Vivian Maier: espía detrás del lente
Por Pamela Valadez
Hace unas semanas, fuí a la Noche de Museos del Museo Franz Mayer con una corona de flores en la cabeza (porque el dresscode era hippie) y además de bailar un rato, visité la exposición Rev(b)elada Vivian Maier fotógrafa.
La obra de Vivian Maier tiene poco tiempo de haber salido a la luz y una pequeña parte de su archivo se ha estacionado brevemente en México curada por Anne Morin, nombrada “curadora del año” durante los Premios Lucie de 2022. Rev(b)elada: Vivian Maier Fotógrafa es un recorrido por las etapas más prominentes de su producción fotográfica: las personas que veía, los niños que cuidaba, las calles que recorría y algunos retratos de ella misma. Una de sus cámaras y un sombrero descansan en una vitrina acompañados por una réplica del diminuto cuarto de revelado que tuvo cuando se mudó a Chicago en 1956 y muros enteros dedicados a las fotografías a color que tomó cuando se compró una Kodak Ektachrome.
Vivian Maier comenzó a tomar fotografías alrededor de 1949 con una cámara Kodak Brownie hecha de cartón que sólo permitía capturas cuadradas. El costo más bajo de esta cámara comparada con las otras en el mercado de su época hizo más democrática la posibilidad de registrar la vida cotidiana en rollo desde su lanzamiento al mercado en 1900. Luego, Maier sustituyó su pequeña cajita fotográfica por una Rolleiflex que probablemente agotó la mayoría de sus ahorros.
El ángulo de captura de la Rolleiflex, generalmente a la altura del pecho, permitía a Maier capturar imágenes sin que su presencia detrás del lente delatara su intención y modificara las conductas de las personas a las que fotografiaba. Su cámara le daba el poder de actuar como una especie de espía, según ella misma se describió alguna vez.
Su obra fue descubierta por serendipia en 2007, cuando un joven John Maloof se encontraba escribiendo un libro sobre el barrio que habitaba en Chicago y estaba en busca de fotografías viejas para ilustrarlo. La RPN Sales Auction House anunció el remate de un lote que contenía, entre otras cosas, cientos de negativos y fotografías que Maloof adquirió por un total de 380 dólares y, aunque nada de lo que compró sirvió al propósito del libro, la calidad de las imágenes encendió su interés por conocer la historia de su autora.
Maloof publicó algunas de las misteriosas fotografías en foros de internet, en los cuales fueron recibidas con el mismo asombro que suscitaron en él, pero no obtuvo ninguna pista para su investigación. De hecho, fue hasta el 2009 con la muerte de Maier que su obituario brindó un punto de partida para poder reconstruir su compleja biografía.
Vivian nació en Nueva York en 1926, aunque pasó la mayor parte de su infancia y juventud en los Alpes Franceses viviendo con su madre y Jeanne Bertrand, una importante fotógrafa estadounidense que probablemente le enseñó a Maier todo lo que sabía.
En 1951 regresó a La Gran Manzana donde trabajó como niñera durante una gran parte de su vida, saltando de una familia a otra e intentando conciliar su modesto salario con su gusto por las cosas caras y los viajes por el mundo. Todo en su vida era accesorio y temporal a excepción de la fotografía.
A menudo Maier caminaba por la ciudad, sola o acompañada de los niños a su cargo, y disparaba con su Rolleiflex, capturando en el rollo calles y personas, y, a veces, a ella misma jugando con su reflejo en alguna ventana o su sombra sobre el pavimento. Su situación económica casi siempre le impedía revelar sus rollos, por lo que su pasión trascendía el resultado final y se centraba fuertemente en el acto de capturar su punto de vista de la realidad. Una realidad que guardaba para ella sola.
Coleccionaba periódicos muchas veces amarillistas o con titulares morbosos y los fotografiaba. Le interesaba el ser humano y su comportamiento, por lo que inmortalizó imágenes de mujeres elegantes acomodándose el cabello, parejas mayores conviviendo en el camión, amantes abrazándose en la estación de tren, niños llorando o riendo y personas a punto de cruzar la calle. Sus fotografías trazan a su autora como observadora de las miles de vidas que coexisten en un mismo tiempo y espacio. Cada una de sus fotos revela una historia entera.
Parafraseando un fragmento del documental de 2013, Finding Vivian Maier, producido por John Maloof y Charlie Siskel, Vivian generaba momentos y luego desaparecía. A veces dejaba su silueta como un fantasma en el negativo o su rostro en el reflejo de algún espejo. Produjo imágenes increíbles permaneciendo en el más grande anonimato hasta el momento de su muerte y habría que preguntarse qué pensaría de que hoy se difundiera el archivo que tanto procuró proteger de la mirada de los demás mientras estaba viva. Los rollos y algunas de las pertenencias de Maier fueron almacenados en una bodega durante los años noventa por falta de recursos y adquiridos por casualidad casi veinte años atrás, ahora recorren el mundo y han llegado hasta nosotros.
Las fotografías de Maier comunican el afecto de la autora por la existencia de los demás a la par que escondía la suya propia. A excepción de algunos datos curiosos que se conocen sobre ella, como que le gustaba fingir su acento francés o que jamás se presentaba con su verdadero nombre, su vida es una verdadera incógnita. Nunca se casó ni tuvo hijos, las anécdotas de los niños que cuidó son contradictorias. Cuando la fotógrafa regresó a Estados Unidos en 1951, no parece haberse interesado por buscar a su familia y, en general, mantuvo completamente en secreto su vida personal. Pero alguien así no podía ocultarse demasiado, no cuando dejó todo de sí y su forma única de mirar el mundo en un archivo de más de 100,000 fotografías que impactan y permanecen en quienes las observan. Ese era el poder de Vivian Maier, una espía de la imagen: capaz de capturar momentos y desaparecer.
No te olvides de ir a visitar la exposición que estará hasta el próximo 19 de mayo en el Museo Franz Mayer.