Cobertura Ambulante: ‘Yermo’
En el quehacer de Everardo González siempre existe algún factor que incomoda. Ya sea porque nos muestra personajes que infringen la ley y aún así nos simpatizan, hasta al punto de admirarlos. O bien, porque somos testigos de crudas experiencias contadas por ex sicarios, víctimas y familiares, siendo capaces de empatizar con ellos, más allá de sus actos. Al final terminamos sorprendiéndonos de la ruptura de los propios prejuicios éticos o morales que cimentamos en torno a una figura humana.
Despojándose de toda acusación maniqueísta, el tipo de documental que crea Everardo González demanda a un espectador activo. Los temas servidos, así como su enfoque, generan reflexiones que superan las fronteras de la sala, y se cuelan hasta debajo de la almohada.
Yermo no es la excepción, pero su mensaje es aún más sutil, sobre todo, si se tiene la pretensión de hallar una premisa muy rebuscada. En comparación con los trabajos previos del director mexicano, donde los argumentos giraban en torno a cuestiones socio-políticas, conflictos armados, y fenómenos que desenmascaraban la violencia nacional, este documental nos posiciona como fieles observadores de la cotidianidad humana. Un recorrido por 10 desiertos distintos, de países entre los que se citan: México, Estados Unidos, India, Perú, Chile, Marruecos, Namibia, Islandia, y Mongolia.
Viñetas conformadas por miradas, reacciones, conversaciones casuales, y algunos rostros que confrontaron el lente por primera vez.
Durante la entrevista realizada en el programa de ‘El cine y’, Everardo comentó que el proyecto surgió como resultado de acompañar al artista visual y paisajista, Alfredo De Stéfano, en 2013. La idea de concebir un documental no estaba presente, mucho menos se había definido una línea narrativa específica. Tras llevar a traducir el material para comenzar con la fase del montaje, descifraron el común denominador: los individuos a cuadro hablaban de ellos, de los documentalistas, así como del artefacto que los grababa.
Las diferencias raciales, culturales y geográficas pasan a segundo plano, y el afán por hacer una clara distinción de pensamiento se anula ante una premisa como esta. Así, se revelan dos puntos de vista: el de quien sostiene la cámara, y el del sujeto observado.
Las situaciones improvisadas y casi cómicas, derivadas de la espontaneidad de los personajes retratados, en contraste con encuadres meticulosos de paisajes poéticos, podrían vislumbrar una crítica hacia la figura del documentalista y su exotización de las culturas del Medio Oriente u otros pueblos que representen “la alteridad”. Sin embargo, aquí, como lo mencionó el director, se hace una suerte de etnografía a la inversa. Quien es sembrado en el desierto es el realizador cinematográfico. El mismo que, con una cámara y una mirada occidentalizada, hace del residente un extranjero, cuando en realidad sucede lo opuesto.
La palabra yermo hace referencia a aquel espacio inerte, seco y empobrecido. Paradójicamente es en estas zonas donde se originan las civilizaciones. En las condiciones áridas, en los desiertos, las religiones y los pensamientos, aún sin compartir un mismo lenguaje, encuentran una forma de florecer.