Crónicas bajo cero a la distancia: 'Bad Luck Banging or Loony Porn' sacude el 3er día de la 71 Berlinale
Se cumple el tercer día desde que en la colonia Escandón se respiran aires berlineses. El calor no cede y el hielo en el café ayuda.
El cine sirve para muchas cosas, y entre ellas, la organización de festivales que proyectan lo que se produce cada año alrededor del mundo tiene un lugar especial en ese amplio repertorio utilitario. Eventos especiales en su propia naturaleza que no sólo funcionan para premiar trabajos meritorios o trayectorias relevantes sino que también hacen visibles algunas películas que, de otro modo, pasarían inadvertidas.
Por otro lado, y más allá de entender la esfera de lo cinematográfico como industria o arte, como mero entretenimiento o espacio para la expresión personal, desde la realización de películas se puede lo mismo criticar, hacer un comentario social e invitar a la reflexión, que reproducir modelos y patrones que buscan perpetuar un status quo.
Relacionada directamente con todo lo anterior está la cinta que nos ocupa en este texto: Bad luck banging or looney porn, la representante rumana que tomó por asalto ayer el concurso por el Oso de Oro.
Dirigida por Radu Jude, artista contestatario y dueño de una prolífica carrera en la que ya ganó hace 6 años el premio a la mejor dirección en este mismo evento, la película es el ejemplo claro de como la selección oficial de la Berlinale puede poner en el mapa un trabajo.
Si hubiera que buscar un solo calificativo para definir el más reciente trabajo de Jude ese seria controvertido aunque, por las razones que explico a continuación, la cosa va mucho más allá del término.
Dividida en 3 capítulos, que para efectos prácticos resultan en realidad 4, Bad luck banging or looney porn comienza abruptamente con un video casero de una pareja teniendo sexo, de una manera tan explícita, que por un momento hace sospechar que los organizadores del concurso se equivocaron de archivo al subir la película a la plataforma o que la página web ha sido hackeada.
Tras la elocuente secuencia y los créditos iniciales entendemos que, no sólo no resulta un error, sino que ese video privado, que es publicado ilegalmente, terminará volviéndose viral en las redes sociales y funcionará como el detonador de la trama. Sus protagonistas, una respetada profesora de instituto y su esposo, serán objeto del escarnio público y reacciones de todo tipo entre las que se incluye el riesgo de perder el trabajo.
De la premisa anterior nace un bizarro y accidentado viaje de nuestra heroína que se enfrentará a un sinfín de vicisitudes.
Un recorrido que nos la presentará deambulando por una Bucarest violenta y en plena crisis sanitaria del coronavirus en la cual la mayoría de los figurantes a cuadro utilizan cubre bocas, casi siempre de manera incorrecta, y pretenden guardar una sana distancia.
Entonces, como si alguien cambiara el canal de la televisión, la película pasa, gracias a un intertítulo al siguiente capítulo y se convierte en un vídeo ensayo documental con imágenes de archivo sobre la historia de Rumania que funciona como instructivo para entender el absurdo de la realidad de la primera y última parte de la película.
Frente a nuestros ojos desfilan testimonios y muestras de la corrupción, racismo, violencia y excesos de un régimen que ha dejado onda huella en un país que lucha por salir adelante de las cicatrices que dejó en él su pasado autoritario y comunista.
Algo que sólo funciona como puente para regresar y asistir al duro juicio que, frente a las autoridades escolares y los padres de sus alumnos, enfrentará en la ficción nuestra protagonista en su calidad de profesora.
Retrato de una sociedad mojigata que se guía por una doble moral, y de un machísmo recalcitrante soportado en los peores vicios de un militarismo omnipresente, Bad luck banging or looney porn utiliza el absurdo y la irreverencia para criticar algo tan rumano y local que, a fuerza de ser auténtico, termina por parecer universal. Una realidad tan dolorosa como similar a la de muchas otras latitudes y sociedades.
Una película estridente, incómoda y grotesca, que nos recuerda que el cine también funciona como arma y se puede hacer con él un comentario social contundente. Bien por los programadores de la Berlinale que ya hicieron su parte dándole un lugar en el concurso. Veamos ahora que opina el jurado.
La temperatura sube en la Ciudad de México y en la selección oficial. Por aquí les sigo contando.
El More.