Huitzilopochtli vs. Coyolxauhqui: la lucha libre desde el inframundo
La visita a una arena de lucha libre se convierte en un ritual casi místico, antes de entrar ya huelen los tacos y el vapor de su sabor llena la entrada del lugar atiborrada de gente y revendedores de boletos que no pierden su oportunidad para hacer su agosto. Adentro, lo primero que recibe a los espectadores es un local con todo lo necesario para hacerte un verdadero fan de la lucha, que lo mismo ofrece las mascaras de algunos de los ídolos del ring que los stickers para tu laptop.
Este año el vestíbulo de la Arena México se vistió de gala con un altar a propósito del día de muertos, con algunas fotos de luchadores famosos acaecidos. La gente busca sus butacas con ayuda de los acomodadores. Toman asiento y con el ring a la vista…¡BAAAM! La música resuena en el recinto y comienza la primera pelea.
Desde que baja cada luchador por las escaleras para llegar al ring, es perfectamente evidente quién es técnico y quién es rudo. Sus cuerpos musculosos, no solo hablan de una estética determinada sino del gran esfuerzo y de la disciplina física que implica ser un luchador. Hay una especie de sensación eufórica cuando cada enmascarado entra al ring: de algún modo dejan de ser deportistas o acróbatas para convertirse en figuras místicas que saltan y aplican sus mejores llaves al contrincante.
Es también notable quienes son los más populares. La gente les aplaude y aclama. Los impopulares pasan del sencillo “Buuu”, hasta una mentada de madre. En este contexto, funciona más como un aliciente que como un insulto.
La sorpresa del público es evidente ante los luchadores mini, quienes midiendo menos de un metro, hacen todas las llaves y acrobacias dignas del más veterano luchador. De entre todos ellos, Microman se lleva los aplausos y el reconocimiento de todas las almas en la arena. Su cuerpo vuela por el ring cayendo en el cuello de su contrincante, llevándolo a la lona y dándole el triunfo a los técnicos. Las monedas en agradecimiento por la gran pelea no dejan de caer hasta un buen de rato después.
Las luchas continúan. La temática de la noche es Huitzilopochtli vs Coyolxauhqui, el sol contra la luna, en la ya tradicional lucha de día de muertos organizada por el CMLL. La lucha estelar tiene a conocidos luchadores: La Park, Michael Elgin y Diamante Azul, son los representantes del dios de la guerra mexica, mientras que el Último Guerrero, Penta 0m y King Phoenix, son los elegidos por la diosa de la luna para combatir por ella. Las luces se apagan por completo. Salen los “dioses” con sus cuerpos fosforescentes bendiciendo, irónicamente, a los luchadores que se juegan su dominio en el cuadrilátero.
Último Guerrero comienza duramente la pelea poniendo en aprietos a los técnicos. El público está dividido. Algunos alzan sus manos y gritan: “¡Uh, uh!”, en apoyo a los rudos; del mismo modo, las porras con las acrobacias de La Park o Diamente Azul, no dejan de hacer vibrar a la catedral de la lucha libre. Como en la leyenda mexica, Huitzilopochtli termina obteniendo la victoria. Los rudos son desterrados del ring a golpes por los esqueletos que los llevan al inframundo.
La Arena México termina su jornada del viernes 2 de noviembre con su propuesta temática del Día de Muertos. Y no sólo es un espectáculo temático, sino que representa una estrategia novedosa del CMLL por intentar captar otro tipo de público y cambiar la percepción de la lucha libre.
De manera general, la cultura se concibe como una cosa abstracta que solo se puede vislumbrar desde la contemplación de las bellas artes. Fuera de eso, están las actividades humanas, que pueden ser tradiciones, trabajo o entretenimiento, pero se les excluye del concepto de cultura. Sin embargo, desde el siglo pasado, numerosos estudiosos—Stuart Hall, entre ellos—proponen que miremos de una forma más crítica lo que concebimos como cultura.
En ese sentido, todo acto humano es cultural. La manera en cómo valoramos estos actos, tiene que ver más con las relaciones sociales, económicas, así como de poder de quienes las realizan. Es decir, el hecho de que consideremos que algo merece una mayor valoración social considerándolo de mejor gusto, es porque el gusto legitima a la élite que la efectúa y para quién es accesible dicha actividad.
Por supuesto, podríamos poner muchos ejemplos de pintores que comenzaron en la pobreza y llegaron a ser grandes. Sin embargo, es todo un sistema artístico el que se beneficia en precios de ventas y al que le favorece decir que hay ciertas actividades que valen mucho más que otras.
