'Al Borde': Los rebeldes de la arquitectura
En un mundo obsesionado por el dinero, pensar la arquitectura como construcción de identidades colectivas es un acto de rebeldía radical. Al Borde es un grupo de cuatro arquitectos originarios de Quito que buscan romper con el sofocante academicismo que le ha enseñado a sus estudiantes que las fórmulas son más eficientes que los experimentos y que los errores son sinónimos de fracaso.
En 2007, Pascual Gangotena, David Barragán, Marialuisa Borja y Esteban Benavides decidieron abrir un despacho cuya visión se enfoca en el proyecto como proceso de aprendizaje, en donde cada decisión se toma en conjunto, considerando las distintas subjetividades de las personas que habitarán ese espacio en el futuro.
El discurso ideológico de Al Borde surge de la necesidad de reconectar con la sabiduría local de los lugares, pues están interesados en reinventarse cada vez que se aproximan a un proyecto nuevo. El elemento más importante en su práctica es la flexibilidad, esa disposición de modificar conceptos y hacer los cambios necesarios con tal de que el diálogo con sus clientes permanezca siempre abierto y honesto. Para ellos la participación es un verdadero modelo de inclusión y corresponsabilidad, y creen fuertemente en encontrar lo extraordinario dentro de lo cotidiano.
El libro, editado por Arquine, está escrito como una suerte de manifiesto artístico, Desahogos es uno de los primeros textos. Casi al final, después de haber admitido su atracción a la radicalidad y a la libre experimentación, los arquitectos citan al famoso poeta portugués, Fernando Pessoa: “Somos minúsculos y las cosas que hacemos tienen un impacto minúsculo y ridículo. Sin embargo, eso no nos quita las ganas de querer cambiar el mundo. Somos conscientes de que es absurdo; al final del día somos un poco absurdos también”.
Es esta hambre por crear un impacto desde lo mínimo esencial la que sirve como fuerza motriz en cada una de sus obras, divididas en este libro en tres secciones. En la primera, titulada “Proyectos pensados para gente en lugares comunes con materiales comunes”, los arquitectos ponen en tela de juicio las reglas de un mercado que basa su valor a partir de qué tan alta resulta ser la cifra numérica del proyecto. Al borde prefiere utilizar lo que ellos llaman “recursos oscuros,” que son medios disponibles que resuelven necesidades de la manera más simple y accesible posible. En 2009, construyeron la escuela Nueva Esperanza utilizando materiales que se podían encontrar en la zona e idearon el proyecto a partir del estilo de vida que se llevaba en ese lugar. El espacio, en vez de ser el resultado de un pensamiento genérico, floreció como una verdadera comunidad gracias a que fue construida por y para la gente que algún día la llenaría de vida.
En “Proyectos resultantes de ejercicios pedagógicos que confrontan el aprendizaje con la realidad”, este innovador grupo nos demuestra que el aprendizaje a menudo está donde no lo esperamos. Los proyectos que se presentan en esta sección tuvieron como objetivo dejar atrás, no solo un legado físico, un espacio que habitar con el cuerpo, sino también una enseñanza que se puede revisitar una y otra vez. El Taller UCAL, Centro Comunal y Casa de la Memoria, es un claro ejemplo de cómo Al Borde ha servido como puente entre academia y comunidad; su trabajo es lo que ha permitido concretar teorías que de lo contrario se quedarían flotando en el aire. Son espacios como estos los que nos convencen de que el involucramiento mutuo es realmente lo que saca un proyecto adelante, porque cuando una persona aprende a amar lo que cultiva, va a trabajar toda la vida por su bienestar.
El libro cierra con la sección de “Proyectos anclados a condiciones objetivas que usan como herramientas las subjetividades de los demás”. En esta última parte los arquitectos dilucidan su opinión sobre la innovación: para ellos, este concepto es un proceso colectivo que no tiene fin, pues las mejoras de los demás siempre se pueden sumar. Proyectos como la Casa Culunco o la Casa Entre Muros comienzan con un respetuoso contacto con la naturaleza, en la que los arquitectos le piden al ambiente una especie de permiso de construcción. Este pequeño detalle, aunque insignificante para algunos, nos da una mirada bastante clara sobre el tipo de práctica que estos arquitectos realizan y los principios que los guían.
Lo que estos arquitectos quieren no es hacerse millonarios ni que todo el mundo sepa quiénes son; su pensar está mucho más arraigado en la cotidianidad, en poder construir estilos de vida sustentables que finalmente conducen a la felicidad. Para Gangotena, Barragán, Borja y Benavides la única manera de realmente ser feliz es dedicando la propia vida a la búsqueda de experiencias que te hacen darte cuenta que tu tiempo ha sido bien invertido. Como arquitectos, quieren que sus proyectos los emocionen, pero que también inspiren el mismo sentimiento en sus clientes, que más bien ven como colaboradores. Para utilizar sus palabras, “nuestra especialidad es hacer cosas que no conocemos”. Qué peligroso suena eso, pero qué divertido, también.