¿Los pecados del rey lo despojan de su corona?
Hoy se cumplen 10 años de la muerte de Michael Jackson. Hablamos de un ícono tan grande, que con sólo decir su nombre, vienen a nosotros todo tipo de memorias, opiniones e, incluso, juicios. Al escribir sobre él, parece que su mote más popular, “El Rey del Pop”, es la forma más conveniente para nombrar al personaje y su legado.
Si nos remitimos a la historia, podemos referirnos a monarcas que son recordados por su soberbia (como Luis XIV, el Rey Sol), por su excentricidad (ahí tenemos a Cayo Julio César Augusto Germánico, Calígula), o por su capacidad artística (no olvidemos al buen Nezahualcóyotl, el Rey Poeta). Todo lo que hace un Rey, sea esto sublime o detestable, está siempre expuesto al escrutinio de sus súbditos, quienes están listos para dar su vida por él o para lincharlo, de un momento a otro.
El Rey del Pop, pareciera ser, no escapó a esta lógica de la realeza. Michael Jackson llegó a su trono por medio de un talento innegable. Desde su niñez demostró ser un artista superdotado, su disciplina y talento lo convirtieron en un ícono reconocido mundialmente. Su reino no conoció fronteras políticas o sociales. El poder de Jackson se derivó del control de la cultura hegemónica: la Cultura Pop.
Con un éxito tras otro, Michael Jackson obtuvo las máximas promesas de la Cultura Pop: fama y dinero. Demasiados. El Rey podía tener lo que quisiera, era admirado y querido por millones de personas pero, sobre todo, era increíblemente millonario. El monarca comenzó entonces a mutar, una cirugía tras otra, la pigmentación de su piel cambió, sus gustos eran cada vez más excéntricos.
En algún punto de esta montaña rusa, dormir con niños le pareció una buena idea a Jackson (y a los padres que lo permitieron).
Ante una personalidad tan controversial, es difícil poder tomar una postura. Su música, sus coreografías están ahí; las denuncias y las víctimas también. Podemos ver This Is It y admirarnos del genio perfeccionista que era Jackson o podemos ver Leaving Neverland y asquearnos e indignarnos a causa de los testimonios. Un legado tan grande sólo podía ser opacado por acciones tan abominables. De cualquier modo, después de una década, Michael Jackson sigue dando material para ver, escuchar, y escribir.