México presente en la Bienal de Venecia de la mano de Erick Meyenberg y Tania Ragasol
Por Pamela Valadez
En abril se inauguró la 60ª Bienal de Venecia, una exposición internacional de arte que se celebra, como su nombre lo indica, cada dos años en la ciudad italiana que le da nombre.
Tuvo su origen en 1895, y desde 1907, el formato de la exposición es presentar pabellones nacionales, lo que ha convertido a la Bienal en una plataforma global para la difusión de arte contemporáneo en el mundo y de la situación social y política de los países participantes.
A partir de los años setenta, la Bienal sugiere una temática para cada edición que no es obligatorio seguir. Sin embargo, la temática este año fue “Extranjeros en todas partes”.
Llegar a la Bienal
Cada país tiene su propio proceso interno de selección para decidir qué propuesta se presentará en Venecia. En particular, México hacía una elección de entre un grupo reducido de artistas que recibía una invitación privada para participar.
Este año, por primera vez, la selección fue a través de una convocatoria abierta que ganaron el artista Erick Meyenberg y la curadora Tania Ragasol con Nos marchábamos, regresábamos siempre.
La pregunta inicial que desencadenó la colaboración de Ragasol y Meyenberg fue: ¿cómo se plantea una representación nacional?
Su pieza se trata de una compleja instalación conformada por distintos medios. Un piso negro reflejante que actúa casi como un espejo de obsidiana, muros hechos de pantallas que reproducen la escena cotidiana y fugaz de una familia albanesa que migró a un pueblo al norte de italia, donde ha habitado los últimos 30 años, y al centro del pabellón, una mesa cubierta de objetos de cerámica: jarras, vasos y platos con apariencia de haber sido rescatados del fondo marino, ya cristalizados por la sal.
“La idea para la pieza surgió de un sueño de Erick”, dijo Tania durante el conversatorio México en la 60ª Bienal de Arte de Venecia que se impartió en la Universidad CENTRO, el pasado 5 de junio y que abarcó el proceso de creación de la pieza y todo lo que implica formar parte de la exposición internacional.
Tanto el artista como la curadora comparten un pasado migrante. Erick, de ascendencia libanesa, siempre ha atesorado las reliquias de sus antepasados y las historias que provienen de otros lados, otros aires.
Por otro lado, Tania, de familia española exiliada por la guerra, tuvo que lidiar con la negación de la historia de aquellos que vinieron antes que ella, fotografías y objetos escondidos en alguna caja de la que nadie hablaba.
El peso de sus dos linajes coincidió para construir en el pabellón instalado en el Arsenale de Venecia, un entorno artístico que es, en palabras de Erick, una especie de “submundo” de la experiencia del migrante que vive un proceso complejo y de constante pérdida, que está inserto en un eterno regresar nostálgico y sufre un dolor capaz de traspasar generaciones.
“Estaba muy claro para Erick y para mí”, compartió Tania, “que ambos somos el resultado de esas pocas personas afortunadas de haber llegado a donde tenían que llegar”.
La mesa y sus objetos de cerámica, realizados con la ayuda de la ceramista mexicana Carmen de la Parra, plantean la idea de una bienvenida y esa conexión emocional que sucede a la hora de comer.
La filmación que se repite incansablemente en las pantallas del pabellón es una comida familiar, una bienvenida y una despedida. Una mesa en medio de campos italianos llenos de flores, testigo de la última merienda con la madre de la familia antes de que ella tenga que volver a Albania, donde aún vive. “Durante la grabación”, añadió el artista, “dejamos una silla vacía deliberadamente, como un recordatorio de la ausencia simbólica”.
La coreografía que sucede esporádicamente para unos cuantos visitantes afortunados fue un añadido de último minuto que fue posible, gracias a la ayuda de uno de los integrantes de la familia que Erick grabó con su cámara.
¿Cómo se plantea una representación nacional? Se reitera la pregunta en mi cabeza en vista de que México no está explícitamente presente en la pieza, salvo en la nacionalidad de sus creadores. ¿La representación sólo es “nacional” si es folclórica? Tania creía, desde que comenzó a trabajar con Erick, que había en su narrativa una oportunidad para superar los lugares comunes de lo que significa la representación nacional: “no se trata de hablar de la literalidad de lo que significa México. Lo que el pabellón suscita son nuevas historias sobre la migración”.
Antes de ver el video de la familia albanesa, me pregunté si hay cabida para historias tan lejanas cuando existen ejemplos tan cercanos de lo que es la migración en México.
La instalación en su conjunto es la prueba de que hay un lazo que puede unir a una una familia de un lugar remoto y un pasado complejo con una mexicana del otro lado del mundo a través de un gesto reconocible como un abrazo o una sonrisa, un beso que se lee como saludo y otro que se identifica de inmediato como despedida. El mundo y sus distintos orígenes se encuentran en el acto de comer sobre una mesa cristalizada por el tiempo.
El acceso a la Bienal continúa siendo desigual
A pesar de lo atinado de la obra de Erick y de Tania, y de lo esperanzador que es haber tenido por primera vez una participación con convocatoria abierta, los mecanismos que se llevan a cabo en México para seleccionar qué pieza habitará el pabellón correspondiente en la ciudad italiana permanecen inaccesibles.
La ilusión de la apertura de una de las exposiciones internacionales más prestigiosas y reconocidas del mundo para artistas de cualquier entorno es lamentablemente eso: una ilusión.
Hablando de los procesos de producción, aplicación y selección para la Bienal, Tania reveló que, una vez enviada su propuesta, le aconsejaron a su equipo comenzar a trabajar en la pieza como si ya hubieran sido seleccionados. “Hay muy, muy poco tiempo para producir y montar, entonces tienes que avanzar aunque no sepas si vas a quedar seleccionado”, dijo.
Además, una vez seleccionada y terminada la obra, aún queda resolver cómo va a llegar a Venecia.
Se cubren los costos de transporte de la pieza en su totalidad, del artista y la curadora, pero no del resto del equipo, lo que provoca que esos gastos se cubran con dinero propio o a través de patrocinios, y el tiempo para conseguir patrocinadores también es muy poco.
“El artista y la curadora reciben honorarios si la obra queda seleccionada”, confesó Tania durante el conversatorio en CENTRO, “y, hasta ahora, ni Erick ni yo hemos recibido nada”. Aún cuando la convocatoria sea abierta y la propuesta pueda venir de cualquier parte, es difícil que cualquier persona pueda absorber la exigencia económica que supone ser seleccionado para la Bienal.
La oscuridad que existe sobre la participación de los otros países en la exposición, según lo dijo Erick, dificulta conocer si estas condiciones son exclusivas de México o si, más bien, se trata de un problema generalizado.
Lo cierto es que hay naciones que pueden prepararse con mayor anticipación para producir y transportar sus piezas, y esa ventaja existe gracias a sus propios mecanismos internos, la cercanía entre países europeos y sus respectivos procesos de selección.
Si bien es celebrada la convocatoria abierta para la participación de México en la Bienal, las condiciones de la actual convocatoria todavía imposibilitan la participación, nos lleva a preguntarnos cuáles son los discursos que viajan y asumen la responsabilidad de la “representación nacional”, y, sobre todo, qué sectores tienen realmente la oportunidad de convertirse en sus portadores.