El Brutalista: una construcción monumental del director y actor Brady Corbet — IBERO 90.9


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Una épica de proporciones colosales: El Brutalista

Una épica de proporciones colosales: El Brutalista

Por Jerónimo Balcárcel Alva

Se ha corrido la voz: hay una nueva cinta de proporciones colosales, impetuosa en su presentación y con un reparto de lujo que no forma parte del nuevo catálogo de Cristopher Nolan, Martin Scorsese o de Francis Ford Coppola.

De hecho, la dirige un relativo desconocido, un actor convertido en director que, quién sabe cómo, logró recaudar diez millones de dólares para financiar una película que dura más de tres horas y media. Además, parte de un guion original y está filmada en un formato de película descontinuado desde hace más de sesenta años.

Este es el clamor que ha circundado a El Brutalista desde su estreno en Venecia el pasado septiembre, y que la ha vuelto, alrededor de los últimos meses, una de las cintas más discutidas de este año. La película usa la arquitectura para englobar al artista, su arte y la brecha que los divide.

Dirigida por Brady Corbet y escrita en colaboración con su esposa, Mona Fastvold, El Brutalista narra la vida del arquitecto László Tóth (Adrien Brody), quien después de los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial huye de su Hungría natal, dirigiéndose hacia un nuevo comienzo en la tierra de la industria y la prosperidad: los Estados Unidos. Una vez allí, le llegará un destello de esperanza al descubrir que su esposa Erzsébet (Felicity Jones) y su sobrina Zsófia (Raffey Cassidy) sobrevivieron, y que pronto podrán unirse de nuevo.

En su camino se cruzará con el de Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), un magnate industrial que verá en Tóth una oportunidad irresistible. De esta manera, le abrirá las puertas al sueño americano al ofrecerle encabezar la realización de un nuevo monumento. Su construcción verá al genio luchar con su mecenas por las riendas de su proyecto, con cada paso portando nuevas tensiones: encuentros inesperados, tramas ocultas y traiciones irreparables. 

Si hay una cosa que caracteriza al épico es la enormidad de su puesta en escena. La imagen y el sonido se estiran hasta alcanzar las proporciones necesarias para abrumar los sentidos.

Verdaderamente resalta el trabajo visual de Corbet y su cinematógrafo Lol Crawley, quien hace de la película un animal un tanto diferente con respecto a las otras obras de su género. Esto es porque su contenido asume muchas formas. La primera se caracteriza por su inestabilidad. Agitada y desorientada, la cámara sigue a Tóth mientras se adentra en las raíces del panorama estadounidenses, estremeciéndose entre los pasajeros dentro camiones en horas pico, acompañándolo a las proyecciones porno de medianoche y las veladas en clubes de jazz neoyorquinos, las espirañes nos llevan a la caída en las drogas y el sexo.

En cambio, la armonía adopta su papel mediante la relación de Tóth con la arquitectura que, más allá de representar su dote, refleja el instrumento con el que logra asir la realidad. Las imágenes exponen a las estructuras arquitectónicas como lo que son, centinelas pertenecientes a una dimensión inaccesible para el hombre.

La partitura compuesta por Daniel Blumberg acentúa la imagen, enriqueciendo su significado. El Brutalista marca la primera colaboración entre el músico inglés y Corbet (después de que su compositor por excelencia, Scott Walker, muriera en 2019). El resultado es un sonido sin precedentes, una mezcla de trompetas, cuerdas y percusiones que se transforman constante y sutilmente, brincando de piezas triunfales que conmueven el alma a distorsiones chirriantes que erizan la piel.

Ahora bien, si El Brutalista es fundamentalmente un épico, entonces es justo decir que su reparto es una parte esencial de su construcción. Por suerte, Corbet y Fastvold aprovechan el tamaño de su lienzo para pintar retratos de tan ricas caracterizaciones, envueltos en un fondo que los empuja a crear dinámicas complejas.

El efecto es de personajes llenos de vida, cada uno con distintos rasgos y motivaciones que apuntan a trasfondos envueltos en intrigas, rompecabezas que la audiencia debe descifrar por sí misma. Trayéndolos a la vida, un elenco conformado principalmente por Adrien Brody, Guy Pearce, Felicity Jones y Joe Alwyn (quien interpreta el papel del odioso hijo de Van Buren).

Por un lado, Brody asume la carga de semejante protagonismo con la misma destreza y aparente facilidad que demostró años atrás en su rol de un genio judío afligido por el brote de la Segunda Guerra Mundial en El Pianista de Roman Polanski (en este sentido uno podría argumentar su actuación en El brutalista como una extensión del arco de este personaje); por otro, la interpretación de Guy Pearce desvela una completa transformación dentro de su papel, con una energía que canaliza aquella del gran Philip Seymour Hoffman en su trabajo en The Master: Todo hombre necesita un guía.

Más importante aún, la cinta aporta una presencia y un carisma en el personaje de Harrison Lee Van Buren, que dona uno de los villanos más particulares y memorables en tiempos recientes: sus manierismos, las fluctuaciones de su carácter y los motivos ocultos detrás de cada aparente bondad, crean una amenaza temible en su ambivalencia.

Para Brady Corbet, la relación entre el trauma y la creación constituye el principal catalizador narrativo y estético de la película, el cual dicta no solo las acciones de sus personajes sino el lenguaje visual que los encuadra. Tomando en cuenta esta dualidad, Corbet le da forma a través de László Tóth, quien marca el epicentro de un conflicto que ahonda tanto la esfera interna como aquella externa de su personaje.

Si bien parecería que la historia solo tiene interés en el arquetipo del genio torturado, el territorio que abarca el guion de Corbet y Fastvold es mucho más vasto.

Con su llegada en los Estados Unidos, por ejemplo, Tóth comienza un proceso de asimilación de la cultura del capitalismo, la cual se volverá uno de los estratos centrales dentro del gran tejido de sus batallas internas; incrementa poco a poco su intensidad a medida que surgen nuevos antagonismos que buscan quebrarlo. La mayoría de estos esfuerzos se concentran en la trama principal, o bien, la comisión de Tóth para construir el Instituto Van Buren. Aquí recae el meollo del asunto. La arquitectura -poderosa en su austeridad silenciosa- se eleva muy por encima de las fuerzas implacables de la condición humana. Estúpido aquel que piense poder domarla, incluso Tóth está consciente de esto, sabiendo que solo puede sujetar esas riendas hasta cierto punto.

El brutalista se estrenó en México este pasado 6 de febrero en las salas de cine, y se puede encontrar todavía en cartelera en anticipación a los Premios de la Academia de este domingo 2 de marzo.

Nominada para 10 de ellos, entre ellos a Mejor Película (siendo uno de los principales candidatos para llevárselo a casa), no hay excusa para el amante del cine de perderse esta cinta en pantalla grande, ya que seguramente le regalará una experiencia inolvidable.

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