Sobre las sentencias históricas para dos sacerdotes pederastas en México
Este lunes 9 de abril alrededor de 2.6 millones de estudiantes de nivel preescolar, primaria y secundaria regresaron a clases —al menos en la capital de la República— luego de haber tenido unas reparadoras vacaciones al lado de su familia y amistades durante Semana Santa. Me pregunto cuántos de ellas y ellos regresaron contentos, entusiasmados, motivados... o cuántos volvieron con miedo, ansiedad o incluso, desconfianza. Durante estas celebraciones, miles de católicos conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, hijo de Dios, con una Fiesta Pascual, en la que aproximadamente el 82.7% de la población mexicana, conformada por católicos, pretende acercarse más al prójimo y realizar buenas acciones; practica el perdón y la reconciliación fraterna, dejando atrás el rencor, el odio y la envidia mediante la oración y la reflexión. O simplemente, los días santos se convierten en oportunidades de esparcimiento, distracción o evasión de la realidad…
Mientras la población estaba concentrada en sus cultos religiosos y entretenimientos, una “buena acción” de Pascua resonó con coros angelicales: el Centro Nacional de Comunicación Social A.C, informó a los medios de comunicación que por primera vez en la historia de la justicia mexicana se sancionó a un sacerdote de la iglesia católica por el delito de pederastia. “El sacerdote Carlos López Valdés fue hallado culpable de violación y condenado a 63 años de prisión”, se lee en el comunicado de CENCOS. López Valdés, quien ahora tiene 72 años, abusó sexualmente durante más de una década del entonces menor de edad Jesús Romero Colín, quien ahora tiene 33 años y que nunca desistió de su denuncia contra el sacerdote pederasta hasta conseguir la respuesta del Papa Francisco, quien ofreció disculpas al joven en nombre de la Iglesia Católica. Romero Colín no perdió nunca las esperanzas de que su caso viera la luz de la justicia terrenal —y no sólo la divina— pues insistió a través de cartas dirigidas al retirado Papa Benedicto XVI, quien reaccionó con sorpresa al escándalo desatado entorno al sacerdote Marcial Maciel, fallecido en 2008 a los 87 años, acusado de abusar sexualmente de decenas de menores de edad y de llevar una doble vida con dos mujeres e hijos. Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, nunca fue sancionado judicialmente. Por ello, el caso del clérigo Carlos López Valdés marca un precedente en contra de la impunidad y complicidad de la alta jerarquía católica de encubrir a sacerdotes pederastas.
Otra noticia del mismo corte que trascendió durante Semana Santa fue la del sacerdote Jorge Raúl Villegas Chávez —ex vocero del actual Arzobispo de León, Guanajuato, José Guadalupe Martín Rábago—, sentenciado a 90 años y siete meses de cárcel por pederastia. Al párroco de 50 años de edad se le imputan ademásn de los delitos de abuso sexual (contra dos menores de edad, ambas mujeres), delitos de violación calificada, hostigamiento sexual, abuso sexual, explotación sexual, corrupción de menores, así como operar una red internacional de pornografía infantil. Según la investigación de la revista Proceso (2 de abril de 2018), Villegas Chávez oficiaba misas en el Templo de San Cayetano, adscrito a la diócesis de Irapuato, a pesar de que el sacerdote había sido suspendido del ejercicio sacerdotal por la diócesis de León desde el 2014, además de fungir como confesor y “terapeuta” en el Colegio Católico Atenas de la ciudad de León. Encubierto por el obispo de la diócesis de Irapuato, Jesús Martínez Zepeda —que en un principio dijo desconocer la situación del sacerdote— el caso alcanzó la atención pública gracias a la insistencia de los testimonios de los feligreses y en particular de una madre de familia, quienes informaron al obispo que el sacerdote, además de pederasta, estaba enfrentando un juicio de paternidad al desconocer a su hija y negarse a su manutención. Por lo anterior, fue reubicado por las autoridades de justicia.
Si bien la alta jerarquía de la iglesia católica predica con el ejemplo de la “reconciliación fraterna”, son los feligreses quienes están llevando a cabo prácticas de buenas acciones al denunciar y hacer públicos los delitos sexuales que cometen sus representantes clericales. Es por eso que las sentencias condenatorias dictadas por la Procuraduría General de Justicia son históricas y ejemplares en el delito de pederastia —aunado a otras agravantes— que por años han sido encubiertos, solapados, reservados, omitidos o silenciados por las altas cúpulas católicas, mismas que nos llaman a expiar nuestras culpas en la “Semana Mayor”.
