La trampa del “boom femenino” en la literatura
Por Pamela Valadez
Las mujeres escriben. Escriben ahora y escribirán siempre. Lo harán, porque escribieron cuando no podían hacerlo.
A pesar de que se les negara el acceso a la educación, a pesar de que se limitara su libertad, de que los libros y las palabras estuvieran prohibidos para ellas y fueran excluidas de los espacios de expresión, las mujeres recogieron la pluma y la blandieron como un arma, en ocasiones ocultas detrás de algún nombre masculino que se inventaron, otras, en el circuito privado que acogía sus pensamientos vueltos prosa. En forma de cartas, convertidos en diarios, codificados en idiomas que sólo ellas entendían.
“Un cerrojo en la puerta significa el poder de pensar para una misma”, escribió Virginia Woolf hace casi 100 años, reconociendo que la ausencia de nombres femeninos en la literatura nunca había sido consecuencia de una falta de talento, sino de una condición sistemática que los hombres tenían y las mujeres no: libertad financiera y privacidad. Las mujeres jamás han gozado de las mismas circunstancias económicas, sociales o políticas que a los hombres les ha permitido escribir y, sin embargo, escriben.
“La literatura es una institución y, por tanto, está cruzada de poder”, dice Meri Torras, académica, editora, docente y ensayista, aguda investigadora de la intersección entre género y literatura, y asidua defensora de los nombres omitidos en la historia literaria. “La literatura, es un territorio atravesado de dos discursos de poder que expulsa a determinadas existencias o las jerarquiza como menores. Cuando las mujeres empezaron a acceder a la literatura como autoras. ¿Cómo se las desvalorizan? diciendo que solo eran capaces de escribir sobre ellas mismas. Es decir, todo lo que escribía una mujer era autobiográfico.”
La cuestión de desigualdad estructural de forma histórica no sólo ha impedido sistemáticamente que las mujeres sean reconocidas como autoras, sino que, incluso la idea de autor excluye a las mujeres. Torras explica que ser autora implica exponerse en la esfera pública, cuestión prohibida históricamente para las mujeres, tan sólo recordemos que el derecho al voto femenino llegó en el siglo XX. Además, la literatura tiene estrategias para esconder la producción escritural de las mujeres:
“Joan Arranz en el libro Cómo suprimir la escritura de mujeres explica que hay una serie de maneras de borrar la escritura femenina. Por ejemplo. Primero, negándola. Ella no lo escribió. Luego, diciendo: Ella lo escribió. Pero fue lo único que escribió. Sin dar cuenta, de la represión que llevó el hecho de que lo escribiera y publicara. O Ella lo escribió, pero lo ayudó su marido, su hermano, su padre, su amigo, es decir, una autoridad mediada por la masculinidad. Ella lo escribió. Pero miren de que escribió eso no es verdadera literatura.”
La reciente emergencia de cientos de nombres femeninos en la literatura podría aparentar que el terreno se ha igualado. Sin embargo, no se han eliminado todos los obstáculos que limitan a la mujer que escribe. Este boom es engañoso y puede esconder dinámicas de poder que aún niegan el talento de las escritoras, excluye sus proezas y las encierra en un mismo adjetivo de lo “femenino”.
Foto: Voltamax
“Yo no necesito el boom para poner en valor a estas obras. Si el boom les da publicidad, bienvenido sea. Pero por favor, leamos críticamente. Sí, el boom sirve para que la crítica hegemónica coloque todas esas mujeres en un mismo saco, nos invite a leer sus textos de la misma forma, vuelvan a ser textos que dan cuenta de su naturaleza femenina. Maldito boom.”
La rebeldía ante la omisión de las mujeres en la historia de la literatura, de las ciencias, de las artes, no puede limitarse a incluir cada vez más de sus nombres para compensar su ausencia. Lo que leemos, lo que no leemos, el concepto mismo que tenemos sobre lo que es literatura y lo que no, está atravesado por una cuestión política.
Torras enuncia: “tan político es escribir como tan político es leer y es nuestro trabajo revisar las metodologías a través de las cuales nos enseñan a leer los textos, porque estas metodologías borran el cuerpo, borran las emociones.”
Para leer debemos recordar que hay un cuerpo en un contexto histórico que escribió y negoció con ciertas estructuras y circunstancias sociales, que la afectividad y las emociones son parte de cualquier escritura, que no existe cosa como el autor separado del mundo material ni objetivo ni neutral. Así, las etiquetas de “escritura femenina”, han servido para colapsar en una misma categoría la diversidad de temáticas, estilos y género en los cuales las mujeres se desarrollan.
¿Cómo resistir la tentación de juzgar todos los textos escritos por mujeres de la misma forma? ¿Cómo evitar que su diversidad se convierta en un mismo conglomerado de cosas “mujeriles”? De acuerdo con Meri Torras, hay que dejarnos sorprender por ellos. “Tenemos unas gafas de lectura, pero éstas tienen otros cristales. A veces hay que cambiarse los cristales, hay que dejar que alguien te sorprenda. Hay que ponerse en sitios donde nos puedan sorprender.”
Ocupadas en labores impuestas de reproducción y cuidado, las mujeres han escrito. Las autoras de nuestro tiempo son herederas de la inconformidad, cientos de plumas resistentes a la depuración histórica.
“Una autora o alguien que escribe necesita escribir. Y entonces darle una brecha por estrecha que sea. Y lo hará. Dale la posibilidad de escribir cartas y sus cartas se convertirán desde simples cartas de A yo que sé, de duelo o de felicitación por el nacimiento de alguien de la familia a extensas, a extensos relatos, a extenso, a un lugar donde ellas pueden escribir sin ser desautorizadas. Y ahí escribirá. Y así ha sido siempre”.