FICM : Segunda crónica con ‘Santa Bárbara’, ‘RMN’ y más
Santa Bárbara
Anaïs Pareto parece tenernos acostumbrados a retratos de soledad y dinámicas de amistades o familiares. Sinvivir, su ópera prima, a pesar de retratar temas como el suicidio, es realmente una oda a la vida. Santa Bárbara se aleja de esta actitud vivaz y hasta ambiciosa, pero en favor de reconstruir una dinámica familiar: la de una madre y su hijo.
En Santa Bárbara, a través de su callado y sutil estilo, Anaïs Pareto nos presenta una compleja relación entre seres que no se conocen del todo y cuyas circunstancias los orientan a tener que repensar el vínculo de familia que en algún momento los unió, pero la distancia hizo a un lado.
Protagonizada por las fantásticas actuaciones de Anabel Castañón y Alberto Silva, Santa Bárbara también recuerda que el hogar y la maternidad se componen de personas y esfuerzos, los cuales se deben regar como plantas para evitar su desgaste. Sensible y con pinceladas de crudeza y realismo, Santa Bárbara se ofrece como una bella y compleja propuesta alrededor de cómo se compone una familia y cuál es el lazo que une a una madre con su hijo.
RMN
Cristian Mungiu, aclamado y talentoso director rumano, habla en cada entrega cinematográfica sobre la necropolítica rumana, y aunque estos ejercicios siempre pueden interpretarse a otros contextos, RMN parece ser la primera de sus películas que de forma más clara habla de una situación que engloba más que Rumania, al menos también apela a Europa en su amplitud. En RMN, una supuestamente cohesiva, fuerte y unida comunidad de Transylvania ve éstas características cuestionadas a la hora de recibir a tres expatriados de Sri Lanka en un trabajo que nadie en el pueblo parece querer.
La retórica anti-migrante se hace presente muy rápido, y el pueblo observa su carácter de dicha y amistad lentamente pudrirse y afectar no sólo la dinámica poblacional, sino también las relaciones interpersonales y familiares.
Por si esto fuera poco, RMN también cuenta con un factor indivisible al director, y se trata de su rigor formal. Mungiu es especialista en jamás cortar dentro de la escena, y la película está llena de planos secuencia que podrán ser poco dinámicos en sí (la cámara tal vez está fija 17 minutos), pero no les resta poder y perfección en el progreso narrativo, ya que resulta una elección ultra precisa para no sólo llamar atención a la exposición en pantalla, sino también para que la entrega de ésta resulte especialmente intensa. RMN finalmente es como el director nos tiene acostumbrados, un intenso relato de valores político sociales en constante cambio.
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Pedro
Nadie puede negar la importancia de Pedro Freideberg en la historia cultural del México Contemporáneo (quizá sólo él mismo en una socarrona burla que puede ir de la autocrítica al egocentrismo), pero quizá también es cierto que pocas personas lo conocen. A juzgar por el documental Pedro, incluso podríamos decir que la directora, Liora Spilk tampoco lo conoce del todo. Diez años en filmación, Pedro no sólo es un perfil con idiosincrasia cortesía del excéntrico artista, sino también resalta por su realización y manufactura: a lo largo del metraje, la directora deja en claro que no estaba segura hacia dónde se dirigía el documental, cuándo va a terminar de filmar o concretamente qué buscaba retratar.
Esto no hace de Pedro un relato impreciso o poco certero, todo lo contrario, ya que el documental es un vivaz retrato del artista como un hombre indescifrable, divertidísimo y absolutamente en jaque con su reconocimiento artístico.
Pedro es un documental, sí, pero también es una de las películas más entretenidas, divertidas y enternecedoras que se exhibieron en el FICM, una aguda meta reflexión alrededor no sólo de un artista y su proceso, sino también de una cineasta y su proceso en darle sentido a sus imágenes, a las posibilidades que puede tener. Lejos de la academia y de un perfil de corte formalmente informativo, Pedro es una experiencia absolutamente llenadora de vida.
Armaggedon Time
Roma, película multpremiada de Alfonso Cuarón, vino a sacudir y poner en boga el género de la película vivencial y memorística, donde un director/autor revive sus memorias con un filtro de ficción. Los ejemplos post-Roma —y especialmente los que tratan de parecerse a ésta— tal vez no sean de lo mejor por ofrecer, pero ahí donde éstas no dan el ancho, Armageddon Time entrega con brío y hasta sobra.
Realizado por la siempre sensible mente de James Gray, Armageddon Time cubre nuevamente sus rastros familiares pero principalmente uno: melodrama. Este término, que hoy de forma seguida se utiliza de manera despectiva, en manos de Gray se trata de un finamente labrado relato de tensiones y motivaciones que están protagonizados a la perfección.
Él lo mencionó en entrevista en una ocasión, “el reto es hacer que los personajes se comporten siempre a la altura de sus motivaciones: ni por encima ni por debajo”.
Armageddon Time, título dramático para lo que también es un sencillo relato de la memoria, se aleja de la nostalgia y de actuaciones desmerecidas para entregar a personajes atrapados en sus contextos setenteros de Nueva York: el chico artista cuya familia no entiende sus deseos, el padre exigente y demandante, la madre que carga el peso moral de la familia.
Ambientada en la transición gubernamental de Jimmy Carter a Ronald Reagan, como presidentes de Estados Unidos, Armageddon Time destila emociones y problemas sociales sin aleccionar ni dar soluciones a ninguno, más bien reflejando cómo afectan íntimamente a los personajes involucrados.
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