Por Pablo García
El perro fue a rascarse unas pocas pulgas en Tijuana, la esquina de la Hispanidad, según la llaman los que todavía se van con la finta y olvidan que Iberoamérica cruza y barre hacia el norte.
En fin, decíamos que Juan Perro fue a rascarse a Tijuana, y lo que le salió del cuerpo fue algo diferente a lo que suelen soltar los músicos errantes cuando llegan a rendir sus respetos a la “esquina”. No hizo un canto fuerte contra el güero del otro lado, ni una borrachera de trompetas a la salud de la fiesta con riesgos (perdona, Manu).
Entonces, decíamos que Juan Perro pasó por Tijuana y grabó una canción dulce, dulcísima. “En la frontera”, se llama, y lo primero que reconocemos es el fruto de tanto trato que este trovador ha tenido con soneros cubanos: les ha aprendido el fraseo limpio, la voz sincera, el lirismo. Canta sobre el amor del emigrante, al que el aire de frontera le alegra el corazón. El viaje –el cruce– no es separación, porque en la frontera está precisamente la vela encendida en la ventana, “la seña de tu amor”.
¿Eso qué significa? ¿Que en los meros límites de culturas está lo que a Juan Perro le prende los motores? Hombre, sí, podría ser. En realidad, es sólo una bonita canción de amor. Norteña, sí, pero sutilmente, con ese trombón (el arreglo de metales es completo, clarinete, trompeta, tuba, pero qué quieren: el trombón nos remite de inmediato a banda del norte) y ese acordeón que se pone virtuoso hacia el final, en las manos de Benjamín Rivera, de Nortec Panoptica Orchestra. En el norteñismo pacífico se cuela la guitarra de Joan Vinyals, el hombre sabio que presentó Juan Perro en el disco Río Negro (2011), y que toca lo que sea, flamenco o blues o son. Sus giras a dúo ya deberían llamarse Juan y Joan Perro.
Sólo una canción, decíamos. Cuando Santiago Auserón, tras la disolución de Radio Futura a principios de los años 90, decidió ponerse la piel de Juan Perro y convertirse en un cantante a la antigua (más trovador viajero que fetiche de la industria; más letrista que jornalero metido en el estudio de grabación), una de las primeras cosas que hizo fue reivindicar a la canción como unidad de medida, como cápsula de transmisión musical. Casi diríamos que él hace discos (y ha hecho LP) porque no le queda de otra, pero en las píldoras está su exploración de raíces musicales. Lo imaginamos sembrando canciones en Andalucía, en el norte de África, en el delta del Misisipi, en las Antillas. En el territorio amplio de Iberoamérica espiritual.
Ah, sí. Juan Perro sembró “En la frontera” porque iba de paso. A mediados de mayo pasado, en el Centro Cultural Tijuana, presentó su libro El ritmo perdido. Eso no lo habíamos dicho. Ojalá en algún momento el trovador cruce la frontera, dé la vuelta a la esquina y rasque en el territorio hispano del sur de California. Puede resultar muy sabroso.