Por: Aarón Ávila (chicledeletras)
Si algo puede salir mal, probablemente saldrá mal. La Embajada del Ritmo batalló con docenas de detalles que parecían indicar que no haríamos acto de presencia en Guacamaya Festival. La tristeza pronto se convirtió en una resignación con sabor amargo, sin embargo, la vida es una tómbola (Laboriel dixit) y logramos arribar a San Andrés Cholula e hicimos parvada con cientos de extraños que, paulatinamente, se convirtieron en rostros afines, en compañeros musicales y de aventura por una noche.
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El heroico correo aéreo de la isla erró (por primera vez en su historia) y propició una avalancha de pequeños contratiempos que nos obligaron a tomar el último carguero con destino a las costas mexicanas. Retrasados con más de cuatro horas, y después de sortear el afamado tráfico de la zona conurbada del Valle de México, arribamos a la bella Cholula, el crepúsculo dotaba de una aura mística y bohemia a la encantadora ciudad poblana, los accidentes, errores e incidentes se disiparon al mirar el horizonte y divisar el fulguroso resplandor de la famosa Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios.
Caminar entre las calles cholulenses es reconfortante, toparse con gente amable, con una sonrisa dibujada de oreja a oreja, cafés, bares, restaurantes y mucha vida nocturna. Aquí y allá descubrimos fiestas, jolgorio y frenesí. Música en cada esquina, globeros, aroma a elotes y esquites, la noche prometía ser larga.
Frente al Hotel Villas Arqueológicas caminaban decenas de adolescentes con actitud relajada, a unos pasos de la entrada nos recibió amablemente el equipo de Guacamaya. Boleto en mano (y con la llave del hotel en el bolsillo) accedimos a un jardín rodeado por un pequeño mercadito (regenteado por comerciantes y emprendedores locales) que ofrecía deliciosas viandas, elixires mareadores, artesanías, helados y cócteles. La atmósfera era predominantemente de buena onda, el cotorreo que fluía era armónico y desenfadado. A lo lejos sonaban los acordes agonizantes de Churupaca, uno de los actos más interesantes de la noche, estas pequeñas, pero sustanciales notas, inflamaron nuestro espíritu y propiciaron que entraramos en calor.
Lamentablemente, perdimos los shows de Temple Haze, Daniela Spalla, Buena Mafia y Elohim Flamenco Jazz, no obstante, nuestra suerte estaba por dar un giro que, afortunadamente, cambió radicalmente nuestro funesto humor para empatizar con el resto de la tribu guacamaya.
Tras conocer a la triada compuesta por: Ana Jimena Sánchez (directora del festival), Maru Arias y Aimeé Guerra, las artífices principales de esta joya musical y de colaboración multidisciplinaria, e intercambiar opiniones sobre la misión y destino del Guacamaya, procedimos a mezclarnos entre el público y tantear el ambiente. Discípulos irremediables de las bondades de Baco y Euterpe, armados con una chela (así nombran los mexicanos a la birra) nos alistamos para escuchar una de las propuestas que generaban más expectativas entre el público y la misión pocajuta: Salt Cathedral.
Juliana Ronderos lucía ataviada como una Frida Kahlo hipster-posmoderna, Nicolás Losada era todo solemnidad y frescura. Su set fue una mezcla embriagadora de secuencias, loops y armonías endulzadas por la hipnótica voz de Juli. En trance sonoro navegamos por costas sónicas engalanadas por el anochecer. Cuerpos posesos por el implacable espíritu de la música, epilepsia auditiva que se apoderaba inclementemente de los oídos. “No Ordinary Men” y “Move Along” estremecieron a la audiencia, Ronderos brillaba como una estrella extraviada en la Tierra. La primera presentación de Salt Cathedral en México fue un regalo para los melómanos de hueso colorado, sin lugar a dudas, los afortunados testigos sonoros quedamos con ganas de más (los suertudos chilangos gozaron de la energía rítmica del tándem colombiano la noche del lunes tres de abril). Ojalá regresen pronto o visiten la amada isla de Pocajú a la brevedad.
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Con sed de la peligrosas, el estómago contento y las orejas felices, caminamos y conocimos a la gente que hizo de este festival un grato y deleitoso espacio al cual ansiamos regresar. Mujeres, niños y niñas, personas mayores y demasiados jóvenes componían la variopinta parvada por la que transitamos amenamente. El clima fue perfecto, la comida apetitosa, la gente risueña y bonachona, sin lugar a dudas: estábamos en el momento y lugar adecuados.
Tras unas cuantas frías y haber lanzado unos cuantos pasos de baile, amenizados por un DJ eficaz y guapachoso, llegó el turno de presenciar el acto que cerraría la noche: Rodrigo L. Uribe, aka Lengualerta, estaba en la casa.
Beats contestatarios, aguerridos y sabrosos, el respetable cayó rendido ante la cadencia rebelde que emanaba de la tornamesa. Como si se tratara de un pandemonium o una bacanal sonora, la gente brincó, gritó y se contoneó como si no hubiera mañana. El acto del buen Lengualerta estuvo colmado de reivindicaciones políticas y sociales. Vivos se los llevaron, vivos los queremos, gritó enardecido el hiphopero y a su vez el público, por el aire se disipó la semilla de la digna rabia y la esperanza de tiempos mejores. “Reverdeciendo”, “Tu nombre”, “En cada respirar” entre muchas otras, reventaron al público. Fiesta, baile, rabia, solidaridad y esperanza: Lengualerta se llevó la noche y clausuró la exitosa tercera edición de Guacamaya Festival.
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El manto nocturno parecía eterno (a pesar del denostado horario de verano), la buena vibra arropó a todas las personas, la fiesta continuó por un rato más y muchos tuvieron la oportunidad de charlar con sus artistas predilectos. Sencillez, talento y respeto por el público, caracterizó a todos los artistas que, con desenfado y alegría, compartieron risas y birras con sus fanáticos. Salt Cathedral y Lengualerta, además de músicos talentosos, hicieron gala de su humildad y congruencia artística.
Cansados pero contentos tratamos (infructuosamente) de dormir. El firmamento de Cholula lucía coqueto, con sus mejores galas se despidió de todos, el telón finalmente se cerró. Ahora, sólo queda aguardar un año para volver a disfrutar de la experiencia Guacamaya. Gustosamente, y sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que esta vez Murphy se equivocó.
¡Aloha, parvada! Su Alteza quedó congratulado y envía toda su sabiduría rítmica para que ilumine el camino de tan loable festival.
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Agradecemos a Flo Te por el material fotográfico.