Una conversación con Nicolás Medina Mora sobre América del Norte, su primera novela
Hoy se publica la primera novela del escritor mexicano Nicolás Medina Mora. Se llama América del Norte, pero está escrita en inglés. El protagonista del libro, como su autor, es un joven escritor que creció en el poniente de la Ciudad de México, pero ha vivido casi una década en Estados Unidos. El protagonista, como su autor, escribe en inglés y traduce poemas de un idioma a otro para pasar el tiempo. Hace unos días nos conectamos por Zoom para hablar sobre el libro y celebrar su publicación. Lo que sigue es una versión ligeramente editada de nuestra conversación.
¿Por qué escribir autoficción?
Yo pienso que la autoficción en realidad debería llamarse metaficción. Porque la autoficción no es necesariamente ficción autobiográfica, como se le entiende vulgarmente. Pienso que la autoficción, en su expresión más interesante, es en realidad acerca de la naturaleza ficcional del ser, del yo, del auto. No es tanto como escribir acerca de ti mismo, sino escribir acerca de cómo toda concepción que alguien pueda tener de sí mismo es ficticia. Aquí, por ejemplo, pienso en Borges. Se nos olvida muchas veces que una parte importante de los textos de Borges están narrados en la primera persona por un personaje que se llama Jorge Luis Borges. Entonces, Borges y yo, el famoso poema en prosa o ensayo personal tal vez, no sé... Es un texto de autoficción o un manifiesto de autoficción. Como nunca puede estar seguro que el autor y el protagonista son iguales, nunca puede estar seguro de cuánta distancia existe entre el retrato que el autor ha hecho de sí mismo y quién es realmente. De hecho, más adorable o más amable o más despreciable de cómo es en realidad. Eso como que resalta el hecho de que nunca sabemos realmente quiénes somos ni quiénes son los otros. Yo pienso que por eso es que escribir autoficción es interesante. El momento en el que un texto que pretende ser autobiográfico se declara también ficticio o ficcional surge una serie de como de vértigos metafísicos, ¿no? ¿Quién está escribiendo? ¿Quién está narrando? ¿Dónde está la distancia? Pienso que es el interés literario de la autoficción, más allá del valor testimonial que puede o no tener. Y siento que la autoficción como yo la entiendo y como yo la practico, desciende de Miguel de Cervantes, via Borges, via Bolaño y no es nunca un retrato naif o sincero. Por eso pienso que Knausgaard, por ejemplo, no escribe autoficción. Porque Knausgaard insiste constantemente que lo que está contando es un retrato sin mediación de su vida. Por el contrario Ben Lerner, que si escribe de autoficción, tiene muchos momentos en los que Adam Gordon, el protagonista de su primera novela, Leaving Atocha Station, le miente a sus amigos para hacerles pensar que está viviendo la vida distinta a la que está viviendo. Eso, por supuesto, es una figuración de lo que está haciendo Ben Lerner con esta novela sobre un personaje que se parece tanto a él.
No sé si la palabra es disfrutado, pero he pasado muchas horas de mi vida leyendo a Karl Ove Knausgaard. Y he encontrado mucho dentro de su obra. Me gustan mucho estas digresiones, me gusta como mete freno de mano y dedica 80 páginas a hablar de algo más. Pero es distinto a lo que haces tú. Y es distinto lo que hace Ben Lerner porque es casi un diario, ¿no?
La cosa es, por supuesto, y es el chiste, es que no es que no es un diario. Es una narración extraordinariamente artificial y mediada. Nadie escribe un diario así de bueno. La cosa es que la autoficción hace énfasis en eso: en la parte artificial. Mientras que la ficción autobiográfica, como podríamos llamar a Knausgaard, hace de cuenta que eso no existe y su defecto surge justamente de que parece un diario. Lo que define a la autoficción es que nadie jamás pensaría que Leaving Atocha Station es el diario de nadie. O que Los detectives salvajes, que empieza con un diario, es realmente un diario. Hay como una capa de ironía extra en la autoficción que no está en la ficción autobiográfica.