Baste recordar el caso del seminarista Julián Quino Velasco, quien purgó una pena de ocho meses de prisión luego de haber sido acusado de violar a una niña de ocho años, tras la denuncia de su madre Olga Lilia Tovilla Madrigal (junio de 2007, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas). Quino Velasco era seminarista en la Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, donde las niñas tomaban clases de catecismo. Luego de las clases, Julián Quino, de entonces 30 años, solía “elegir” a una niña para ofrecerle regalos con la condición de recogerlos en su casa. Ya instaladas las niñas, eran encerradas en su recámara donde, apartadas, indefensas y en el silencio de la habitación, abusaba sexualmente de ellas. Por fortuna Olga Tovilla, madre de la menor, creyó lo que le contó su hija e interpuso una demanda en la Fiscalía Especializada en Delitos Sexuales. Dos meses después de liberar la orden de aprehensión por delito de abuso sexual, el seminarista huyó a la Ciudad de México. “Las autoridades eclesiásticas lo protegieron trasladándolo a diferentes parroquias de la República para evadir la acción de la justicia (…) su caso representa la prueba fidedigna del método sistemático de protección y encubrimiento a sacerdotes pederastas, utilizado aún por obispos, cardenales y miembros de la jerarquía católica mexicana para evadir la acción de la justicia aún en tiempos del pontificado del Papa Francisco, quien sostiene que hay ‘tolerancia cero’ para los delitos sexuales del clero”, corrobora la periodista San Juana Martínez, quien hizo el seguimiento del caso del entonces seminarista y actual sacerdote.
Y como dice el refrán, “a todo cerdo le llega su San Martín”, el pasado 20 de mayo el sacerdote Julián Quino Velasco, ahora con el nombre de Julián Quintero Velasco, fungía como vicario de la Parroquia de San Luis Obispo, ubicada en plaza Juárez Tlalmanalco, Estado de México. Ahí, abusó sexualmente de una menor de edad. Después de asistir a los retiros espirituales de la parroquia, el clérigo regresó a su modus operandi: encerró en una de las habitaciones de la parroquia a una niña de 11 años. La niña, aún con rastros de la agresión, escapó y pudo llamar por teléfono a su madre. Ambas acudieron a la comandancia municipal para denunciar al sacerdote por los delitos de violación sexual. Días después, el Ministerio Público de Amecameca detuvo al sacerdote por el delito de abuso sexual contra una menor de edad. El caso judicial de la menor es llevado por el abogado Javier Cruz Angulo de la Clínica de Litigio de Interés Público del Centro de Investigaciones y Docencia Económicas, en espera de obtener una sentencia histórica como las aplicadas ya a los sacerdotes Carlos López Valdez y Jorge Raúl Villegas Chávez.
Frente a esta patética realidad, no dejan de dar vueltas en mi cabeza, cual torbellinos, las palabras pronunciadas por Carlos Aguilar Retes, nombrado recientemente Arzobispo Primado de México en sustitución de Norberto Rivera Carrera: “La crisis de la familia propicia casos de pederastia clerical (…) los candidatos al sacerdocio vienen muy pocos de papás, son hijos de madres solteras, padres separados, hasta de orfanatos donde crecieron (…) y está bien, pero los condicionamientos de la madurez humana afectiva están muy débiles, están a veces muy frágiles (…) Si ya de por sí el alcohol producía situaciones de violencia familiar y social ahora con la droga el crecimiento ha sido exponencial (…) La pederastia es una desviación afectiva” (sic). —La Jornada, 30 de marzo 2018.p.6 Sección Política. Perpleja y confundida por tales declaraciones, solo me queda citar a El Quijote: «Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras».
Confieso: soy católica, pero insisto, me hacen mucho ruido las afirmaciones del alto jerarca. Me pregunto entonces, ¿cómo alcanzar la reconciliación fraterna si en nuestros corazones aún existe rencor, odio, envidia y resentimiento? ¿por qué no hacer un ejercicio de autoreflexión sobre nuestros errores y asumir la responsabilidad que nos corresponde cuando sabemos que estamos infringiendo los derechos humanos de las demás personas, de nuestro prójimo? El alivio me lo da lo que una vez mi madre me dijo en vida: “La Iglesia somos todos, somos unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano, teniendo preferencia por los más necesitados”. Necesitamos pues, justicia contra sacerdotes pederastas.
La Red de sobrevivientes de Abuso sexual por Sacerdotes SNAP (por sus siglas en inglés) informó que aún se tienen registrados 540 casos de víctimas de pederastia sacerdotal en México, de los cuales, al menos 15 eran conocidos por el ex arzobispo Norberto Rivera, quien hasta el momento de su retiro guardó silencio al respecto.