Hablé con Romy sobre canciones tristes y el poder curativo del dance pop
Por Raquel Miserachi Kalach
Una tarde soleada de marzo de 2010, The xx se presentaba por primera vez en un pequeño escenario al aire libre en SXSW. Una Romy Madley Croft de 21 años, vestida de negro desde los pies hasta la última hebra de pelo en su cabellera, se camuflajeaba entre Oliver Sim y Jamie xx, y se escudaba de la audiencia, que estaba cerquísima de ella, con un micrófono de pie y su guitarra eléctrica. Para ese entonces, ya estaba construida la base fundacional del hipster de la época, que se forjó en piedra neoyorquina en los primeros años del nuevo milenio con los Strokes, los Yeah Yeah Yeahs, LCD Soundsystem, Block Party y todos los que vinieron después. La indumentaria clásica que hemos aprendido a erradicar de nuestros guardarropas, más lento de lo que la Gen Z hubiera querido, ya fungía como la segunda piel de cualquier emo trasnochado que arrastró su aspecto dosmilero hacia la década que se estrenaba. Los lentes de pasta, las camisas de franela a cuadros, los extra skinny jeans, los Converse gastados, las barbas largas y los flequitos de lado se veían en cualquier horda juvenil que se apelmazaba en los festivales independientes. La palabra “indie” era el sello de calidad para cualquier banda con guitarras que saliera de la coladera que fuera, el “folk” tomaba una resignificación muy lejana a la de sus raíces del Greenwich Village de los 60 y la ropa de segunda mano empezaba a formar parte de la culpa blanca de la vanidad millennial. La ciudad de Austin, fue uno de los epicentros más sólidos del derrame de hipsters que inundó toda ciudad cosmopolita en los años que siguieron, y The xx tomó un lugar fundamental en ese festival tejano de primavera.
Hoy, casi quince años más tarde, también es una tarde soleada de marzo, pero el escenario es distinto. Hace un par de meses, Romy estrenó su primer disco solista, Mid Air, lleno de vibras pop dosmileras y ecos que escurren del sudor en los clubes queer del Londres de principios de siglo, donde ella solía ser DJ. Su banda, The xx, tiene tres álbumes exitosísimos en el Reino Unido y el resto del mundo, han encabezado una cantidad incontable de festivales importantes en cada continente y Romy ya no tiene que escudarse detrás de ninguna guitarra. Lo que tenía que probarse a sí misma ya está hecho, y no hay nada que probarle a nadie más. Me encontré con ella en el restaurante de un hotel boutique en la colonia Condesa. Las paredes color turquesa resaltaban el verde en sus ojos cansados por el viaje desde Londres hasta la Ciudad de México. Apenas pisó tierra anoche, pero tiene agenda llena. En unas horas, una aparición en una tienda pop up de merch junto con Sampha y no sé quién más, (porque qué importa, y además, abajo el capitalismo), al día siguiente, va a armar un DJ set con el crew de Traición, esas míticas fiestas queer que en su momento se hacían los domingos, y el sábado va a hacer su show completo en el festival Axe Ceremonia, así que no hay tiempo qué perder. Sin embargo, ella está tranquila. A juzgar por sus movimientos corporales y la suavidad de su voz, puedo decir que es una persona muy ecuánime.
Desde la primera escucha, Mid Air se siente ligero. No tiene bajos que lo amarran al suelo, como los que solía tocar Oliver Sim en The xx. Es un disco pop para bailar en el club. Flota entre las manos levantadas de quienes bailan en la pista como un globo metálico que refleja los colores de las luces robóticas sobre las cabezas que rebotan desafiando la gravedad. Romy siempre ha hecho canciones que circundan el amor y las relaciones amorosas, pero esta es la primera vez que lo hace bajo el efecto eufórico de la felicidad. “Me emocionaba escribir sobre el lado positivo del amor,” me dice con una sonrisa tímida. “He escrito mucho sobre desamor y creo que por fin me encontré en un lugar en el que me sentí feliz en mi relación y quise intentar documentar esa felicidad como en un diario.” Aunque Romy lleva casi veinte años escribiendo canciones, se encontró con la sorpresa de que el amor, bajo la lente de una relación plena, es más complejo de capturar en el papel. “Fue menos fluido para mí escribir canciones sobre felicidad que sobre el dolor. Me costó trabajo embotellar esos sentimientos sin caer en la cursilería.”
