“Noise after seven, is pollution”... , nos advertía el casero del departamento en Cranley Gardens #22, situado en la colonia posh de South Kensington. Nosotros, mexicanos de 19 años (en nuestro sabático post-preparatoriano), no habíamos cruzado el Atlántico para que una nueva figura autoritaria nos viniera a poner límites acerca del ruido que podíamos hacer. Salirse de casa de papá y mamá, implica convertirse en un indomable animal de fiesta.
En medio de una improvisada “noche mexicana”, cantábamos el Himno Nacional a pecho abierto: nada más sabroso y catártico que hacerlo lejos del terruño. Poco le importaría nuestro “Síndrome del Jamaicón” a la comisaría local, quienes llegaron a silenciar la fiesta apenas a las 10pm… y ni siquiera habíamos dado el Grito. ¿Cuál era el argumento? “Noise after seven, is pollution”. Tal concepto se repetía como un mantra colectivo: una sociedad industrial que un siglo atrás había vivido en pleno la Revolución Industrial, y que en el presente, sabía valorar el silencio por sobre el sonido causado por las máquinas... y por otros humanos. En la opinión de un bonche de chamacos recién graduados –con patriotismo enardecido y hartas ganas de gritar ¡Viva México!– los ingleses aparecían como una sociedad aburrida y conservadora. Pero en efecto, South Kensington era una zona residencial, y el ruido al anochecer era considerado una falta a la moral: un abuso sobre el derecho que los demás tienen para disfrutar el silencio. Y aunque distamos de lograr que en el DF se logre el silencio sepulcral después de las 7pm (y que la Roma/Condesa se convierta en una inmaculada pieza de porcelana), sí debemos convertir el tema del ruido, el decibelaje y la protección auditiva, en conceptos elementales para mejorar la calidad de vida de quienes la habitamos. El actual debate acerca de las normas en cuanto a los decibeles emitidos en la Ciudad de México, debe ser sólo el inicio de un amplio diálogo acerca del espacio público, la contaminación auditiva y la salud derivada de la exposición de músicos, trabajadores, comensales, público, peatones y ciudadanos en general, a ruido excesivo. El estrés provocado por el ruido, la pérdida auditiva (parcial o total) o un tinnitus (zumbido de por vida en los oídos), no ameritan adquirirse por una noche de tragos y sistemas de sonido que se vuelan los límites de decibeles permitidos.
PS. Aquí un texto más extenso sobre mi propia experiencia con el tinnitus y otro sobre cómo hemos aprendido a cohabitar con el ruido en la ciudad.
Texto escrito para el Publimetro del 18 de agosto del 2014