Cada vez que una de mis bandas favoritas edita material nuevo, me invade un sentimiento polar: me da toda la emoción, y a la vez me aterra. La emoción no necesita explicarse, pero el terror tal vez sí… Simplemente me angustia ser decepcionada. Me ha pasado una infinidad de veces (y no entraré en detalles ni señalaré a nadie en particular, no es tiempo ni lugar BjörkBjörkBjörk) que un proyecto musical que amo edita un disco malísimo y esto significa un impacto fuerte.
Así que cuando Arcade Fire empezó a dar pistas de su nuevo álbum, Reflektor, me preparé para lo peor. Cuando solo había eso, pistas, las olas de emoción peleaban con las de angustia, en magnitudes iguales ya que no se sabía a qué iba a sonar, pero se barajeaba el nombre de James Murphy como productor. Angustia con eso, porque cuando alguien tan intrusivo va a manosear la obra de una banda que ha logrado manejar su sonido y mantenerlo, no se sabe qué podría resultar.
Y pum, que sale el primer sencillo, “Reflektor”. Me encantó. No sé qué tiene el track; es largo, es distinto, es y no es Arcade Fire pero es hipnotizante. Bajó la angustia, subió la emoción. Luego develaron “Afterlife”; me gustó menos, pero me parece más de ellos, que respeta su sonido, que sigue el camino que saben recorrer tan bien. Y creo que eso es algo que echo en falta ahora que por fin la espera terminó y el disco entero suena y suena y suena en mis bocinas.
Siento que no es una obra tan cohesiva como trabajos anteriores. No hay una línea musical tan clara, hay más momentos prescindibles, el discurso es menos uniforme, tal vez hasta menos honesto. Están explorando sonidos, no sé si de propia voluntad o a sugerencia del productor; y tampoco sé si me encanta. ¿Reggaetón, por? Si algo no necesitaba Arcade Fire es tratar de acotar sus composiciones a ritmos de moda. “Joan of Arc”, por ejemplo. Esa batería y esos coros los hemos escuchado hasta el cansancio en bandas mucho menos capaces. Y los rellenos; esa segunda parte de “Here comes the Night Time”, por ejemplo, o “You Already Know”. Es eso, lo siento rellenado. Y cualquier disco de 75 minutos que se sienta rellenado es porque tal vez no tuvo que haber sido tan largo. Muchas de las canciones que lo componen hubieran sido considerablemente mejores si les hubieran recortado un minutito, por lo menos.
Ahora, hay canciones muy bonitas y muy conmovedoras. “It’s never over”. La primera parte de “Here comes the night time”, cuando superas el asunto del sonido boricua. “Reflektor”, desde luego. Hasta “Afterlife”, puesta en contexto, gusta más.
http://youtu.be/7E0fVfectDo
La belleza de estas tiene que ver (se me ocurre) con que Reflektor es un disco que habla, sobre cualquier otra cosa, del amor. Es un disco lleno de canciones de amor. De encontrarse en el otro. Eso es lo bonito y lo fatal de que todo tenga tantas referencias del mito de Orfeo y Eurídice, la más grande historia de segundas oportunidades fallidas. Es la historia de un amor tan grande que desafía hasta a los encargados de dividir a los vivos de los muertos, y que la impaciencia y la inconsciencia terminan por destruir. Arcade Fire habla de amor, pero de un amor finito, que duele y eventualmente se supera. Como todos sus discos, habla de pérdida. Antes, la pérdida de la vida, la esperanza y la juventud (Funeral, Neon Bible y The Suburbs respectivamente); ahora, se pierde el amor.
Sobre el tema de las pérdidas… Lo que tienen que cuidarse de no perder es la credibilidad. El ser originales. Lo más peligroso que podría pasarle a esta banda es empezar a sonar genérica. No necesitaban un productor que los encaminara hacia allá. Tampoco necesitaban tanta faramalla publicitaria; teasers, mensajes secretos, estrenos simultáneos de videos interactivos y no interactivos, giras misteriosas y finalmente, filtrar ellos mismos el material unos días antes. Cuando un producto es bueno, no hace falta sobrevenderlo. Y Reflektor es un buen producto. No estoy tan convencida, sin embargo, de que sea tan buen disco.