Le ha costado a la mujer una dura castración convertirse en hombre, en proveedora, en madre, en profesionista, en ama de casa, en esposa… La vida de la mujer liberada parece abrumadora porque su liberación le sirve para, entre otras cosas, hacer más pesadas sus cargas, entonces abandona al hijo y a la casa y al marido y prospera en el plano profesional, pero en adelante su hijo será un joven desorientado, su casa se derrumbará y, como su marido ha sido siempre un inútil cuyo machismo prohibió aprender asuntos de viejas, su familia dejará de ser funcional, y ocurrirá, pues, lo mismo con la base de la estructura social. Antes que buscar ser como los hombres algunas feministas debieron buscar un sistema en que ambos trabajaran en el ámbito remunerado y también en el hogar. Su iniciativa debió enfocarse en principio a mujerizar a los hombres.
Una grave equivocación que comete nuestro sistema es permitir que los hijos de madres en extrema pobreza mueran y que sus hijos vivos se conviertan en delincuentes, en jóvenes asesinos que terminan asesinados. En una sociedad en que las madres no tienen la posibilidad de estar cerca de sus hijos para arroparlos y cuidarlos, porque parieron en condiciones de pobreza, no vale la pena pensar en el concepto de hogar y mucho menos en el concepto de liberación femenina.
Un error que comete la mujer es maltratar a sus hijos. Los índices más altos de maltrato infantil los eleva la violencia de las madres hacia sus críos. Y no voy a extenderme en este tema, pero voy a decirles algo: una mujer que maltrata a su hijo está criando al maltratador de mujeres. Y valdría la pena detenernos como personas, no como machos ni como hembras, a reflexionar sobre este punto. Quien maltrata a una persona está engendrando a una persona maltratadora. Omitiré también los indecibles maltratos que el hombre es capaz de propinar a la mujer. El hombre maltratador se unió a la madre maltratadora y la separó del hogar.
Un error más es no ser solidaria con otras mujeres, ser machista y despreciarse a sí misma, manifestar ese desprecio enemistándose con las otras mujeres, hablando mal de ellas, tratándolas como inferiores al hombre. Colocando siempre la verdad del hombre por delante de la de la mujer, dándole su voto de confianza a la palabra masculina y descalificando la femenina. La mujer no ha sabido liberarse de su propio prejuicio machista.
No estoy aquí para hablar mal de los hombres, -conozco a tipos mucho más empeñados que yo en defender a mi género- pero es una verdad innegable que en su afán dominador el macho ha divido a las hembras. Divide y vencerás, dicen. Por lo tanto, las relaciones entre mujeres suelen ser ríspidas, competitivas, machistas, no solidarias.
Hay, por suerte, mujeres que pueden ser buenas amigas y compañeras de trabajo, y yo conozco a muchas.
Todo esto viene a cuento porque quiero dejarles aquí un texto mío, que además tiene una anécdota chistosa y es que hace tiempo lo publiqué con un seudónimo masculino. Este texto recibió sendos comentarios de dos ilustres señores, quienes, por cierto, han hecho caso omiso a la obra que yo con mi propio nombre he publicado. Se trata de un breve texto apátrido pero provocador, escrito en primera persona por un personaje femenino. Espero que lo disfruten:
Volver al Hogar
Retomar mis tareas de costura y bordado es desde aquella maldita liberación un sueño imposible. Mi profesión me absorbió la vida como una plaga centenaria de rémoras, ojalá pudiera volver al macramé. Aquellas labores mujeriles que tantas y tantas veces desdeñó mi marido, eran lo mejor que yo podía hacer.
Si me preguntaran ahora, preferiría ser la mujer que aprendió a cultivar las plantas y a alimentar el ocio de los hombres, que volvió al hogar y crió a sus hijos, que por su maternidad fue vituperada y bendecida. Yo preferiría dedicar mi vida al hogar y dejar de preocuparme por fruslerías, dejar de perder mi tiempo en la oficina, aprovechar la tecnología que ellos inventaron y escribir libros en una veloz computadora, desde mi casa, inventar un par de torres que superen a las Petronas, confirmar decisiones estratégicas desde el teléfono de la cocina, además de inventar métodos de seducción para divertirme con mi marido, es todo lo que yo quisiera hacer… y aquí me ven, confinada en esta ridícula oficina, en esta estructura edificada sin el menor gusto, con una bola de compañeros flojonazos e insufriblemente apegados a la música que promueven las principales televisoras y al gusto por hablar mal del prójimo… ¿qué clase de liberación es esta?
Sustituir al hombre en este sistema inventado por los hombres, de cuyo statement general actual gracias a dios no se nos echa la culpa a las mujeres, (una calumnia más sería insostenible) me parece una total contradicción.
Los hijos suelen ser ejemplares cuando una buena madre y un buen padre los saben educar; en estos tiempos estos casos escasean, y los hijos drogadictos se multiplican. Desde que vino esa mentada liberación las madres han desaparecido de sus hogares y los niños andan solos…
Creciente es la madre pobrísima de niños que más tarde se convierten en delincuentes.
Muchas mujeres han sufrido tantas vejaciones en sus casas que prefieren salirse de ellas. Luchan desaforadamente por hacer una carrera que les dé independencia económica y tiempo para estar en la calle; la integración femenina a la burocracia tiende a generar un caos social, aunque no sabemos si las consecuencias de éste a largo plazo sean del todo maléficas. Generación tras generación escucharon al hombre cernir maldiciones y temores sobre la figura femenina, echar por la borda la importancia de las labores mujeriles, de las cuales siempre se expresó con desprecio. Filósofos altamente respetados imprimieron en sus libros inmortales una serie de infundios y supercherías sobre la inferioridad de las mujeres, cuando en aquellos años las labores mujeriles eran la cocina, la costura, la educación y la crianza de los hijos, el hogar, la generación de arte e ideas, la fundamentación de una sociedad equilibrada y justa, respetuosa de la naturaleza y de las diferencias, juzguen ustedes si estas tareas son despreciables.
Yo, en lugar de todas las mujeres me amarraría los pantalones y volvería al hogar, además lucharía desde mi trinchera en contra de este sistema sin sentido que inventaron los hombres.