'Competencia Oficial': El narcicismo del actor y el absurdo del cine

'Competencia Oficial': El narcicismo del actor y el absurdo del cine

Foto cortesía Espinof

Foto cortesía Espinof

Un empresario español multimillonario busca darle un significado a su fortuna, materializarla en algo que valga la pena. Tal vez un puente que lleve su nombre o, mejor aún, una obra fílmica. El objetivo es claro y conciso desde los primeros minutos del largometraje: hacer la mejor película, con la mejor historia, la mejor dirección y los mejores actores.

Lo que termina encajando con tal ambigüedad es la adaptación de un best seller de enredos familiares, dirigido por una directora excéntrica y tenaz como Lola Cuevas (una magistral Penélope Cruz), y a dos actores de talento y ego tan grande que es casi imposible juntarlos en una habitación: Iván Torres (Óscar Martínez) y Félix Rivero (Antonio Banderas).

Hay mucho que decir acerca de Competencia Oficial. En primer lugar es que esta cinta hace justicia a algo tan esencial, pero con frecuencia olvidado en las grandes producciones, como lo es el trabajo actoral. Aquí el ejercicio de la interpretación tiene gran peso, tanto dentro como fuera de la ficción. 

“El factor más único en una película es la capacidad que tienen los actores de suscitar emociones”, afirma la dupla de directores argentinos, Gastón Duprat y Mariano Cohn, refiriéndose a esa capacidad de generar llanto o risa; en este caso predomina la segunda, tratándose de una comedia, una muy inteligente. Género que extrañamente vemos en una competencia oficial de un festival como la Biennale de Venecia, y esto se agradece. 

Foto cortesía: Esquire

Foto cortesía: Esquire

Competencia Oficial es también una sátira hacia el quehacer del cine. Pero no sólo es una película acerca del proceso de hacer un largometraje, sino que se centra en la auto-burla de las manías, idiosincracias y vicios de aquellos que crean el séptimo arte. Una especie de introspección descaradamente irónica de los egos y sus figuras principales; los mismos que solemos aplaudir y admirar en las alfombras rojas. 

“El éxito está mal visto, si lo tienes, algo habrás hecho. Hay un cierto resentimiento colectivo […] Los actores suelen estar más adiestrados a la relación con el público, mientras que los autores son a menudo presas de cierta fobia, pero ambas profesiones comparten “la vanidad”. El problema es cuando todo se reduce a eso. Es inevitable, pero se trasciende cuando se está al servicio de grandes obras e ideas. Si no, eres un fantoche”.
Foto cortesía: La Katarsis del Cine Español

Foto cortesía: La Katarsis del Cine Español

Iván Torres parece encarnar esta misma declaración que años atrás haría el mismo Óscar Martínez para el diario El País, tras presentar El ciudadano Ilustre (2016), película también dirigida por Duprat y Cohn. El papel que interpreta Martínez en Competencia Oficial le da vida a uno de esos resentidos que no soportan a los fantoches.

“No soy del tipo de actores latinos que busca darle un tinte de gloria a su país con una estatuilla en esas atracciones de circo”.

Él, un profesor ilustre, refinado, hijo del viejo método teatral y su radicalismo, frente a lo que se presume como su antítesis: Félix Rivero. Fiel devoto de Hollywood, embriagado por su éxito con el público, y tan famoso que podría llegar a salvar la especie del delfín rosa.

Por muy contrarios que parezcan, en el fondo no lo son. La vanidad y el narcisismo se encuentran, tanto en el recibir un premio y pavonearse por ello, como también en el acto de rechazarlo. Aquí lo que cuenta es demostrar. 

En pro o en contra de los caprichos de la industria, Félix e Iván comparten el mismo deseo: el reconocimiento. Tan pronto se plantea esta premisa, los que estamos en la butaca descubrimos que tampoco somos tan distintos a los personajes de los que nos reímos en pantalla. La risa como síntoma de la empatía.

Foto cortesía: Sensacine

Foto cortesía: Sensacine

En esta búsqueda continua en la que se trituran premios Goya, se hacen ensayos con una roca de cinco toneladas suspendida sobre la cabeza, y se lanzan insultos a unos cuantos centímetros de la cara, se desdibuja la línea entre lo que es real y juego. El papel del actor parece no quedarse únicamente en un escenario o en un set de cine, trasciende esos espacios comunes que pretenden encerrarlo.

“¿Cuándo termina una película? Ahora, ¿cuando aparece “fin” en la pantalla?, ¿cuando vemos los créditos?, ¿cada vez que la recordamos o la volvemos a ver?”.

Lola Cuevas se lo pregunta después de lo que parece una Odisea. Y tal vez se lo pregunte también la misma Penélope Cruz enfundada en esos rizos pelirrojos, después de tantos años de carrera.

“…Hay películas que pueden no terminar nunca”.
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