De visita por Otrxs Mundxs
Por Pamela Valadez
He recorrido el Museo Tamayo muchas veces y aún así me sentí una extraña en medio de paredes añadidas, otras tantas destruidas y un recorrido que se siente más como una cueva que como el museo abierto y luminoso que suele ser. Eso es exactamente lo que construye Otrxs Mundxs: otro mundo.
Esta exposición es la segunda edición de la propuesta que hizo Magali Arriola poco tiempo después de haber asumido la dirección del museo en 2019. En ese entonces, Otrxs Mundxs era una exploración del panorama artístico de la Ciudad de México, lo más nuevo, lo más experimental.
Ahora, la curaduría de Aram Moshayedi y Lena Sola Nogué -que reúne a más de 10 artistas contemporáneos- giró alrededor de la idea misma de la institución y su infraestructura, como un detonador para la indagación artística, especialmente a través del potencial sonoro de su arquitectura. Por eso, un zumbido incesante inunda el ambiente de la sala cada cierto tiempo y las paredes hacen rebotar el sonido de las conversaciones y los pasos.
Foto: Sofía Torres.
“El centro de la exposición es el museo como un objeto en sí mismo”, declaró la entonces directora a propósito de la inauguración de la muestra, y, como si se tratara de un ser vivo, un collar gigante cuelga de uno de los muros del edificio, un arete decora una oreja imaginaria y un dibujo rayado en la pared parece haber cicatrizado como si fuera un tatuaje.
“A través de Otrxs Mundxs sigo intentando entender cuál es mi relación con la arquitectura”, me dijo Francesco Pedraglio, uno de los artistas invitados y autor de esas marcas extrañas grabadas directamente sobre la pintura blanca. “No sé nada sobre arquitectos ni estilos arquitectónicos, pero durante mi participación llegué a pensar el museo como un personaje. De repente empecé a darme cuenta de que había mucha narrativa y mucha literatura alrededor de él”.
Francesco comenzó a hacer preguntas. ¿De dónde viene el museo? ¿Qué quiere? ¿Cómo llegan a él las personas que trabajan ahí? ¿Qué historias guardan los guardianes de las salas?. “El museo se transformó de repente en uno de estos mundos que crean narrativas sin que yo tuviera que hacer nada. Lo difícil fue pensar cómo traducir toda esa información a una obra visible”.
Y ¿por qué dibujos sobre el muro? Le pregunté. ¿Por qué transgredir la pared sagrada del cubo blanco y qué significa esa transgresión? Él respondió que la idea surgió de un deseo por re-actuar el graffiti histórico y recrear lo que una persona desconocida podría haber hecho hace 3 mil años en alguna otra parte del mundo, como una manera de “poner el pasado en vida y traerlo al presente”.
Exactamente así es como me parece que opera la muestra: trayendo el pasado al presente, actualizando al museo como idea y como espacio, colando indicios de la historia entre sus salas y transgrediendo nociones sobre lo que debería ser la institución.
El campo de golf que estaba antes en el lugar que ahora le pertenece al Tamayo invade la exposición en forma de pequeños campos de minigolf interactivos, obra de Jaime Ruiz. El monumento ecuestre de Carlos IV que ha sobrevivido tantas tragedias y malas restauraciones, ahora yace en pedazos y se conserva por piezas dentro de refrigeradores industriales que ideó Andrea Ferrero.
Foto: Sofía Torres.
La obra de Nahum B. Zenil, lienzos tapados con telas que hay que levantar para exhibir, literalmente, lo que está debajo, transgreden la tradición museística de exponer orgullosamente la obra colgada en el muro.
El edificio institucional que antes era suficiente por sí solo ahora alberga la estructura de Magdalena Petroni, un pequeño pasadizo que se asemeja a una oficina en ruinas y que funciona, irónicamente, como espacio expositivo. Diferentes estaciones de extinguidores contra incendios se dispersan por las distintas salas y, hasta la fecha, sigo preguntándome si eran parte de la exhibición o no. En sentido estricto lo son, precisamente porque la exhibición ya no es sólo el objeto de arte siendo mostrado ante un público conocedor. Es algo más.
Es difícil escribir algo que tenga sentido de una exposición que no lo tiene. Personalmente, creo que es por este tipo de confusiones (como la del extinguidor), que muchas veces nos sentimos estafados de cara al arte contemporáneo. Sin embargo, independientemente de que Otrxs Mundxs y las piezas que se muestran ahora en el Tamayo puedan gustar o no, sin duda son producto de un cierto juego, un ánimo de experimentación total y de libertad que siempre me alegra ver, porque si el arte no es el laboratorio para llevar a cabo esas indagaciones extrañas e ilógicas ¿entonces, cuál es?
Lamentablemente, la exposición finalizará el próximo 16 de marzo, las paredes falsas serán demolidas y la sala volverá a convertirse en un lienzo en blanco. Por lo pronto, se conserva la museografía laberíntica que no reconozco y que por irreconocible resulta divertida.