De lo etéreo a lo divino, Ensamble Zephyrus
Inexplicablemente suele haber un prejuicio en contra de la música clásica, generalmente se asocia a los valores culturales y al poder adquisitivo de las clases altas. Tal situación hace que los públicos masivos se alejen de la disciplina y, por lo tanto, haya una crisis dentro de todo el engranaje que mueve a la maquinaria de una de las ramas más insignes de las bellas artes.
En el mundo del arte y el entretenimiento, es de dominio público que las audiencias deben construirse sobre la base de un diálogo continúo y con una perspectiva que vaya de acuerdo con los tiempos en turno. A pesar, de la impopularidad del género, de los escasos recintos que sirvan como palestra de los artistas emergentes y del poco o nulo interés del grueso de la población, la música clásica sobrevive y se aferra a su subsistencia en medio de un mundo plagado de productos prefabricados y con expedita fecha de caducidad, tal es el caso del Ensamble Zephyrus.
El Salón del Consejo Universitario de la Universidad de Guanajuato fue el recinto perfecto para albergar las excelsas habilidades técnicas de este quinteto conformado por: Laura Gracia (flauta), Héctor Eduardo Fernández Purata (oboe), Heather Millette (clarinete), Michelle Lee Pettit (corno francés), Ariel Rodríguez Samaniego (fagot) e Israel Zárate Esparza (clarinete bajo) como músico invitado. Cabe destacar que la mayoría de los virtuosos son músicos de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.
Su recital cubrió obras de los compositores franceses Claude Arrieu y Jean Françaix, así como de los maestros checos: Pavel Haas y Leoš Janáček. Allegros, preludios, risoluto, andante, melodías que adentraban a los asistentes en una burbuja etérea y los alejaba paulatinamente del mundanal ruido cotidiano. Si la ascensión al paraíso fuera musicalizada, seguramente escucharíamos alguna de las versiones del Ensamble Zephyrus.
El silencio sepulcral que el público mantenía sólo era violentado por los dulces acordes que emanaban armónicamente de los instrumentos de los diestros ejecutantes. El programa con el que arrancaron las ovaciones del público se titula “Música para seis” el cual es un recorrido por la obra de compositores que desarrollaron su carrera a inicios del siglo XX.
Las penumbras del Salón del Consejo ofrecieron una atmósfera taciturna que era transmutada completamente con la irrupción de los veleidosos acordes y las notas del oboe, la flauta, el clarinete y el fagot. El grueso de los asistentes lo conformaban parejas de estadounidenses jubilados, sus cabelleras pintadas de blanco y su pétreo semblante los delataban; además de los norteamericanos sajones, la variopinta audiencia se complementó con estudiantes, algunos adultos jóvenes y uno que otro curioso.
El éxito del recital se debió en gran medida al extraordinario desempeño técnico de los concertistas. Fuimos testigos del derroche de talento depurado en sincronía con férrea disciplina y exhaustivas horas de ensayos. Evidentemente, es considerable el interés del Ensamble por crear nuevos públicos y, de paso, dar a conocer la obra de grandes compositores a los grandes públicos. Los afortunados asistentes a “Música para seis” pueden afirmar sin tapujos que escucharon un pedacito de la sinfonía celestial que se toca todos los días en el Paraíso