En algún lugar de la India, de cuyo nombre no quiero acordarme

En algún lugar de la India, de cuyo nombre no quiero acordarme

Foto: Rubén Pax, FIC.

Foto: Rubén Pax, FIC.

A lo largo de los siglos, los seres humanos se cuentan historias que desafían el inclemente paso del tiempo y trascienden, logran plasmarse como una radiografía en la vida psicosocial de la humanidad. La literatura enfrenta, asombra y muchas veces empatiza con los millones de lectores que se acercan e identifican con las desgracias de Edipo, con el drama de Romeo y Julieta o con las peripecias de Oliver Twist. En algún momento de la vida nos hemos visto reflejados en la vida de los otros y nos hemos obligado a cuestionarnos ¿y si me hubiera pasado a mí? o ¿si los Karamazov hubieran nacido en la CDMX?

La historia de Alonso Quijano es mundialmente conocida, incluso hay gente que no conoce la obra cumbre de Miguel de Cervantes, pero sí ubica la triste y ensoñadora figura de Don Quijote de la Mancha. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Y si las aventuras, entresijos y vericuetos de Quijano y el leal Sancho se hubieran desarrollado en la exótica India?

La compañía Margi Kathakali (ensamble multicultural con integrantes de la India y España) re-imaginó el clásico cervantino y los trasladó a los usos y costumbres del teatro de la región del estado de Kerala (suroeste de la India), cuyo teatro se caracteriza por la fusión de componentes dramáticos, poéticos y rítmicos. Además, entre otros elementos sobresale el maquillaje sumamente cargado donde domina el uso de los colores: verde (rostro), rojo (labios) y el blanco (barba). El vestuario y ornamentos destacan por su rica paleta de colores brillantes y el uso de pedrería.

Foto: Rubén Pax, FIC.

Foto: Rubén Pax, FIC.

La puesta en escena kathakali se distingue por escenificar los textos clásicos de la India con base en los movimientos de las artes marciales de Kerala, los diálogos son escasos y se hace mucho énfasis en la gestualidad y pantomima de los ejecutantes.

En primera instancia, la obra podría dejar desconcertados a los espectadores de puestas en escena occidentales, sin embargo, la calidad en la ejecución de los histriones, músicos y cantantes, hace de este espectáculo una propuesta novedosa, intercultural que enlaza a Oriente y Occidente, y ofrece una nueva perspectiva de los personajes del Manco de Lepanto.

La penumbra se apodera de todo el Teatro Cervantes y sólo se puede observar en el proscenio a un anciano y demacrado Quijano, ensimismado y con la mirada puesta en un libro (posiblemente de caballerías). El silencio se rompe cuando dos músicos irrumpen con sus místicos cantos; posteriormente se les unirán dos percusionistas, es decir, la música, el canto y la danza son los ejes por los que discurrirán los noventa minutos que tiene de duración la ficción.

Foto: Rubén Pax, FIC.

Foto: Rubén Pax, FIC.

Los espectadores son testigos del comienzo de las andanzas caballerescas del hidalgo caído en desgracia, transmutado en un príncipe indio en busca de desfacer agravios, enderezar entuertos y proteger doncellas.

Inevitablemente, el homónimo del caballero manchego cae derrotado ante el Caballero de la Luna, encarnado por Sansón Carrasco. Finalmente, el quijote indio retoma la sanidad mental perdida y muere en los brazos (emulando a La Piedad de Miguel Ángel) de los múltiples personajes que lo acompañaron en sus ensoñaciones caballerescas y en su afán por buscar justicia, el mayor bien de los seres humanos.

Foto: Rubén Pax, FIC.

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