, que sin buscar el mal, es azotado por indecibles atrocidades para poner a prueba su fe y terminar redimido como “el justo sufriente”. En el caso de Arthur, su redención termina en su “beatificación” como Patrono de los Perdedores. Incluso, en algún momento, suelta una letanía aleccionadora y panfletaria que da cátedra sobre su estado y sentir, de una manera tan sobre-explicada que la película pareciera olvidar que ya nos mostró todo eso que ahora se nos da masticado en forma de discurso. Uno que avala todo acto delictivo y violento por el simple hecho de provenir de una catarsis existencial.

Al final, el desnutrido y psíquicamente afectado Arthur Fleck encuentra como única resolución a sus dolencias la insurrección incompasiva, a punta de pistola, contra la estirpe que tiene todo lo que le falta. Y eso le basta para convertirse en un modelo de progreso. No es su audacia ni osadía, ni su ingenio o destreza lo que lo convierten en la mente maestra de la mafia, futuro archi-enemigo del hombre murciélago. Tampoco es el Joker de Ledger, movido por un auténtico espíritu subversivo e iconoclasta. En esta historieta, sólo hace falta la gratuidad del sufrimiento para volverte superhéroe… o supervillano.


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