El evangelio del beat se esparció en la noche electro-alemana
En el último fin de semana cervantino la ciudad colonial colapsa, la red de sistema de transporte público guanajuatense es insuficiente, las calles lucen atestadas de hordas de turistas que se adueñan de las aceras y del arroyo vehicular. Las callejoneadas arrastran a decenas (en algunos casos cientos) de almas, algunas enfebrecidas por el alcohol. Los restaurantes, cafés y cantinas lucen saturados, la fiesta es permanente en el primer cuadro de la ciudad.
Como si se tratara de una peregrinación epifánica, cientos de pies se alejaban paulatinamente del centro histórico guanajuatense, los peregrinos seguían la llamada de los beats y la luminiscencia cuasi beatífica de los estrobos, la noche alemana de música electrónica estaba en la casa, las instalaciones de Los pastitos fungieron como templo, basílica, y miles de creyentes se dirigían al oratorio electrónico para comulgar por medio del baile.
DJ Maullen y DJ nd Baumecker fueron los oficiantes de la liturgia electro, no decepcionaron con su servicio a los miles de fieles y devotos que acudieron a su divino llamado. El grueso de los asistentes vio su conciencia expandida, liberada, el beat era sonido, se convirtió en verbo y habitó entre nosotros, la congregación transitó de lo terrenal a lo epifánico.
Reconocidos en los circuitos internacionales de música experimental electrónica, este tándem se ha presentado en las capitales más cosmopolitas del orbe, su trayectoria de más de veinte años los respalda, son unos incansables evangelizadores de la religión del beat.
Aromas embriagadores, sustancias que ayudan a caminar por las puertas de la percepción, rostros enjutos, ojos cerrados y movimientos continuos, pausados, que intentan asemejar una danza sufí que busca la trascendencia terrenal.
Sacerdotes irredentos del evangelio de la experimentación, Baumecker y Muallem bendijeron con sus eclécticos sets las tierras por donde camino el mismísimo José Alfredo Jiménez y postuló que la vida no vale nada. Después de levitar con la experiencia sensorial de la dupla de tornamesistas teutones, podemos diferir un poco con el bardo de Guanajuato y decir, al menos por hoy, que la vida vale demasiado, aunque sea por unos breves instantes.