Es lunes, son las seis de la mañana y tienes ganas de ir a clases. Olvidas que dormiste menos de cuatro horas y que no hiciste la tarea. Al final no importa, tu mente solo gira en torno a esa persona, aquella que esperas se siente junto a tí. Te habías prometido que no iba a volver a pasar, pero eso no lo decides tú. Dentro del cerebro ciertos procesos químicos llevan a lo inevitable: te estás enamorando. Este sentimiento está en nuestras cabezas, no en la imaginación, sino en sustancias capaces de generar placer, apego y adicción; tener química con alguien adquiere un sentido literal.
Cuando vemos a la persona que nos gusta, nos sentimos bien sin saber realmente el porqué. La razón es que el cerebro libera dopamina un neurotransmisor asociado al placer. La activación de esta sustancia está relacionada con una gran euforia y con la adicción a drogas como la cocaína. Nuestra corteza cerebral desarrolla una necesidad por este neuroquímico, por lo cual queremos ver a nuestro crush con mayor frecuencia.
Las cosas van por buen camino y la invitas a salir. Planeas una tarde sencilla, pero momentos antes de reunirte con ella, tu corazón empieza a palpitar incontrolablemente y gotas de sudor se resbalan por las manos. Esto ocurre gracias a que el cerebro manda una señal a las glándulas suprarrenales, para generar adrenalina, epinefrina y norepinefrina. Químicos que provocan excitación intensa en el cuerpo.
Si necesitas ayuda, el chocolate puede ser un buen aliado. Éste contiene una sustancia llamada feniletilamina, la cual potencializa y regula la liberación de dopamina y norepinefrina. Es por esto que consumir este producto genera una sensación agradable y similar a estar enamorado.
Helen Fisher, una de las antropólogas más reconocidas en estudios relacionados con el amor, expresa que este sentimiento es un afán del cerebro por ser recompensado. También explica que el uso de la cocaína y una relación amorosa activan la misma región del cerebro. Esta zona se llama VPN, que significa Área Tegmental Ventral, y parte del sistema de recompensa cerebral asociado con la motivación y el deseo. En este punto se refuerza el apego con alguien.
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Si la relación progresa, inicia un proceso de vinculación guiado por la oxitocina producida en el hipotálamo. Esta sustancia se encarga de promover la confianza y el afecto entre las personas, por lo que refuerza el compromiso y resulta de gran importancia a largo plazo. Cuando el nexo entre ambos individuos continúa y se fortalece, el Pallidium Ventral asociado con la monogamia aumenta su actividad.
¿Por qué esta serie de procesos neuroquímicos se ha convertido en lo que conocemos como amor? El filósofo francés Yann Dall’Aglio define este sentimiento como el “deseo de ser deseado”. Un concepto que se ha redefinido gracias a la modernidad y al individualismo. El sistema de recompensa cerebral y la norepinefrina provocan una obsesión basada en el anhelo, ante el cual se responde “histéricamente coleccionando símbolos de la deseabilidad”.
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El sistema de recompensas y su asociación con la motivación y los deseos son clave para entender el amor contemporáneo. Como expresa la doctora Salobral Martín en su estudio Amor: Verdad o Consumo (2015), “el capitalismo mercantiliza todo aquello que sea programable para ser deseado, y de manera agustiniana al deseo amoroso mismo, lo expone y publicita repetidamente en calidad de complemento insustituible de nuestra existencia como seres inacabados”.
Chocolates, perfumes, ropa y el mismo amor son vendidos como símbolos de la deseabilidad. Diseñados para llenar el vacío creado por la necesidad de satisfacer deseos originados a través de procesos químicos en zonas específicas del cerebro. El problema es que el individuo queda atrapado en un ciclo interminable de anhelos insaciables promovidos por la sociedad del consumo, como explica Gilles Lipovetsky en su libro La felicidad paradójica (2007).
El mercantilismo y la cultura del consumo inundan los huecos provocados por una tendencia inconsciente al deseo. Se vende al amor como un elemento indispensable para completar al ser y alcanzar una vida plena y feliz. Un ideal que por definición solo puede existir hipotéticamente. Pero detrás de los carteles y comerciales románticos, el amor se reduce a una simple cuestión de química entre dos personas.