Como Monet, quien “pintaba la luz”, hay músicos cuyo trabajo, más que forjar una melodía y letras definidas, se enfocan en construir un retrato sonoro abstracto, cuyos fragmentos en conjunto generan una imagen, que si bien carece de nitidez pero no de significado. El inglés Nick Mulvey es uno de estos artistas con capacidad para generar una atmósfera de serenidad y armonía, y cuyo talento le ha merecido una nominación del Mercury Prize 2014 al mejor álbum del año por su primer trabajo como solista: First Mind (Fiction Records).
Mulvey es un personaje curioso, con un currículum de vida que retrata el perfil de una figura inusual en el mundo de la música. A los 19 años, estudió música en Cuba junto con estudiantes de otras partes del mundo. La experiencia, una suma de ron y contacto con un universo ajeno, lo llevó a estudiar etnomusicología en la University of London’s School of Oriental and African Studies. Con una formación singular como esta, no es una sorpresa que Mulvey, al formar el Portico Quartet con otros compañeros de la escuela, se dedicara a tocar algo tan exótico como el hang, instrumento de percusión inventado en Suiza en el 2000.
Mulvey tuvo su primer encuento con el Mercury Prize cuando The Portico Quartet fue nominado en 2008 a mejor álbum del año con su trabajo debut, Knee-deep In The North Sea (Babel Label Limited, 2007). Posteriormente, durante una gira para promocionar su segundo álbum, Isla (Real World Records, 2009), Mulvey se dio cuenta de que su colaboración con la banda era demasiado limitada para sus expectativas, por lo que decidió dejar la banda para dedicarse por seis meses a mejorar su trabajo con la guitarra y perseguir una carrera como solista.
Mulvey esculpe con el sonido como si este fuera un material para construir un espacio imaginario. Después de sus dos EPs, The Trellis (Communion Records, 2012) y Fever To The Form (Communion Records, 2013), Mulvey estableció un estilo sobresaliente y característico que consolidaría en First Mind. Con toques de folk, reverbs en la voz, y fingerpickings que suenan crudos y dinámicos en “Juramidam” o toman un suave rol cíclico en “April”. Basta con escuchar las primeras notas de cada canción para darse una idea de la flexibilidad que Mulvey le otorga a las cuerdas de su guitarra, que, en junto con su voz y letras, evocan imágenes perceptibles solo en esencia. Como bien describió en una entrevista con The Guardian:
“Mi meta como compositor -al igual que de todos los artistas que amo- es primero llegar a tu subconsciente. Una canción puede ser cerebralmente satisfactoria después, pero primero debe sentirse correcta”
Al igual que un cuadro impresionista, las canciones en First Mind elaboran una composición de pequeñas piezas que en conjunto forman una escena, que puede variar desde la íntima presencia de un niño bajo un piano en “Cucurucú”, hasta una caminata hacia un encuentro por una ciudad de alargadas sombras en un atardecer en “Meet Me There” o decadente esfuerzo de pareja por salir adelante en “Nitrous”. En su trabajo se percibe un aura de libertad, un extenso terreno de sonidos sobre el cual se puede dejar a la mente correr sin pensarlo demasiado. El título, First Mind, es descrito por Mulvey, como su manera de hablar sobre el instinto; y ese es el tipo de música que ha generado, una que adentra al escucha en un ambiente pintoresco dentro del cual no es difícil saber cómo reaccionar de otra manera que no sea sentir y dejarse envolver.