[#Ensayos]: La paradoja del ‘orden y progreso’

La esclavitud brasileña y la paradoja del ‘orden y progreso’  

Eduardo López (@Fmercu9)

 

“El amor por principio, el orden por base, el progreso por fin”, sentenció Augusto Comte. El axioma positivista condujo el andar de los incipientes estados-nación latinoamericanos; muchos recién habían cortado el imperial cordón umbilical y deambulaban en las vicisitudes de la vida independiente, los remanentes del ‘status quo’ colonial y las fronteras borrosas. El porfirismo, de mera inspiración francesa, acogió el mentado aforismo positivista como eje rector de su proyecto de nación. Mismo caso en la Argentina de Julio Argentino Roca. Y en el Brasil post-colonial; el Brasil de las perennes paradojas: el gobernado por el cacicazgo, el que proclamó su independencia regidos por el primogénito del antiguo monarca, el que se apropió el ‘orden y progreso’ comtista al tiempo que su combustible era la esclavitud. Orden, sin progreso.

Brasil fue el último estado-nación, constituido en aquel entonces, en abolir la esclavitud. Fue el 13 de mayo de 1888, cuando la princesa Isabel firmó la ‘Ley Aurea’ que extinguía, legalmente, toda explotación laboral, desde los rincones del Amazonas hasta la región gaucha. Hasta ese entonces, los cimientos de la economía acumulativa caciquil que dominaba al Brasil habían sido cavados por el esclavismo. Brasil estaba dividido en 17 ‘capitanías’ subrogadas a caciques al servicio de la corona portuguesa. Tal sistema era el método que Portugal, reino diminuto, había implementado para explotar un territorio tan vasto (90 veces mayor a él) como rebosante en recursos naturales. Siendo la esclavitud vital para la preservación del sistema de castas imperante en el Brasil colonial e imperial, la abolición precipitó la caída del régimen. Las fuerzas sublevadas de Deodoro da Fonseca depusieron al vetusto Pedro II y el Imperio Brasileño devino en el republicano Estados Unidos del Brasil. El golpe, apoyado por los mandamases esclavistas que habían sido colmados por la monarquía, fue una paradoja más en el Brasil incomprensible: una dictadura militar (habría que irse acostumbrando) maquillada de democracia, arengada por los otrora beneficiarios del antiguo régimen, los veladores del ‘orden sin progreso’.

Apuntó María Pestaña que, no obstante un paso gigantesco en la consolidación de un Estado moderno, la abolición de la esclavitud, sin embargo, no derrumbó el orden establecido desde la colonia: la superioridad (de facto, prejuiciosa, a base de poder y miedo) del blanco sobre el negro. Orden, siempre lo hubo, que no progreso. El esclavo no estaba preparado para ser un trabajador libre: “no poseía los conocimientos técnicos ni la autodisciplina del asalariado”. Y si bien, las leyes antecedentes a la abolición definitiva vislumbraron la disminución gradual de la esclavitud y la socialización de los mismos – la Ley Vientre de 1871 que otorgaba a los hijos de esclavos la libertad en el justo momento de su nacimiento- la libertad no conllevó la integración social del esclavo. En el nuevo Brasil, el ideal que había hecho sucumbir el régimen monárquico nunca pudo con el viejo orden heredado de siglos de colonización. La génesis de la república del ‘orden y progreso’ era incapaz de destruir el orden cuya represión había engendrado su nacimiento.

El trabajador negro, desprovisto de toda ayuda estatal, quedó varado, marginado. Libre era, pero no existía. Esclavo nació, esclavo creció, pero no sabría cómo había de morir, ni quién era en aquel instante. El mundo que le había asignado una función a cumplir ya no existía. El régimen esclavista no le formó para ser un individuo sociable, sino un trabajador sometido; no le enseñó a vivir la vida, sino a obedecer órdenes, y poner la suya al servicio del que le adueñaba. Al imperar el orden establecido, el ‘negro’ quedó relegado de las conquistas económicas del Brasil industrial; entonces, primer importador mundial de café. Fueron, precisamente, los amplios plantíos de café, quienes atrajeron oleadas de inmigrantes que robustecieron las ciudades del litoral atlántico: entre 1877 y 1903, casi dos millones de inmigrantes europeos se asentaron en Brasil. El café y la inmigración echaron a andar la maquinaría brasileña.

La abolición de la esclavitud fue el primer trazo de la democracia palpable en Brasil. El segundo fue el fútbol. La práctica del juego, de corte elitista, incluso a su arribo en Brasil, fue un método de emancipación, mucho más escandaloso que las huelgas y las marchas. Escribió Fabio Frazini que el hecho de que los negros jugaran al fútbol significaba, por un lado, la apropiación: “nosotros lo hacemos mejor que tú”, y la aspiración: “nosotros podemos ser igual que tú”. Cuando los ‘negros’ encontraron en el fútbol el espacio “libre y diverso” que definió Lahud, siglos de marginación y esclavitud habían quedado atrás. Sólo hasta ese entonces, Brasil pudo vivir bajo el orden y el progreso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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