En su trabajo previo con The xx, Romy practicaba el arte de revolcarse en el dolor. Había cierta añoranza, cierto carácter platónico en su manera de hablar de alguien que se fue, o de alguien que está, pero siempre con una daga en el pecho, que revelaba, por lo menos para mí, el componente dramático que supone una relación de dos personas del mismo sexo. Aunque no sean relaciones castigadas o señaladas en el círculo social inmediato, en la condena milenaria de la homosexualidad, hay un segundo filo de la prohibición que resulta en un dolor punzante. Romy nunca quiso hacer evidente su preferencia sexual ante el ojo público, y ahora, Mid Air es una celebración absoluta de su identidad queer. “Fue muy emocionante y empoderador poder ser más abierta respecto a mi sexualidad y celebrar el amor queer en las letras. Creo que eso hace que este proyecto sea distinto a The xx. Lo hace más personal para mí.” Es cierto, este es un disco brutalmente personal. En la escucha, uno podría sentirse como un intruso en la intimidad de dos chicas en ciertas ocasiones. Me pregunto por qué hacer un disco sobre su sexualidad ahora. Como si todo este tiempo hubiera estado tomada de la mano de una chica debajo de la mesa. “Es cierto, Oliver y yo somos queer, entonces todo eso está implícito de manera intrínseca en nuestra música”, pero nunca lo habían revelado de esta manera. Le confesé que cuando salió Coexist en 2012, me pareció un disco perfecto para besuquearse entre dos chicas. “¡Yaaaaayyy! sí es,” me dijo con una carcajada suave “esto me hace muy feliz”. Nos reímos.
En esta búsqueda por ser más transparente, hay un contexto de invisibilidad, particularmente de la comunidad lésbica, en la cultura pop del siglo XX y de los primeros años del XXI, que forjó los años adolescentes de Romy. “Pensé mucho en mi adolescencia. Cuando buscaba representación lésbica en los medios y en la música. A veces la encontraba, pero no la mucho en el dance. Me interesaba combinar canciones de amor lésbico con la música dance.” En su momento, el personaje de Romy en The xx vestía completamente de negro, y ahora la ves usando colores brillantes y sonriendo en los shows. Le pregunto qué fue lo que encontró en esos años en los clubes, que la hizo regresar en el tiempo para traer todo eso a Mid Air. “Creo que, haber ido a los clubes queer y encontrar conexión, amistades nuevas, representación en otras personas cuando tenía 16 o 17 años, que además legalmente no debía estar ahí hasta los 18, fue una oportunidad para sentirme aceptada, sentirme libre de ser yo misma, y poder explorar eso, fue muy importante para mí. Atesoro mucho esos momentos, por eso me parece importante celebrar a los clubes queer en este proyecto, y protegerlos.” Aunque creció en una de las ciudades europeas más cosmopolitas, las condiciones para los adolescentes con preferencias sexuales no heteronormadas a finales de los 90 y hasta ahora, son más seguras en los clubes que a puertas abiertas. Es fundamental para ella que existan esos espacios seguros para la gente que no siempre puede sentirse libre de ser como es en cualquier contexto. “Musicalmente, ver a la gente celebrar el pop y el dance de una manera tan festiva es algo con lo que conecté de inmediato y me fascinó cuando era adolescente. Así empecé a hacer sets de DJ en un club en Londres, y cuando empecé a hacer cosas fuera de the xx hace unos años, me di cuenta de que en verdad extrañaba ser DJ, muchas referencias musicales de ese entonces que se escuchan en el disco vienen de ahí.”
Tuvieron que pasar casi dos décadas para que Romy volviera a las tornamesas. En los dosmiles, ese término ridículo de “indie rock” hegemonizó toda la música nueva del momento. Una visión muy binaria del universo de los lente-pastas empezó a tomarse muy en serio la vuelta del rock en Nueva York y en Londres, como si no hubiera sucedido ya en los 60 y luego en los 80. Todo se juzgaba por una sola medida: era hipster o era mainstream. ¿Les cuento qué pasó al final? El hipster se volvió lo más mainstream en la historia del consumismo. Bajo estos términos, Romy tuvo que replegarse de las pistas de baile para tomar su guitarra y ser parte de una banda, porque en ese entonces solo podías ser una sola cosa. No podías hacer DJ sets de pop clubby si estabas catalogado en el estante del indie rock, a menos que fuera irónico. “Yo no estaba poniendo esas canciones por cínica, en verdad me gustaba esa música. Muchas veces se me acercaron como retándome para preguntarme si de verdad me gustaba lo que estaba sonando.” Seguramente un chico con pantalones de mezclilla demasiado ajustados y una chamarrita biker de plasti-piel que pensaba que sabía más de música que la chica de 20 años que estaba en las tornas. Clásico. Aunque el ambiente en la “escena indie” del momento era dominantemente masculino y radicalmente mono-neuronal, las dos concordamos con que su distancia de las tornas también tuvo que ver con su edad. “Si alguien me dijera eso ahora no me importaría para nada, y si el resto de la gente está gozando y bailando, más bien les diría que les urge abrir su mente.” Se siente un poco mal por haber dejado de hacer algo que le gustaba tanto por lo que pensara un fan de los Arctic Monkeys de sus DJ sets, pero ahora está recuperando el tiempo perdido.
