Anular la demanda borrando el símbolo: Propaganda política destruye murales de Ayotzinapa

Anular la demanda borrando el símbolo: Propaganda política destruye murales de Ayotzinapa

Fito Valencia trabajando en su mural. Cortesía de Fito Valencia. 2016.

Por: Pamela Valadez

El 26 de septiembre de 2014 marcó un antes y un después en la historia del país con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La absoluta oscuridad alrededor del caso, la fabricación de una insostenible “verdad histórica” para darle explicación, la insatisfacción que provocaron las supuestas investigaciones oficiales y la exigencia persistente para que se hiciera justicia, han logrado que los nombres de los normalistas sigan resonando en nuestro presente. 

Después de dos años y dos meses de su ausencia, el 26 de noviembre de 2016 se inauguró el trabajo de más de un centenar de artistas que atendieron a la convocatoria del concurso expedida por la Delegación de Azcapotzalco para producir un recorrido de murales conmemorativos que cubrieran la barda perimetral del Panteón San Isidro. Tras contar hasta el 43, el Doctor Pablo Moctezuma Barragán, entonces Jefe Delegacional, cortó el listón inaugural.

Tenía 14 años cuando conocí los murales y recuerdo el efecto que tuvieron en mí. Fue la primera vez que me hice verdaderamente consciente del estado de absoluta impunidad y violencia que se vive en México. Las noticias de masacres, muertes y fosas clandestinas cobraron sentido en las múltiples representaciones de duelo e incertidumbre que se hicieron sobre la pared negra con pintura en aerosol. Siempre que transitaba por la calzada San Isidro, veía las tortugas que se convirtieron en un símbolo del caso y los rostros simbólicos de las madres que aún esperaban a sus hijos con añoranza.

Los murales, al estar al aire libre, comenzaron a desgastarse y algunos fueron paulatinamente cubiertos por graffiti. No obstante, la gran mayoría permaneció casi intacto durante años. Dejé de transitar la ruta por un tiempo y volví recientemente solo para encontrar que son muchos más los murales que se han perdido que los pocos sobrevivientes y que, además, un gran número de ellos fue sustituido por propaganda política para las próximas elecciones.

“El deterioro de un monumento es reversible, la violencia no”, dijo Sofía Vera, integrante del colectivo Restauradoras con Glitter, en una entrevista con Animal Político sobre las pintas en el Ángel hechas durante las marchas feministas. La restauradora dejó claro que, a pesar de las repercusiones matéricas de las intervenciones, estas son relevantes social, histórica y políticamente porque expresan la demanda colectiva de las mujeres que viven todos los días los estragos de la violencia y la inseguridad. “El simple hecho de quitar la realidad es invalidar lo que ellas están pidiendo”, es decir, anular el símbolo es anular la petición.

Para mí, el ver los murales en memoria a los 43 de Ayotzinapa cubiertos con propaganda política encierra un significado profundo. En su momento, Moctezuma habló con La Jornada sobre la importancia de procurar el muralismo en tanto que era de suma importancia para “integrar a la comunidad y reconstruir el tejido social” y que “destruir o descuidar dicho patrimonio toca las fibras más sensibles de la gente”. Al respecto de la convocatoria del 2016, dijo que su prioridad fue la participación de la juventud y los vecinos para “reforzar los lazos comunitarios, crear identidad, conciencia social, histórica y ambiental”. Es cierto que el daño a los murales tiene implicaciones obvias, afecta el arte y afecta el espacio público y social. Sin embargo, más allá de la pérdida física, habría que reflexionar qué significa que sea un discurso político el que se interponga con la memoria de uno de los casos de violencia más sonados en la historia mexicana reciente.

La desaparición de los murales no es culpa de quienes pintaron la propaganda política ahí quienes sólo estaban haciendo su trabajo. Importa el hecho de que, en general, sea más urgente la visibilización de las distintas candidaturas que la preservación de expresiones simbólicas que son importantes para una comunidad y que representan un evento que, hasta ahora, no ha sido resuelto ni ha tenido justicia para las víctimas. 

Fito Valencia es uno de los artistas que participaron en el concurso de 2016 y habló con 909 sobre el caso: “Claro que significa mucho que a los partidos no les interese una cuestión tan voraz, tan cruel y, sobre todo, llena de política asesina. Creo que por eso manifiestan ese miedo, ese autoritarismo, borrando todo lo que pueda estar ahí en ese Panteón San Isidro y, sobre todo, ese tema y esa problemática”.

Yo creo que la imposición de la propaganda política sobre el testimonio que narran los murales representa el deslindamiento de la promesa de transparencia y justicia que debería persistir hasta que se cumpla: si se borra la memoria, quizá se puede pasar por alto la responsabilidad del próximo gobierno de esclarecer lo sucedido y asegurar que no se vuelva a repetir. Como muchos de los participantes de la convocatoria lo expresaron en su momento, Ayotzinapa no es un caso aislado ni es más importante que el resto por haber sido más violento o más cruel, sino que estableció el recuerdo de otros antecedentes como el 2 de octubre, Acteal o Aguas Blancas.

Podría aceptar que los partidos políticos son los menos interesados en si se pinta una pared con su nombre en el panteón donde están los murales o no. Pero, ¿Cuál es el sentido de estas imágenes para la comunidad? Por ello, entrevisté a algunos transeúntes y locatarios que ven la pared de San Isidro todos los días para saber si su pervivencia es importante.

Para Marta, que trabaja en limpieza de uno de los negocios frente al panteón, ningún graffiti ni propaganda gubernamental debe ocupar el espacio que es sagrado por definición. Le pregunté si estaba de acuerdo con que dicho espacio sagrado estuviera antes dedicado a los murales y respondió que sí, sólo en ese caso. Juan, dueño de un negocio en las inmediaciones, cree que para los partidos los murales son irrelevantes porque su prioridad es ganar el voto. Con distintos interlocutores, pregunté si la visibilización del caso Ayotzinapa seguía siendo necesaria y la mayoría expresó que debía servir especialmente como representación de lo que pasa en la actualidad y de que, a pocos meses de que se cumplan 10 años de la desaparición, aún no hay respuestas contundentes y casos similares se repiten diariamente.

Propaganda política sobre la pared del panteón San Isidro Foto: Pamela Valadez

Tal vez, los murales hayan servido a su propósito o el tiempo haya hecho de las suyas y la memoria de Ayotzinapa ya sea solo un eco. No obstante, si no es esa pared, deben ser otras y el eco debe restaurarse hasta convertirse en un clamor.

Le pregunté a Fito qué papel creía que jugaba el arte como vehículo de mensajes y causas sociales. Él me respondió que el arte siempre sería “la manera más nítida de poder articular todas las esencias que son una realidad, [fuera] buena o mala” y el arte de la calle “simboliza todo lo que absorbe cada uno como individuo y se expande a la calle”.

Las 110 intervenciones de noviembre de 2016 se convirtieron en la materialización del impacto emocional que tuvo la tragedia de septiembre de 2014 en el corazón de los artistas y que se tradujo al mural de formas completamente individuales de la mano de colectivos artísticos, madres, padres e hijxs trabajando en conjunto, estudiantes de arte y graffiteros autodidactas. 

Hoy solo quedan restos de aquellos murales que, cuando vi por primera vez, causaron en mí el encuentro visual con la injusticia y violencia de este país, pero también, representaron un trabajo colectivo que apuesta por la esperanza y el no olvido.



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