Damon Albarn y Luisa Almaguer en la cima de la melancolía
Por Raquel Miserachi Kalach
En enero de 2010, una nueva isla apareció en las costas del internet. Podías recorrer la playa virtual llena de plástico en eterna descomposición, mientras escuchabas a las gaviotas graznar a lo lejos, sobre la espuma de un mar tranquilo, posiblemente caribeño. En un islote cerca de la orilla del mar, se levantaba un estudio como un ovni setentero que descansaba en un pedestal de roca digital en medio del mar. Una avioneta flotaba junto a la escalera de madera que te invitaba a subir bordeando la roca. Los pelícanos te miraban sospechosos desde los barandales de madera que rechinaban por la sal y la humedad. Detrás de una puerta de acero había un ascensor junto a una montaña de bolsas de basura pudriéndose en la sombra. En uno de los pisos estaba el estudio de grabación, que podías inspeccionar para encontrarte con una consola, una pecera, unos cantus, guitarras y un traje de buzo de esos antiguos. El estudio estaba completamente desierto, pero te quedabas con la sensación de que alguien había estado ahí antes que tú y se había escabullido por alguna de las ventanas redondas del edificio mientras subías para descubrirlo. “Welcome to the world of the Plastic Beach”, te decía la voz de Snoop Dogg en ecos repetitivos como desde un más allá que estaba más acá. La profundidad del universo del Plastic Beach marcó la historia de la cultura pop y la discografía de Gorillaz como un océano nunca antes descubierto. Este es el contexto icónico que se teletransportó por unos segundos solamente a un pequeño escenario atiborrado de percusiones africanas, y sintes, y pianos, y trompetas, y cerca de cincuenta músicos bajo la dirección de Damon Albarn en la cálida realidad de Las Estacas, Morelos.
Miren, hay una forma muy sencilla para no terminar comiendo basura procesada por algún orificio de la cara, y es que, desde 1998, Public Enemy nos hicieron el favor de proclamar la regla número uno para vivir una vida libre de payasadas olvidables: “Don't Believe the Hype”. Pero esta regla, como todas, es un límite de doble filo que muchas veces indica lo contrario. Yo encuentro los límites muy confusos, en verdad. No sé si transgredirlos violentamente de inmediato o respetarlos con devoción para luego encontrarlos ridículos y quebrantarlos después. En este caso hice las dos cosas. El acto más hypeado del Carnaval de Bahidorá en su edición 2024 era Damon Albarn y el Africa Express. Nadie sabía bien qué era lo que iba a pasar, y estando ahí, creo que nadie sabía bien qué era lo que estaba pasando ante nuestros ojos bañados en néctares de vegetación tropical, pero aquí puedo explicarlo sin rodeos: El colectivo musical Africa Express se formó en 2006 con el objetivo de reunir artistas de diferentes culturas y géneros musicales para eventos colaborativos. Bajo esta premisa, Damon Albarn, (líder de Blur, Gorillaz, The Good, the Bad & the Queen, Mali Music, Rocket Juice and the Moon y un larguísimo etcétera) reunió a casi cincuenta músicos de distintas regiones de África, Gran Bretaña, Norteamérica y Latinoamérica para tocar durante cinco horas en un solo escenario.
En ese jam prolongado, que duró (más o menos) de las 6 a las 11 pm, iban apareciendo y desapareciendo distintos personajes que le daban significados distintos a esta hazaña. Las figuras recurrentes eran el mismo Albarn, que estaba discretamente sentado al piano y los sintes sin hacer alarde de su peso cultural, el querido Camilo Lara del Instituto Mexicano del Sonido, con su clásico sombrero y un huipil largo y colorido, Melissa y Ophelia Hie en las percusiones africanas y Los Pream, una banda de la sierra mixe de Oaxaca que dominaban la trompeta, el trombón y la tuba. Atrás del escenario estaba la verdadera fiesta, pues los músicos entraban y salían para regresar al cotorreo más sabroso de la historia de este carnaval, al que nunca podríamos acceder. Nick Zinner de los Yeah Yeah Yeahs de pronto entraba a la guitarra, para que a su salida se enfrentaran entre barras hiphoperas la rapera zapoteca Mare Advertencia Lirika junto al estridente y gigantesco Wu-Lu, de Londres. Esto fue lo que sucedió dentro de cinco horas en las que de repente habían paradas, como si todo el público hubiéramos estado amontonados en un microbús gigante, que se detenía cuando cierto grupo de músicos bajaba de la unidad y subían otros para reanudar el viaje.
En este ajetreo de paradas y despegues abruptos, se generaban momentos brillantes que recuperaban la atención total de la audiencia aunque se viera interrumpida a cada rato. Tampoco había a dónde ir. Nadie tenía prisa. Todos estábamos ahí para pasar el fin de semana en Las Estacas y daba lo mismo si los músicos se detenían, Damon Albarn se quedaba en escena soltando notas en el piano, o bromeando con el público mientras se instalaban los músicos del acto siguiente. La certeza estaba en que el show iba a continuar de cualquier manera, y no había forma de anticipar qué iba a suceder. Uno de esos momentos brillantes de los que les hablo, fue la primera aparición de Luisa Almaguer junto a Albarn en el escenario.
Luisa es una chica trans que en muy pocos años ha logrado colocarse como una de las voces más firmes y claras en la comunidad trans local. Fue la primera locutora que hizo un podcast de gente trans para gente trans en Latinoamérica, es cantante y ahora está trabajando en una película. Cuando Luisa apareció en el escenario, las luces se tornaron de colores azules y violetas, los músicos se callaron y se quedó solamente el piano de Damon Albarn colgando sus notas sobre el silencio absoluto del público. Muy pronto reconocimos las primeras notas pegajosas y llenas de ternura del himno más icónico del Plastic Beach. Luisa, en un vestido largo de color blanco y mangas anchas, el pelo larguísimo chorreando de sus hombros hasta la cintura, brillaba junto al piano del que se escurría “On Melancholy Hill”. A dueto con Albarn, que también vestía un traje blanco, la voz honda de Almaguer se derritió sobre el público en un momento de elevación colectiva. Y es que hay una fragilidad imposible de esconder en las personas trans que las hace brillar en un halo entre la belleza y la melancolía. La belleza, muchas veces, duele. Pero en el caso de una persona trans, su belleza es trágica y contradictoria. Es en esa tensión entre su cuerpo, que les fue impuesto, y su identidad atrapada dentro de la propia carne, que las hace especialmente hermosas. Uno de los rasgos más contrastantes de una persona trans es la voz, que de manera muy inmediata quita el velo de la apariencia y hace evidente su dualidad. En el caso de Luisa, que es cantante y locutora, esa voz honda y profunda es una herramienta para acentuar su belleza, lució su voz y sus manos largas por encima de todo lo que estaba sucediendo detrás y enfrente del escenario. Se lo tragó todo. Y cuando terminó la canción, que fue mucho más breve de lo que todos hubiéramos querido, Albarn se levantó del piano, se abrazaron, saludaron al público en agradecimiento, y Luisa salió corriendo, como a punto de deshacerse en llanto.
Este es uno de los momentos que no se olvidan nunca. Este momento resignificó “On Melancholy Hill” para mí, y para todos los que pudieron ver pasar ese momento fugaz. Porque una estrella de la talla de Damon Albarn, nunca hubiera hecho uno de sus himnos más legendarios a dueto con la vocera trans de la cuadra, en un balneario en Las Estacas, Morelos. Pero sí pasó. Yo lo vi. Y no puedo dejar de pensar en eso hasta hoy.