¿Cuál dirías que es la influencia de Ben Lerner sobre tu obra? Es muy fácil, creo, encontrar los paralelos con Bolaño. Yo sé que admiras mucho a Borges y eres un gran lector de Borges, pero Lerner no es tan conocido en México como lo es para una generación de escritores de la que creo que eres parte en Estados Unidos.
Yo leí Leaving Atocha Station cuando salió en 2011 o 2012. Estaba en mi tercer año de la universidad y me pareció buenísima, pero buenísima. En ese entonces yo apenas estaba conociendo a Bolaño. Después me di cuenta de que había que entender Leaving Atocha Station en relación a Bolaño. En ese momento pues la verdad es que sencillamente me gustó mucho. Ni siquiera era una cosa así como muy razonada. Era como “esta novela me encanta”. Junto con Lerner hubo varios más, notoriamente Teju Cole, Yukon, que también es un escritor cuya obra se ha llamado autoficción… Su segunda novela, la primera que se publicó en Estados Unidos, se llama Open City. Las dos novelas me gustaron mucho. Hay un cierto género de libros que le gustan a uno. Que no son todos los libros que le gustan a uno por ningún asomo, pero a veces son los más importantes. Los libros que te gustaría haber escrito a ti. La cosa es que yo leí a Lerner y a mi me hubiera gustado escribir Atocha. Ahora que la he releído como cinco veces la verdad es que me sigue pareciendo muy buena, pero nunca logré recuperar esta impresión que causó en mí cuando era más joven. Pienso que en términos de la influencia de Lerner en mi libro, lo fundamental es lo que los gringos llamarían self deprecation. Si vas a contar una historia en la que el protagonista se parece mucho al autor y que es un poco indulgente, tienes que estar dispuesto a hacer el ridículo a propósito. Mostrar a tu personaje en una luz más bien negativa. Si es una auto-hagiografía entonces ya valiste madres, ¿no? Lo que me gusta mucho de Atocha es que su protagonista, Adam Gordon, es inmamable, francamente inflamable. Y bueno, me gustaría pensar que Sebastián Arteaga y Salazar, el protagonista de mi novela, se parece a mí en muchas cosas, pero en otras no. Me gustaría pensar que es más inmamable que yo, pero supongo que no soy la persona adecuada para juzgar si esto es cierto.
Si escribes sobre ti sí tienes cierta obligación de ser auto humillante, que esa es la manera en la que yo traduciría self deprecating, pero al final del día también estás escribiendo sobre otras personas que existen en el mundo.
Una cosa que yo siento muy intensamente es que los personajes de mi libro no representan a personas reales. No lo hacen. No pretenden representarlos. El libro incluye al principio y al final disclaimers que lo dejan muy claro. Si alguien lo lee y se siente retratado es una cosa, pero mi libro no representa a nadie más que a mí y ni siquiera a mí. Mi libro es una ficción en el sentido fuerte de la palabra. No afirmo en ningún momento que lo que digo es cierto. Mucho menos que es un retrato fidedigno o justo de nadie. Los personajes de mi libro son personajes de ficción que yo inventé.
El otro día escuché a Hernán Díaz, quien está de moda porque escribió un libro que se llama Trust, decir en una entrevista con David Remnick de The New Yorker, que el inglés es lo más importante que le ha pasado. Nunca lo había ordenado así en mi cabeza, pero creo que me identifico con ese pensamiento.
Yo no creo que el inglés sea lo más importante que me ha pasado en la vida. Eso es la muerte de mi madre posiblemente. A Hernán yo lo respeto enormemente. Nos conocimos brevemente en Nueva York, pero es el tipo de cosa que dice alguien que es ciudadano de Estados Unidos. A diferencia de Hernán yo me tuve que regresar a mi país. Yo adoro el inglés. Me encanta. Es un idioma al que amo profundamente, en el que pienso seguir escribiendo toda la vida, pero gracias a Dios no es lo más importante que me ha pasado, porque si lo fuera, nunca hubiera sido capaz de ser feliz en México.
