Es una tarde lluviosa de 1988 a las afueras de Liverpool. En una habitación rosa, con boletos pegados en las paredes y afiches de la NME, una niña de 16 años construye su identidad. Son esos años misteriosos, de amores, desventuras, descubrimiento musical y amistades. Años de escuchar a OMD, de hacer mixtapes con los Pastels, Talulah Gosh y The House of Love, para posteriormente descubrir a Guns N' Roses. En el estéreo suena alguna canción que deambula más en el olvido que en el recuerdo y Jane Weaver se pone su tradicional lipstick rojo, unas Dr. Martens y su playera de franela. Está lista para otro viernes más de batallar contra su introspección —ayudada por un poco de sidra— y asistir al Planet X a ver a algunas bandas. En el 2017, Jane Weaver es una mujer madura. Su incursión noventera en la música con Kill Laura, le valió ser una de las protegidas de John Peel. Completaría su currículo con Misty Dixon y con una carrera en solitario que, de repente, rendía frutos. Algún artículo con alabanzas. Unos cuantos shows en el Reino Unido. Y la certeza de que estar en la música, es lo que más le gusta.
Hay trabajos que son muy demandantes, inclusive se les podría considerar injustos; la música pertenece a ese rubro. Existen bandas que son gigantescas cuando sus integrantes apenas tienen 21 años, pero una vez que éstos llegan a los 50 parecen una mala imitación de su grandeza; por el contrario, hay ocasiones en donde, con la edad, viene el reconocimiento. A últimos tiempos, Weaver se ha ganado un lugar importante en el circuito musical, nada mal para la adolescente que tenía miedo de hablarle al muchacho que le gustaba.
La experimentación es algo necesario en su proceso creativo. No encuentra satisfactorio hacer un álbum demasiado parecido al anterior, tampoco hace canciones para que alguien encuentre en sus palabras algún consuelo, más bien el consuelo lo encuentra ella misma. Así pues, un día puede estar cercana al folk, en otro coquetearle al synthpop y en un tercero estar escuchando a Can para emular el sonido del rock alemán de los 70. Así es Modern Kosmology (2017, Fyre Records), un compendio de influencias, sentimientos y sonidos de sintetizador que exponen su voz al escrutinio popular.
https://www.youtube.com/watch?v=zsx4Zqq9Mqc
Pareciera que a Jane Weaver no le queda deuda alguna para saldar. El desparpajo suele ser el mejor aliciente para la conquista, así sucede con este material. Es osado y se siente sin pretensiones. Sí, recuerda a los teutones, pero también es ineludible la comparación con Broadcast o Stereolab. El paseo incesante que viene de la mano motórica y una voz que podría ser parte del soundtrack de Blade Runner. Del sutil cruce de influencias surge un producto que se saborea en distintas etapas. Así da gusto escuchar música.
Quizá Jane Weaver no sea una artista que tendrá el sencillo de su vida, con el que podrá visitar algún programa nocturno de variedades y los viejos sonrían al recordar la banda sonora de su vida. Tal vez “Slow Motion” sea más un clásico underground. O la voz de Malcolm Mooney de Can sea más un caramelo para los clavados que para los no versados. Lo que sí podemos asegurar, es que Jane Weaver es una artista plena, atrevida, talentosa y creativa. Modern Kosmology llega como la culminación sonora de una vida. De una muchacha de 16 años que un día pensó que se podía dedicar a la música y que, tantas noches después, puede estar segura que algo ha dejado en otra persona, tal vez de la misma edad, que, a punto de salir de su casa, se queda unos minutos más para descubrir un disco de 10 temas del que pronto correrá la voz para que sus demás amigos sonrían también.
https://www.youtube.com/watch?v=H74Ptan4Q1s