Esa distancia que se gana con los años nos llevó de nuevo a las canciones tristes. “Definitivamente he experimentado demasiado anhelo y desamor a lo largo de mi vida, siempre he conectado con las emociones viscerales de las canciones tristes, me gusta su intensidad, pero creo que también se vale divertirse. En el dance también hay mucho rango de emociones que pueden sentirse. Hay muchos altibajos, y puedes bailar al mismo tiempo”. Recordamos con risas involuntarias cuando aprendimos a bailar escuchando rock. En los 90 los rockeros no bailaban, pero en los dosmiles LCD Soundsystem nos dibujó el manual para poder bailar enojados, y ahora nos pareció que eso fue hace como un millón de años. Ella mencionó que le parece increíble de las generaciones más jóvenes que tienen mucha apertura en cuanto a géneros musicales. Probablemente ya no vayan a existir batallas de emos vs. punks en ninguna glorieta de Insurgentes porque a nadie le importa ya. Esa apertura fue lo que la acercó a Fred Gibson, productor discípulo de Brian Eno, mejor conocido como Fred again… quien se encargó de producir Mid Air.
Tiene todo el sentido del mundo que este disco de absoluta felicidad estúpida de rebotar en los escenarios se haya escrito durante la pandemia. “Me fui a lo positivo en un mundo en el que hay mucha tristeza y dificultad, pero creo que simplemente anhelo algo que me ayude en los momentos más difíciles. Como la soltura y la conexión que provoca la música dance.” Durante los meses de aislamiento e incertidumbre, había una melancolía particular por estar con mucha gente en un lugar. Romy cuenta que mucho de esto lo escribió en ese momento. “Estaba escribiendo parte del álbum cuando extrañaba estas experiencias y no sabía si íbamos a poder vivirlas de nuevo. Me conmueve mucho poder tocar estas canciones frente a un público grande y ver a todo el mundo bailando y sudando juntos en la pista.” Me extraña pensarla brincando en el escenario en un ambiente club. Historicamente, los shows de The xx consistían en ver a tres pelados vestidos de negro para no llamar la atención, sombríos, antipáticos, con los ojos clavados en el suelo, a penas levantando la mirada para cantar al micrófono sin ver a la audiencia, escondidos en tristeza y dolor. Le pregunto cómo hizo para cambiar de personalidad en el escenario. “Esa imagen que describes de nosotros mirando al suelo, no era un acto, en verdad estábamos aterrados, éramos muy jóvenes, pero en verdad queríamos estar ahí. Tomó mucho tiempo para llegar a un lugar de más soltura. Incluso ahora, antes de los shows en donde ahora bailo, tengo que hacer un esfuerzo para salir de mi zona de confort y relajarme.” La música y la gente también le ayudan. Es imposible estar frente a cientos de personas en euforia total con música de ese tipo y no querer ponerse a bailar. También hizo muchos DJ sets antes de que este álbum saliera y eso le ayudó a acostumbrarse a ser esta otra persona que baila y viste otros colores además del negro en el escenario.
Para terminar, hablamos de la clara presencia femenina en el álbum, pero hay una, en especial, que llama mi atención y no sé de dónde viene. En un corte titulado “Enjoy your life”, de los últimos del disco, aparece la voz de Beverly Glenn-Copeland. “Ahora es un hombre trans. Ahora es él. Su carrera ha sido muy inspiradora para mí. Descubrí su música a través de Robyn, quien me invitó a uno de sus shows y yo no tenía idea de lo que iba a ver.
Me conmovió muchísimo escucharlo. Después descubrí un documental sobre él que se llama Keyboard Fantasies que trata de su carrera y su transición y me inspiró muchísimo.” La presencia de un hombre trans de ochenta años en un disco tan femenino es igual de reveladora y conmovedora, que desafiante. El sampleo que se escucha en “Enjoy your life” es de una canción de Glenn-Copeland de 2004 titulada “Live”. Que Romy haya puesto ahí ese guiño a un único artista queer me parece un detalle elegantísimo. Mid Air es un disco con alcances ampliamente pop que seguramente sonará en cualquier antro a la hora del éxtasis bailable, pero los secretos que guarda son profundamente íntimos. Queda mucho por hablar, pero Romy tiene que irse. Nos despedimos para no volvernos a ver jamás. Pueden ver a Romy este sábado 23 de marzo en el Axe Ceremonia tocando material de su primer disco solista. O pueden verlo en Instagram cuando termine. Como sea.