Si la humanidad fuera bondadosa no tendríamos porque defenderla de si misma. En el mundo, las mayorías han quedado bajo los niveles más bajos de pobreza. Ante estas condiciones, mejor una paja en el ojo: Largos cinturones donde todo derecho se desconoce, sobre los cuales se cometen siempre las peores faltas. Donde la mayoría de los delitos queda impune. Si los derechos que merece una persona se incumplen repetitivamente en sitios diversos del mundo, entre diversas razas, es porque hay una sociedad que no mira hacia ella, porque hay una bien nutrida pero minoritaria humanidad, que pasa ciega, pisoteando a todo un enorme sector y hace como que no se da cuenta. Sobre las bases recae toda la corrupción, los cinturones se ensanchan en respuesta ante la presión que ejerce la creciente panza de la sociedad de consumo. Una sociedad que alimenta a sus bases insuficientemente tiende a dispersarlas hacia el terreno delincuencial, el cual suele ser mucho más fértil que el duro, mal pagado y escaso territorio laboral que ocupan.
“La ley injusta no es ley”, dirían los iusnaturalistas. Ya que existen principios de moralidad inmutables y reconocibles por cualquiera que tenga uso de razón, y que el hombre de ley debe ser coherente con lo que legisla, entonces ¿Por qué quienes legislan siguen desatendiendo la injusticia de la ley hacia las bases?¿por qué la ley fortalece al que es fuerte y debilita al débil? Pues bien: es ardua la tarea de defender de sí misma a la humanidad.
La maldad como una condición innata en la humanidad es un concepto insertado por los sistemas de manipulación en su incontenible latrocinio; religiosos y políticos inocularon a las masas una necesidad de seguir a un líder, a un patrón, a un amo, a un ente supremo que los salvara del mal al que su condición humana, femenina, niña, pobre, negra, indígena, sexualmente diversa, migrante, latina, los ha condenado. La supuesta maldad de una persona es un excelente pretexto para violar sus derechos humanos. En América el genocidio injustificado encontró una justificación en la cristiandad. Encontró la maldad en la herejía o en los rituales de sacrificio de sus habitantes. Encontró justificación en la insubordinación, y hasta nuestros días ha encontrado justificación en la ley injusta. Pero la maldad que desata la codicia imperante de la bellas tierras, de los tesoros naturales y humanos, del poder político y económico, es mucho mayor, aunque, paradójicamente, está contenida en la paja que ha caído en el ojo de la historia. Por eso es importante que los humanos abramos bien los ojos y seamos observadores de que nuestros derechos sean defendidos.