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No llegamos todas

No llegamos todas

Por Paula Simón

Este año fue distinto. El 8 de marzo de 2025 fue el primer Día Internacional de la Mujer con una persona de ese género al mando. No es cualquier mujer, sino es una presidenta que se ha autoproclamado en numerosas ocasiones como feminista

Claudia Sheinbaum se da palmadas en la espalda por ser la primera mujer en México con ese nivel de autoridad. Una mujer de izquierda que lidera una “transformación” que ella misma denomina como “una lucha por la equidad de género y la justicia social”. Durante su encuentro con mujeres en el evento llamado “Con Claudia llegamos todas”, el 25 de junio del año pasado, la presidenta hizo un llamado a las mujeres mexicanas: “por primera vez en 200 años, llegamos a la Presidencia. Y digo en plural porque como siempre he dicho, no llego sola, llegamos todas”.

Podríamos juzgar esto como una llamada inclusiva, pero el dolor aún pulsante de algunos colectivos, como el de los familiares de personas desaparecidas, apaga el discurso. Hay un gran enojo ante un gobierno cínico e indiferente al trabajo de las Madres Buscadoras y a la falta de rendición de cuentas. Para algunos colectivos, y para muchas mujeres, no llegamos todas.

Foto: Paula Simón

Para Claudia Sheinbaum continuar con la transformación significa seguir construyendo un país más justo, libre de racismo, clasismo y machismo, y libre de toda forma de discriminación. Significa hacer efectivos los derechos de las mujeres a la igualdad, eliminar la brecha salarial, incrementar la presencia de las mujeres en puestos de elección y dirección, y fortalecer los derechos de las niñas y mujeres para que puedan gozar de una vida autónoma.

Con esto no pretendo defender a la presidenta, sino hacer un llamado a cuestionar el concepto de feminismo y los matices que vienen con él. Porque si la presidenta se autoproclama como una feminista, ¿quién tiene la autoridad, ya sea moral o legal, para privarla de ese nombramiento? ¿Cómo podemos atender las causas feministas de manera correcta siguiendo la ideología de un movimiento que en numerosas ocasiones le ha dado la espalda a las víctimas? 

Es innegable que algunos de los discursos y las acciones, tanto de la presidenta como del partido que representa, son dolorosos para las miles de mujeres que marchan por sus derechos, por sus desaparecidas, por la urgente necesidad de justicia y por acabar con las prácticas de un gobierno plagado por la impunidad. Pero tampoco podemos negar ni mirar ciegamente a una presidenta que ha nombrado a su movimiento como la “transformación feminista”, a una presidenta que en su tercer día de mandato envió un paquete de reformas cuyo objetivo es garantizar la “igualdad para todas”, como la instalación de un sistema nacional de cuidados o el reconocimiento a las jornaleras agrícolas y las trabajadoras de las maquilas, una presidenta que ha dejado claro en muchas ocasiones que el feminismo no es algo secundario a su movimiento, sino que es algo primordial en su lucha, una presidenta que tiene como lema de su administración “primero las pobres”, una presidenta que ha asegurado tener el eje puesto en “combatir las desigualdades contra las mujeres que han sido excluidas de la vida pública por el solo hecho de ser mujer”.

Foto: Paula Simón

Dicho eso, ¿qué es lo que ocurrió en esta marcha que la hizo distinta a las demás?

Las movilizaciones del sábado 8 de marzo comenzaron temprano, antes del mediodía. Miles de mujeres acudieron a los puntos de reunión de la Ciudad de México: el Ángel de la Independencia, el Monumento a la Revolución, el Monumento a la Madre… y algunas con el objetivo de llegar al Zócalo y derribar las vallas que protegen el Palacio Nacional. Todas con el objetivo de exigir justicia. 

El ambiente se pintó de morado. El intenso color en la ropa de los colectivos, el humo de las bengalas y las copas de las jacarandas para quienes quisieran mirar hacia el cielo y verlo plagado del color que representa a la mujer. Un simbolismo digno de explicación: la “leyenda” cuenta que el color se adoptó en honor a 130 mujeres que murieron en una fábrica textil en Estados Unidos a principios del siglo XX, cuando el jefe de las trabajadoras prendió fuego al lugar con todas dentro. Por ello se conoce al 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer.

