Por Valeria Villalobos Guízar (@vil_va)
No voy a pedirle a nadie que me crea de Juan Pablo Villalobos, ganadora del XXXIV Premio Herralde de Novela, narra la accidentada aventura de un personaje homónimo al autor que pone en riesgo su vida, la de su novia Valentina y la de su familia, por inmiscuirse accidentalmente con una mafia internacional. Juan Pablo está por viajar a Barcelona para realizar un posgrado en Literatura, cuando su primo, un personaje torpe con inclinaciones por los negocios altos y turbios, lo enlaza con El Licenciado y su red criminal que lo obligan a coludirse en misteriosas actividades ilícitas que tanto el personaje como el lector desconocen.
Con una prosa hilarante, Villalobos crea una especie de policial negro del absurdo (tragicómico para quien lo vive y humorístico para quien lo lee) que explora las posibilidades cómicas, fatales y casi surreales del lamentablemente accesible encuentro con la delincuencia hoy en México. A partir de esto, la novela reflexiona sobre de qué es válido reírse y de qué no, y nos recuerda que el carácter mordaz del chiste depende de quién lo cuente.
En No voy a pedirle a nadie que me crea se nos presentan personajes, a su manera, entrañables: Laia una ingenua lesbiana cuyo padre está inmiscuido con la mafia, un okupa italiano sospechoso, varios peligrosos mafiosos entre los que destacan "El Chino" y "El Chucky", quien, por cierto, es un notable egresado del MIT; una policía pelirroja también llamada Laia, que busca ayudar a Valentina, la novia semi-indigente de Juan Pablo; un argentino impertinente que funge como casero del protagonista y su hija pequeña que tiene un interés particular en Pizarnik; Viridiana, un perro que habla, y la folclórica madre mexicana del protagonista con prejuicios clasemedieros, entre otros. Los personajes criminales, que paulatinamente comienzan a emerger por doquier, hacen que el lector, como los personajes, comience a sospechar de todos y se sume a la cadena de persecución en la que nadie sabe qué ni a quién persiguen.
La organización criminal, que preside un enigmático personaje, se infiltra en todos los aspectos de la vida de Juan Pablo, ellos dirigen su vida profesional e íntima: eligen el tema de su tesis doctoral, dónde vive, quién es su novia. Pertinente correlato con el turbulento presente de nuestro país, en donde la delincuencia organizada elige dónde, cuándo y cómo hacemos lo que hacemos.
La nueva obra de Villalobos juega también con la metaficcionalidad; más allá de la afortunada hibridación de géneros y la descronologización de las cartas póstumas que llenan el libro de ironía, hacia el final de la novela, el autor sugiere a Juan Pablo como el verdadero hacedor de las dificultades de los personajes. Esta posibilidad fomenta la ridiculización de la supuesta superioridad moral del literato y promueve la meditación, constantemente aludida en la novela, sobre la utilidad de las Letras.
A pesar de esto, el epílogo abrirá otra lectura, una más pesimista, más trágica.
En No voy a pedirle a nadie que me crea, Juan Pablo Villalobos, retomando a Lacan, se cuestiona: ¿hoy la verdad tiene estructura de ficción o la ficción tiene estructura de verdad?.