El perreo será antirracista o no será
Este texto fue publicado originalmente en Publimetro en la columna de Ibero 90.9.
Desde hace al menos una década, el extinto Distrito Federal vío nacer un fenómeno social que espantó a propios y extraños: el perreo. Desde su incursión en la periferia de la ciudad, el reggaetón ha sido víctima de una ola de prejuicios y comentarios violentos que, lejos de parecer una broma de mal gusto, terminan por ser una serie de amenazas que no deben ser normalizadas.
“Deberían de poner una bomba para que se mueran todos” es uno de los comentarios más recurrentes en una nota que hace promoción a un festival de reggaetón publicada por Chilango en su Facebook. Aunado a esto se especula sobre la poca educación de los asistentes a dicho evento además de llamarlo “El planeta de los simios”. En está misma situación se encontró Aleks Syntek al declarar que “El reggaetón viene de los simios” en una entrevista con Adela Micha.
Esta clase de comentarios ya no molesta a los seguidores del reggaetón, quienes hacen oídos sordos, sobre todo ahora, después de que este género musical, incuestionablemente marginal, barrial y negro en sus orígenes, pasó por un “blanqueamiento” previo para lograr entrar en las grandes ligas del pop.
Ahora son mayoría los que a la menor provocación corean “Despacito” o “La Bicicleta”. Así como la ciudad logró la gentrificación de la cumbia, el pulque y el mezcal, el perreo es el último movimiento cultural que se añadió al circuito Roma-Condesa tras ser legitimado por Diplo y Major Lazer. Este productor norteamericano ha sido constantemente señalado por uno de los conceptos más usados en la actualidad: apropiación cultural.
Estos sonidos afroantillanos se han convertido en una mina de oro que está a punto de ser explotada por las feroces garras de la industria de la música. El primer paso está encomendado al gigante de la bachata Romeo Santos, quien se convirtió en el Director del Área Latina de Roc Nation, la disquera del magnate Jay Z.
A pesar de que el reggaetón y el perreo se han convertido en un suceso cada vez más popular, existe un sector de la población, en su mayoría aspiracional a formar parte de una elite social, económica y cultural, que se encuentra sumida en un odio que solo refleja una constante en la sociedad mexicana: el clasismo y el racismo.
Esto no es exclusivo de un ritmo musical, se manifiesta a diario en pequeñas acciones que con el paso del tiempo se han normalizado. Desde los insultos a los taxistas basándose en su nivel educativo, hasta asumir el estatus social de una persona por la zona en la que vive. El reggaetón, que mucho ha sido cuestionado por la misoginia, puede ser el inicio de un debate que debe trascender más allá de un género musical.
Culpar al reggaetón por la violencia de género es muy ingenuo; la música no debe tener la obligación de educar a la gente, mucho menos sentar bases morales. Es momento de romper de una vez por todas con el término “gusto culposo” y comenzar a disfrutar de la música sin tapujo alguno, pero sobre todo, valorar nuestras raíces latinas. Como bien dice Roberto Lange, mejor conocido como Helado Negro, el momento le pertenece a los jóvenes, latinos y orgullosos.