[Extracto 909] Floating Points, 'Crush': sustancia y conmoción
Es difícil imaginar la música sin imágenes, el fenómeno es raro y casi contradictorio. Como productor, el uso no propio de la imagen recae en la generación de la misma imagen, cuando se consienten otros sentidos. Los sentidos generan conexiones neuronales entre sí y el fenómeno de asimilación sonora potencia otro: la imaginación.
Estudios en torno a la sinestesia plantean lo contrario, aunque cobra sentido esta suerte de conexión desconectada. Las sinestesia relacionadas con el oído y la vista se describen neurológicamente como desconexiones a nivel cerebral que permiten que el sistema límbico, especialmente emotivo, las perciba. (Pp. 11).
“Crush” otorga esta experiencia sinéstesica y es casi seguro que Sam Shepherd lo piense de esa forma una vez que comienza a producir. Se sabe de su afinidad por los estudios neuronales al grado de obtener un doctorado en neurociencia, y ese quizás es el mayor atributo de su segundo LP. El abordaje de la música desde una base distinta, que incluso alude mediante el sonido a las conexiones naturales del cerebro.
Por momentos, su trabajo como Floating Points representa una figura más pensada de la música, donde recae en la experimentación, que a su vez, explora distintas sensaciones. Aunque también te encuentras con piezas como “Anasickmodular”, cuya base percusiva alude al jungle, que se hermana a una cortina densa que texturiza la canción, haciéndola más profunda. Entonces recordamos su recorrido por la escena club en Londres.
El video es representado por un “Cosmos de color”, en palabras del propio Shepherd.
¿Y si una máquina tuviese sensaciones autónomas? ¿Cabría la posibilidad de representarse por sonidos? ¿La evolución tecnológica-digital podría migrar sentimientos a aquello que pareciese no tenerlo? La música de Sam lleva conjeturas que se enarbolan a través de la conceptualización de su misma música.
“Enviroment” es tan vertiginosa que solo se piensa en la disparidad de mensajes al interior de un ser o sistema. O la pieza determinista “Last Bloom”, cuyo video recalca la finalización de un ciclo de vida, y si se logra apreciar será la última vez. Ahí un hilo conductor más en esta placa, la alegoría desde los nombres de las piezas, a la naturaleza y su curso.
La disrupción en el álbum se llama Buchla Synthesizer. Una caja de 90 x 40 cm que sintetiza un cúmulo de sonidos, que a su vez se contrapuntea con el Sintetizador Moog por ser el primero en su especie. De ahí se engendran piezas como “Requiem for CS70 and Strings”, una especie de score para representar un salto cuántico etéreo.
Recorrer, mirar, contemplar e inspeccionar, todo en primera persona. “Crush” representa un sonido encumbrado o en camino hacia allá, también representa euforia al ser un disco diseñado y explotado durante su gira de acompañamiento con The XX, lo que impone un mayor reto como músico y productor.
La curva final del disco explora un lado más conmovedor, y el ejercicio de teclear ese sinte: “Buchla”. Siempre es bello el punto de apreciación musical basado en una narrativa de formato tradicional; un núcleo incesante para rematar de forma tersa y menos feroz, así se crea un ejercicio de introspección, debate íntimo, lo que implícitamente demuestra su capacidad como músico, su manejo del ritmo y climas dentro del sonido.
“Crush” se traduce en distintos pasajes, unos más íntimos que otros, unos más tersos, incluso otros más ácidos. Todo al interior del carrete, donde al final se transparentan secuencias vivas. La remembranza a la naturaleza está presente bajo todo el concepto del disco; flores, montañas que hacen recordar proyectos como aquel realizado en el Desierto de Mojave, además de elementos astronómicos que detonan un sentimiento desolador y contemplativo en un solo acto.
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