Como el cometa Halley cada 75 años, Slowdive ha regresado con ánimas espaciales y un disco prácticamente astral. A pesar de ser considerado como uno de los actos icónicos de shoegaze, su porte no es tan agresivo ni fácil de clasificar: en su corta discografía (3 álbumes a cargo de Creation Records) géneros como el dream pop, el ambient y las exploraciones electrónicas se disputan, como resultado hay un trabajo amorfo pero contundente y —sin necesidad de explicaciones— muy bello. El nuevo disco, propiamente titulado como la banda, llega en un momento extraño. Con tantos proyectos que emularon el sonido popularizado por estos ingleses en los 90, ¿qué más se le puede añadir a este género? ¿Es un regreso verdaderamente relevante? Como My Bloody Valentine lo demostró hace cuatro años con el MBV, es posible redefinir un sonido, inclusive 20 años después.
De la camada de agrupaciones noventeras, Slowdive es el conjunto infravalorado que obtuvo valor con el tiempo. Aunque hoy nadie cuestiona la influencia del grupo, a mediados de los 90 Creation Records tuvo que dejarlos ir por falta de ventas y una evolución del sonido popular. Es decir, no tocaban britpop.
Casi dos décadas después de su último disco, Pygmalion (1995, Creation), una exploración de drones ambientales y voces transformadas, Slowdive nos recuerda qué hace al shoegaze grandioso: el desencanto, la melancolía furiosa, angustia, la ensoñación y la dulzura que hay en todo esto. Slowdive emula al sonido que los hizo famosos con Souvlaki (1992, Creation, en parte producido por Brian Eno) pues es melódico, pegajoso y profundamente pop. “Star Roving” el primer sencillo, fue todo y más de lo que se podía esperar: un corte ruidoso pero emotivo, simple pero efectivo. Una canción que apela al estruendoso desconsuelo que siempre profesó el shoegaze noventero.
https://www.youtube.com/watch?v=ogCih4OavoY
El resto del disco se desenvolvió con esta naturalidad. “Slomo”, lento y ensoñador corte, abre el álbum con siete minutos de guitarras reverberadas hasta el cansancio, así como la suave voz de Rachel Goswell y Neil Halstead en perfecta armonía, elemento ya característico del conjunto. “No Longer Making Time” es el track más devastador del álbum y logra una progresión musical contundente, combinando letras que hablan de la pérdida y falta de tiempo. Slowdive evoca la melancolía irresoluta a través de capas y capas de sonido, a través de una delicada barrera de eco. Por último “Falling Ashes” regresa a los largos alientos con un corte de ocho minutos de la mano de un piano ambiental, mismo que cierra el álbum.
Ya sea en canciones más placenteras como “Star Roving” o la pegajosa “Don’t Know Why”, o hasta sus ejemplos más tristes como “Sugar for the Pill”, Slowdive expone a una de las mejores bandas de la historia en la etapa que sus integrantes no pudieron continuar en los 90. En vez de hacer un regreso completamente placentero o experimental, Slowdive optó por el punto medio, apuntando hacia un álbum que en misma medida conmueve y desafía.
El propio Neil Halstead atribuye el éxito de su banda a la noción adolescente que proponen, pues adoptan la melancolía y la desesperanza como parte de la vida misma. Y aunque esto no es muy alejado de la realidad, Slowdive tiene una característica explosiva que rebasa lo pueril. No se apega a la pura intimidad que los hizo famosos, sino a ver más allá; a llevar sus instrumentos a nuevas etapas y sus melodías a nuevos oídos. A pesar de esta presencia obviamente nostálgica, Slowdive es una perfecta combustión sideral, una que innova un sonido excesivamente masticado, y al mismo tiempo deja una inmensa estela detrás. La estela de la permanencia. Slowdive, a fin de cuentas, es inolvidable y permanente desde cualquier arista.
https://www.youtube.com/watch?v=BxwAPBxc0lU
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