Hoy platiquemos de la noche. Resulta que la magia de Recife también tiene mucho que contar. Fuimos a caminar en las calles de Recife, alumbradas y adornadas con canales y puentes de primer mundo, pero con colores muy distintos. Escenas muy coloridas y escenas muy grises, espacios muy alegres y espacios muy tristes. Me acompañó a rodar y vimos de todo. El camino empezó cuando salimos de uno de los centros comerciales más importantes de aquí llamado Shopping Recife. Fuimos no de compras, o sea sí. Pero no de las típicas. Fuimos a la tienda de la FIFA en busca de boleto del juego entre Alemania y Estados Unidos. Y aunque no cumplimos el objetivo, conocimos una nueva zona de aquí. La caminata nos ilustró con edificios de otro nivel pero nada ostentosos. Hasta ahora nada se iguala con lo que vemos en México. Aquí nada te brinca a la vista. No hay grandes coches ni grandes lujos. Támpoco grandes casas o departamentos, pero algo te puedes encontrar.
Al encontrarnos con nuestros compañeros, cenamos la comida típica, y entre carne y caipirinhas, disfrutamos del cierre de la noche. Ella una vez más me veía maldiciendo el momento en que nació sin boca. Moría de celos extasiada por mis gestos y ademanes al momento de comer. Pobre de ella, la Brazuquita. Ella vino al mundo a lo que vino, a rodar y a acompañarme a Brasil.