Yaeji dejó caer una lluvia de house ácido en Bahidorá
Por Raquel Miserachi Kalach
La primera vez que vi a Yaeji fue en el festival Ceremonia en 2019. El último año antes de que se activara la cuenta regresiva al fin del mundo. El último año antes de la catástrofe global que desarmó todos los sistemas que sostenían la supuesta estabilidad de nuestra especie organizada. El último año antes de mi propia catástrofe personal. Cuando vi a Yaeji me vino a la cabeza por primera vez en la vida que tenía que dejar a mi novio. Después de media década de vivir juntos, se decidió a bailar por primera vez. No me gustaba su nueva felicidad. No lo reconocía en un cuerpo que bailaba. Tenía que dejarlo y ese fue el primer síntoma de la decadencia de nuestro mundo juntos. Luego vino la decadencia del mundo en general. Justo cuando estalló el contagio global del Covid-19, cuando se cerraron las fronteras de todos los países, cuando se moría la gente en las calles, y se deterioraban nuestros tejidos sociales por el miedo rampante de matar a alguien por cercanía, Yaeji sacó un disco, WHAT WE DREW 우리가 그려왔던, uno de los últimos testigos de la vida antes del apocalipsis.
Este fin de semana llegué a Bahidorá con dos objetivos específicos: el primero, ver a Yaeji de nuevo, y el segundo, irme de ahí lo más pronto posible. Por primera vez en once años de historia del festival, en este nuevo mundo a punto del colapso, llovió toda la noche del viernes y la mañana del sábado. Bienvenidos una vez más a observar de cerca el avance de la enfermedad terminal de nuestro planeta. Una lluvia jamás pronosticada transformó el tono del festival por completo. Una de las características más definitorias de lo que sucede cada año en Bahidorá, es el parque de vegetación tropical en el que se lleva a cabo. El río Yautepec y su color azul turquesa es el atractivo principal de Las Estacas, que ha albergado a millones de mexicanos del centro del país, durante todos los fines de semana de su historia, en un plan típico para ir a nadar en familia y disfrutar de la naturaleza en el clima húmedo y cálido del estado de la eterna primavera. De acuerdo al clima y el aspecto del lugar, los asistentes al carnaval sacan sus mejores trapos para taparse poco y bailar mucho. Siempre envueltos en licras fosforescentes, trajes de baño de colores brillantes y telas delgadas con patrones psicodélicos, el público de Bahidorá se compromete a acampar durante un fin de semana, como una gran familia de clase media de la Ciudad de México. Esta vez, el cambio climático se las jugó mal, pero nadie se achicó ante la empresa, y de todas formas se pusieron sus trusas, sus zapatosaurios y sus joyas para la cara, aunque había lodo y viento fresco.
Yaeji tocó todavía de día, un set que preparó el terreno para todo lo que sucedería después: cinco horas de jam con una orquesta de cerca de cincuenta músicos de todo el mundo, dirigidos por Damon Albarn. Sí, en Las Estacas, Morelos. Yaeji tenía ese trabajo, atraer a la gente a ese escenario, y vaya que lo hizo. Ella es una chica de complexión pequeña y rasgos coreanos. Toda vestida de negro, con una presencia muy elegante y muy minimalista, se propone llenar el escenario con su voz y su propia furia. Yaeji rompió el silencio con “For Granted”, un corte de su disco más reciente, With a Hammer, que a mi parecer, es uno de los mejores del año pasado y que proyecta muy bien una condición a la que nos sometimos todos en nuestros encierros durante la pandemia: estar solos, sentados en una silla, enfrentándonos a nuestros propios demonios, extrañando el mundo de antes, cuando dábamos por hecho la libertad que teníamos. Detrás de su pequeña presencia, había una pantalla que proyectaba visuales ilustrados de comida coreana con caritas, universos amarillos como la fiebre e inframundos oscuros como los que atraviesan quienes se inundan de soledad. Con una carita de gatito kawaii (palabra japonesa que responde a la estética cute) pintada en la cara, Yaeji presentaba de inicio la dualidad con la que juega durante todo el show: lo lindo y lo tierno, en contraste con la furia y la oscuridad.
De manera intermitente en el show, para interpretar algunas canciones, aparecía una bailarina de complexión similar a la de Yaeji, también vestida de negro, cuyas coreografías dejaban muy claro que ella era otra versión de la cantante, una versión callada que se mueve mucho, una versión de su propia furia materializada en otra presencia en el escenario. Entre canciones, Yaeji explicó que su disco, Whith a Hammer, actuaba de la misma forma que su bailarina en escena. “Me pregunté qué pasaría si mi enojo se convirtiera en un gran martillo”, dijo dulcemente frente al público, antes de tocar “Fever” y mostrar exactamente lo que sucedería si ese fuera el caso. El diálogo entre las dos chicas, que a veces bailaban la misma coreografía como en una especie de espejo y otras veces se ignoraban y bailaban en su propio extremo, era una clarísima tensión entre opuestos que en realidad son la misma cosa.
Al final del set, Yaeji sacó su martillo, uno idéntico al de la portada de su disco, rompió su propia cara que cantaba en la pantalla que estuvo detrás de ella durante todo el show y se despidió del público con “Raingurl”, como en una especie de danza para negociar con Tlaloc, que se dejó caer como una lluvia de house y 808s sobre los asistentes del carnaval. A partir de ese momento, el cielo se despejó y la gente empezó a bailar sin poder resistirse a un atardecer que se pondría espectacular.