Nacida de amor en bruto, así como admiración y respeto genuino por la cultura mexicana, Coco no puede sino ser un triunfo más para los mejores cuentacuentos del mundo contemporáneo: Pixar. Como dulce en la ofrenda de Día de Muertos, la película de Lee Unkrich se va derritiendo con gracia para un final que rebasa lo placentero. Como siempre, Pixar le imprime un toque maduro a sus largometrajes, a pesar de tratar temas como la muerte o hasta el asesinato, el formato accesible y amable de sus películas es parte de su ADN. Coco no está libre de errores. Al ser una película destinada al mercado mundial, mucho de sus primeros actos se ve un poco cargado de exposición y letargo. Igualmente, esto provoca un ritmo apresurado y que de a momentos es poco convincente, así como no muy eficiente con sus chistes. No obstante, muchas de estas cuestiones se hicieron en favor de hacer rico el ambiente y el detalle: en Coco, la investigación fue primordial y eso es muy destacado. Detalles, tradiciones, actitudes y hasta formas de hablar son parte esencial de la comprensión de este largometraje, y más allá de ser usados a forma de cliché, son usados para generar un ambiente y un universo extraordinario.
El paisaje sonoro de Coco también es notable. Desde un inicio se enfatiza el importante rol que juega la música y el arte, pues Miguel —el protagonista— quiere ser como Ernesto de la Cruz (un híbrido de Pedro Infante, Jorge Negrete y varios cantantes/actores de antaño), muy a pesar de su familia. La música de Michael Giacchino, que contiene su ya característico estilo emotivo-épico, también mezcla composiciones mexicanas clásicas como “La Llorona” al repertorio de este largometraje. La supervisión musical de Camilo Lara (quien aparece como DJ Calavera con su conocida playera “Give Cumbia a Chance”) ayuda a que música mariachi, son jarocho, banda y cumbia mexa estén juntas en este bellísimo esperpento.
No es difícil deducir que la película llega en un momento clave en el país y el mundo. Vivimos una situación donde la representación en pantalla de México (tanto en Estados Unidos como aquí) es más bien escueta y poco completa, con personajes de poca profundidad y motivación. A este esfuerzo, Coco se opone y genera una narrativa donde las minorías son representadas de forma adecuada y sus tradiciones son contagiadas alrededor del mundo. Esto está muy alejado de nada más validar las tradiciones, esa lectura sería muy simple, más bien se trata de un orgullo inherente en nuestra cultura y valores.
Lo que inicialmente parece ser un recurso limitado en este largometraje, como su historia y el ritmo, se vuelven sus bastiones más poderosos (aunque el diseño de producción está igual de impresionante y espléndido). De forma repentina, la película se convierte en un bellísimo viaje de redescubrimiento y misterio familiar, con una gran variedad de vueltas de tuerca, y escenas que lo cimbran a uno hasta lo más profundo. Coco no es sólo un excelente tributo a la cultura mexicana, es la historia de un niño que busca cumplir sus sueños a pesar de las adversidades. Pixar es experto en estas historias (Remy quiere ser un chef pero es una rata, Nemo quiere ser independiente pero es muy pequeño), sólo que esta vez su investigación los llevó aquí, al país más colorido del mundo.
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