Taraf de Haïdouks @ Plaza Condesa

Por decreto de Su Majestad el Marajá, la PKJU Internacional mandó a un grupo de comensales ayer a disfrutar de la fiesta gitana propiciada por Taraf de Haïdouks. A continuación, una narración del concierto:

Seis gitanos abordan el escenario. El que porta el acordeón comienza el diálogo con un público emocionado tocando notas largas, que se enlazan entre sí con pasajes virtuosos de escalas que ascienden y descienden. El clarinete responde con un discurso parecido. Comienza el pulso y el público no sabe que se acaba de subir a una montaña rusa de energía balcánica.

Se acelera el ritmo de los aplausos de la gente, quienes procuran seguir un contrapunteo de cuerdas entre el címbalo y el contrabajo. Por encima de esta base, el violín, el clarinete y el acordeón despachan una melodía feroz con la sutileza y seguridad con la que alguien cantaría el himno de su país –pero tres veces más rápido. Una energía potencial se genera con cada nuevo tema. Escuchamos a los solistas interpretar juntos, luego separarse en improvisaciones frenéticas, para después dialogar entre ellos.

De repente, aparece una cantante cuyo manejo de la voz sorprende a oídos occidentalizados: la energía se convierte en cinética. Todos los cuerpos se dejan llevar. Cabezas giran, brazos suben y caen, pies brincotean, instrumentos pregonean. Ahora que el idioma romaní delinea las melodías, vemos aparecer al tecladista (cuya interpretación había sido casi impercetible) y enseguida éste toma el microfóno para cantar. Agradece al público en una lengua desconocida. Se le responde con gritos de emoción y la energía una vez más se vuelve a construir en una curva que parece solo ascender. Y cada vez más rápido.

El violinista trae un repertorio de malabares virtuosos: al improvisar sin acompañamiento, luce toda su técnica y le da al público una cátedra sobre muñequeo con un tremolo brutal (un sonido remitente al virtuoso violinista del sur de la isla de Pocajú, Sergio "El Delfín" Madrigal). Cuando la curva parece llegar a su cenit, el violinista coloca el arco entre su panza y la barriga del acordeonista, entonces comienza a deslizar el instrumento por encima, de atrás para adelante, mientras su otra mano interpreta una melodía enfurecida. Repite esta misma maniobra con el arco en manos de gente del público. Antes de acabar, pone el violin en su nuca y todos los oyentes piensan lo mismo: "es el Hendrix de Rumania". A este derroche de talento feroz, el clarinetista responde con elegancia: su improvisación es igual de energética, escuchamos veloces escalas ir y venir, así como también vemos que el clarinete va disminuyendo en tamaño. Desarma el instrumento hasta quedarse sólo con la boquilla, pero el contenido de la improvisación es parecido. Magia pura. Energía cinética. Ya todo es velocidad y movimiento. Están interpretando un tema tras otro sin pausas entre ellos. Cuando se cree que este popurrí balcánico no podría ir más rápido, demuestran lo contrario.

Los espectadores creen haber llegado de vuelta al punto de inicio tras un emocionante recorrido en una montaña rusa. Después de que los músicos se despiden, retirarse del carrito parecería ser correcto. Pero regresan ante los gritos de un público desesperado por seguir bailando. Bajarse en ese momento del juego habría significado una muerte inminente y desastroza. La noche se encuentra en el verdadero climax: tras unos cuantos compases de sabrosura gitana, al tecladista le parece buena idea soltar un ritmo digital remitente al reggaeton, y toda la banda se acopla. De manera épica, la energía construida a lo largo de la noche se transforma en algo impredecible –El Perreo Balcánico. Un hombre de gran masa corporal y una señorita se adueñan del escenario junto con la cantante del conjunto. Entre ellos hay una divertida dinamíca de alzar la retaguardia hacia el público y sacudir la cadera. Lo mismo se repite en un segundo tema electro-balcánico. La banda se despide. El público pide más. Mucho más.

Después de un celebrado segundo encore, Taraf de Haïdouks se despiden posicionándose como los reyes de una música virtuosa y frenética que tuvo a todos los cuerpos en constante movimiento. Se retiran todos del concierto, sintiendo que bajarse del carrito no fue correcto.

por @ElRoyMT

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