Creo que es más una cosa, igual y medio cursi, de cómo los idiomas te abren mundos a los que no tendrías acceso antes.
Eso sin duda, pero yo no siento que el inglés sea lo más importante que me ha pasado. Eso no quita de ningún modo lo mucho que me ha abierto mundos, que me ha ofrecido acceso a experiencias que no hubiera tenido. Yo amo profundamente la lengua inglesa, pero la gran ventaja de vivir en México, a diferencia de Estados Unidos, para mí por lo menos, es que el inglés y lo anglófono, no es central. Me encanta que yo pueda escribir en un idioma que no hablo todos los días, que no es el idioma de mi cotidianidad. Es casi como una lengua muerta. Es una manera de acceder al lenguaje en estado puro sin una comunidad de hablantes constante, ¿no? Pero tal vez si yo me hubiera podido quedar en Estados Unidos podría decir que el inglés es lo más importante que me ha pasado, pero no fue el caso. Si yo presintiera que el inglés es lo más importante que me ha pasado sería profundamente infeliz. Porque vivo en un país donde no es el idioma.
Algunos de mis pasajes favoritos de la novela son cuando dos jóvenes que no están seguros si están enamorados uno del otro pasan sus días traduciendo poemas. Hay un momento en que la jóven musicóloga habla de cómo la traducción es como una especie de pasatiempo nacional en América Latina. Sé que te interesa mucho la traducción y la naturaleza de pasar un texto de un lenguaje a otro. Esto no es una pregunta sino una especie de “por favor habla sobre la traducción después de que yo me calle”.
A mí me encanta traducir y me encanta leer en traducción, pero creo que la novela también se trata sobre los límites de la traducción. Porque a pesar que esos dos jóvenes que tú describes son capaces de traducir a Sor Juana juntos o traducir juntos a Tablada, no se entienden al final. A la hora de la verdad la traducción no basta. Spoiler alert, pero termina mal. Esa es la belleza de la traducción. Es una belleza trágica porque nunca es completa, nunca es perfecta. Siempre hay cosas que no se acaban de entender. Incluso cuando la gente se ama, incluso cuando hablan los dos el idioma del otro. La traducción es siempre imperfecta y eso es lo que la hace interesante. El problema es cuando tratas de sustentar una vida en la traducción. Esas lagunas que hacen que sea interesante en términos literarios se vuelven problemáticas en tu vida. Creo que eso es lo que la novela trata de decir. Lo esperado o el lugar común es que la traducción los hace cosmopolitas. Claro que lo hace, pero también la novela es pesimista en ese sentido, ¿no? La novela se trata en buena medida de lo difícil que es entenderse los unos a los otros y lo fácil que es equivocarse respecto a quien alguien es o dice ser. La laguna que existe entre cómo nos percibimos, cómo percibimos a los otros y cómo nos perciben a nosotros mismos y quiénes son los otros realmente. Esto no quiere decir para nada que la traducción está mal o que es una mala idea. Al contrario. Es una magnífica idea y hay que hacerlo todo el tiempo. Es bellísima y muy disfrutable. Pero es enteramente posible perderse en la traducción. O traicionarte de manera involuntaria al traducir. Como dice el proverbio italiano que todo el mundo cita cuando habla de traducción, traductor traidor. El problema, por supuesto, es que la traición con frecuencia no es colectiva, sino a uno mismo. En la traducción uno con frecuencia se traiciona. Tanto en el sentido de que revela quién es realmente, como en el sentido de que atenta contra lo que uno quiere en la vida.