Continúo: la misma historia dice que las mujeres trabajaban sobre telas de color morado, y la versión más poética asegura que el humo que salía de la fábrica era de ese mismo color.

En la Ciudad de México, el inicio de la primavera nos regala el florecimiento de las jacarandas, que pintan las calles de Reforma con un color morado tipo lila,  y la versión más poética asegura que lo hace para conmemorar a las mujeres.

Foto: Paula Simón

Los tambores y cánticos se mezclaban con las denuncias y los testimonios. Se oían los gritos: “El Estado opresor es un macho violador”; “El gobierno no me cuida, me cuidan mis amigas”; “Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar este sistema patriarcal”; “Mujer, hermana, ¡si te pega no te ama!”; “Aborto si, aborto no, eso lo decido yo”. Algunas de ellas traían carteles con consignas como: “Yo marcho porque cuando me pasó a mí sentí culpa”; “¿Para qué quieren monumentos limpios si ya están llenos de sangre?”; “Hoy marcho por las que ya no están”; “Si un día falto yo, quémenlo todo”. O una mujer en ropa interior pintada con manos de color morado, rojo y verde, con la consigna: “Si has sufrido abuso, píntame”. Había pósters pegados en las paredes con los nombres y fotos de mujeres desaparecidas o víctimas de feminicidios. También los nombres de hombres denunciados por acoso o abuso sexual. 

Los performances no faltaron. Un grupo de mujeres cargaba una piñata del diputado federal Cuauhtémoc Blanco, del partido Morena. Gritaban: “que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, ese no es diputado, es un violador, macho, opresor”. Hace referencia a la acusación que recibió en octubre del año pasado por parte de su media hermana, Nidia Fabiola Blanco. Ella lo acusó de intento de violación y presentó una denuncia.

Hasta el momento, la Cámara de Diputados no ha hecho nada al respecto. Este colectivo de mujeres hizo un círculo cercado y le dio de palazos a la representación del exfutbolista, luego del intento de prenderlo en fuego.  

El punto más obvio e importante en la distinción de la marcha es que este año exigimos la rendición de cuentas a una mujer, y a una que se hace llamar feminista. Este año también pedimos justicia a una Jefa de Gobierno, con “a” del género femenino. Aunque sería un error rotundo llamarnos un país feminista.  

Este año 200 mil personas asistieron a la marcha, más que cualquier otro año. No podemos dejar a un lado el por qué. En 2024 se registró un récord de 13,627 víctimas de desaparición, con un incremento de 32% respecto al año anterior. Ese mismo año se registraron 6,837 homicidios de mujeres, lo que equivale a un promedio de 18.7 muertes diarias. De estos, 839 casos fueron clasificados como feminicidios. Y en 2023, las mujeres representaron el 92.3% de las víctimas de violencia sexual.

Aún hay un camino muy largo que recorrer, y las mujeres que marchan cada 8 de marzo lo saben. 

¿A qué podemos llamar feminismo? Me parece que lo más importante es no caer en ideas simplonas y discursos trillados. Aunque es verdad que hay distintas maneras de ejercer la lucha, no todo cabe dentro del concepto de feminismo. Tampoco debemos obviar las necesidades que atiende el movimiento: la equidad de derechos, el acceso a los espacios políticos y educativos, los roles de género, etc., que aunque siguen siendo causas dignas e importantes por las que luchar, en México el problema se ve diferente y es mucho más grave.

Foto: Paula Simón

Nuestra presidenta “feminista” debe empezar a prestar más atención para entender las causas reales y cada vez más dolorosas de su país. Así como atiende a las mujeres indígenas y a las cuidadoras, también debe atender a las Madres Buscadoras, a las víctimas de violencia sexual y de género, reducir las cifras de feminicidios y acabar de una vez por todas con la impunidad tan característica de su gobierno.

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