Volviendo a las luchas y desde esta perspectiva, se podría decir que su consideración y cliché de definirlas como algo menor, de entretenimiento vulgar y no dignas de ser objetos de estudio más que por algunos antropólogos sociales despistados, tiene más que ver con la clase social que ejerce esta actividad que por la actividad misma de la lucha.
Controversial, ¿no? Bueno, aunque es un tema para una discusión amplia, el CMLL se ha notado que se debe expandir el mercado. Comenzando por una estrategia comercial que busca vincular a la actividad luchística como una experiencia cultural que está vinculada a la vivencia de lo mexicano.
Su directora comercial, Sofía Alonso, tiene en mente esta nueva fase del CMLL. Mandando a parte de sus luchadores estrellas como Atlantis, Blue Panther, el Negro Casas, Templario, al museo, logra hacer que sus afiches aprendieran el conocimiento antropológico e histórico sobre las culturas prehispánicas que iban de cierta manera a representar en el ring.
Sofía Alonso, nos cuenta de esta propuesta: “Los ilustradores que nos ayudan en la función del Día de Muertos, colaboran con investigadores del Museo de Antropología. Ellos proponen cada año un mito de una cultura diferente y nosotros lo representamos en las funciones del Día de Muertos. A partir de esta colaboración, se intenta crear una sinergia para atraer el público que viene al museo y puedan venirse a la Arena México y, por el otro lado, logra hacer que la gente que viene a la Arena vaya también al Museo de Antropología”.
Dicha propuesta más que crear una campaña visual, se convierte en un desplegado para retomar el valor simbólico del ejercicio de la lucha libre y volverlo un recurso identitario que se haga indispensable como experiencia cultural de lo mexicano.
Sofía Alonso: “La lucha libre y la manera de crear personajes, es una tradición que lleva haciéndose por muchos años. El espectáculo luchístico es esencial del corazón del mexicano; en el inconsciente colectivo hay muchos elementos que provienen desde el México prehispánico. Hoy en día, nosotros estamos orgullosos de que la imagen visual una máscara de lucha libre represente México. Nos hemos convertido al igual que muchas piezas del Museo de Antropología en un claro simbolismo de lo que es la mexicanidad”.
No hay nada más efectivo que imprimirle un simbolismo de identidad a una actividad para hacerla necesaria. Sin duda, nos hace ver que la identidad se construye desde la vida cotidiana, pero también está envuelta entre diversas propuestas que pueden ser resultado de una estrategia comercial.
Ahora, la lucha es también un negocio. Como el fútbol, es una actividad que produce dinero tanto para directivos como para sus ejecutores. Sin embargo, es mucho más que eso. Las y los luchadores se convierten en personajes que libran una pelea entre acrobacias y llaves. También reproducen un espacio donde se juegan las ilusiones, el cariño y la admiración de unos espectadores que afuera del ring ven en el espectáculo luchístico: una epopeya de la vida.
Mostrándonos que todo acto cultural es complejo, siempre económico, pero ante todo simbólico, en su realización existe la ilusión de mujeres y hombres que disciplinan su cuerpo. Crean una personalidad y se exponen al escrutinio del público para, con mucha suerte y dedicación, convertirse en ídolos.
Templario, es un joven que viene de Calpulalpan, Tlaxcala. Las películas del Santo y Blue Demon, fueron su primer chispazo de acercamiento y deseo por subirse al ring. Nadie de su familia o cercano a él pertenecía a la tradición de la lucha. Sin embargo, él decidió que ser un gladiador moderno era su destino. Y así con años de entrenamiento ha llegado a la Arena México.
El joven con máscara blanco y rojo nos dijo: “Poniéndome la máscara y a segundos de salir a la pasarela, me desconecto. Lo disfruto, trato de trasmitir a la gente. Soy rudo, pero a veces la gente me apoya más que a los técnicos. Que un niño te pida una foto es algo impresionante, como a un súper héroe. Y creo que ese tipo de cosas hace que Templario siga con los pies en la tierra y siga creciendo”.
Templario luchó contra Sansón. Fue una disputa reñida. Ninguno cedía: el rudo intentaba disputarle su cinturón al técnico. No lo logró. A pesar de haber ejecutado una gran llave, Sansón logró darle la vuelta y rendirlo en la lona. Así es la vida, a veces perdemos. Los héroes enmascarados sufren la tragedia de la derrota y deben levantarse para el siguiente fin de semana presentarse con todas las ganas puestas en la mira de una pronta victoria.
Hay una especie de magia que se clava en sus cuerpos. Sí, también hay detrás toda una estrategia empresarial. Todo persiste en el mismo momento. La disciplina y el esfuerzo de quien lucha, el empresario que vende entradas y el espectador que desata su furia y le nace la ilusión por ver el triunfo de quien vive en la incógnita, no por esconderse, sino para acrecentar su misticismo.