Esta es una interpretación cursi, pero toda la intención de la novela es traducir las identidades que tiene Sebastián en el protagonista, ¿no? La identidad que tiene en la Ciudad de México por haber nacido con un apellido compuesto; la identidad que tiene ante sus compañeros en el taller de escritores en la universidad en Iowa; la identidad que tiene viviendo en Nueva York y estar allí como siendo un ciudadano de ese Brooklyn hipster de los 2010… Todo el tiempo está disputándose o negociando su verdadera identidad, traduciendo entre ellas.
El problema fundamental de Sebastián es que nunca es capaz de traducir su identidad. Nunca logra que los mexicanos entiendan su lado gringo o que los gringos entiendan su lado mexicano. Toda su preparación, sus capacidades lingüísticas, literarias, su conocimiento profundo de las dos culturas, al final no son suficientes. Eso los mexicanos no lo entienden y los gringos tampoco. Supongo que en última instancia la novela es un intento de criticar la noción de identidad, de que uno podría ser siempre idéntico a uno mismo, que uno podría explicar la esencia de uno a alguien más. A lo mejor más que identidad lo que somos es una colección de incoherencias y contradicciones. El opuesto de la identidad. Por eso es tan difícil traducirse a uno mismo y abre la puerta a tantas tragedias.Y no solamente a uno mismo. Uno de los momentos de la novela en que la dificultad de la traducción aparece con más claridad es uno en el que Sebastián, a quien le está cayendo el veinte de que no se va a poder quedar en Estados Unidos, porque el régimen de Trump no le va a dar la Green Card, viaja de Iowa a Austin con un grupo de poetas. Van en la carretera por Texas y juegan 20 preguntas. El juego en el que alguien piensa en una persona y el resto debe averiguar en quién está pensando con la ayuda de 20 preguntas. Sebastián piensa en Juan Rulfo y le preguntan si es un escritor norteamericano y él dice que sí. Y cuándo se enteran que pensó en Rulfo se enojan porque Sebastián había dicho que era un escritor norteamericano. Sebastián responde que México es parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. La cosa es que, por supuesto, América del Norte no significa lo mismo que Norteamérica.
Formalmente, Nicolás, es una novela súper ambiciosa porque incluye traducciones, expertos de música, mucha historia, muchísimo ensayo, mucho comentario político… Es un proyecto de muchos años, pero ¿cómo es la sensación de haber terminado un proyecto tan ambicioso?
Lo curioso es que se fue volviendo cada vez más ambicioso a lo largo de muchos años. Originalmente iba a ser una cosa mucho más breve y mucho más acotada y luego como sin saber realmente cuándo, ni cómo ni dónde, de repente, un día me desperté y eran 500 páginas. Pienso que es lo maravilloso de la novela. Yo empecé como escritor de no ficción y en realidad la mayoría de lo que he escrito previo a esta novela es no ficción, ensayos y periodismo. Esta novela nació en el taller de no ficción. La cosa es que eventualmente me di cuenta que la única manera en la que iba a poder contener todos los ingredientes de esta poción que yo quería armar… El único caldero que realmente iba a servir era el caldero de una novela. Porque la novela es un género sin forma. Puede ser lo que sea y puede incluir todo tipo de textos. Uno de mis profesores de la licenciatura, Roberto González Echevarría, crítico literario cubano, tiene un libro que se llama Mito y archivo. Una de las ideas centrales del cual es que la novela es un archivo. Es una colección de documentos disímiles a los cuales se les impone un orden. Creo que eso es cierto en todas las mejores novelas. Creo que eso es lo que hace maravillosa a la novela. Puede contener mundos mucho más que el ensayo porque puede incluir ensayos y todo lo demás. En una versión anterior la novela incluye también poemas. Al final los terminé convirtiendo en prosa porque mi agente literario, que además de un gran tiburón del márketing oliendo el agua en busca de sangre, también es un tipo que ama la literatura. Conversando con él fue cuando decidí que tenía que ser una novela. Porque entonces sí podría contener lo que fuera. Un ensayo o una memoria autobiográfica de no ficción que tratara de cubrir todo lo que cubre la novela sería muy difícil que funcionara bien. Pero la novela puede ser lo que sea.