Nada que celebrar #NiUnaMenos

“I will not have my life narrowed down. I will not bow down to somebody else's whim or to someone else's ignorance.”

—bell hooks

El 15 de septiembre del 2017, México recibió la noticia de un feminicidio más. El gobernador de Puebla confirmó el asesinato de Mara Castilla, una joven de 19 años de edad, a manos de un chofer de la compañía Cabify. Su asesinato se confirmó tras 8 días desaparecida.

Usualmente, cuando es época de fiestas patrias, se escucha a algunas personas profundamente insatisfechas con el país decir que “no hay nada que celebrar”. No se toman estas declaraciones en serio— se califica a quien lo dice de “chairo,” “malinchista,” o “inconforme.” Pero este 15 de septiembre, el “no hay nada que celebrar” fue muy cercano a muchos mexicanxs, en particular a la población femenina. ¿Cómo se va a celebrar a un país en el cual las vidas de las mujeres constantemente corren peligro? ¿Qué hay que celebrar si, la cotidianeidad de este país significa que las mujeres reciben microagresiones por parte de una sociedad fuertemente patriarcal?

La noticia de un feminicidio despierta en la población una diversidad de sentimientos. No obstante, el que prevalece suele ser el enojo y, en el caso de la población afectada, la impotencia. Asimismo, aunado al clamor del enojo hay respuestas de parte de quienes no creen que hay justificación para ello. Nunca falta quien acuse de feminazis a las mujeres que levantan la voz frente a un abuso, agresión, violación o feminicidio. Se desacredita a lxs feministxs con términos espantosos; lxs equiparan con un grupo intolerante y supremacista, que perpetró el genocidio más atroz del siglo XX. Pero exigir libertad, seguridad y derechos no es ni remotamente comparable al fascismo. Y como con todas estas manifestaciones de violencia, no tienen por qué aguantarse.

Las mujeres en este país deben tomar medidas drásticas para cuidarse. A la mujer le dicen: no tomes transporte público, no camines en el sentido de los carros, no aceptes bebidas en bares y antros que no abran frente a ti, no camines sola sin un acompañante masculino, no esto y no lo otro. Desde pequeñas se les van engranando estas ideas. Llega una edad en que a las niñas, en lugar de hablar sobre cuerpo y sexualidad, les tienen que enseñar que esta sociedad constantemente va a intentar violar esa sexualidad y que su integridad siempre va a correr peligro. Desde muy chicas se les instaura la idea de que hay que desconfiar de los hombres. Queda implícito, con todo esto, que a la mujer, por sí misma, no se le respeta. Por el contrario, el que recibe el respeto es el hombre, y, por extensión, la mujer. Por ejemplo, un hombre respetará más los deseos de una mujer cuando declara que tiene novio. Si una mujer quiere quitarse a un hombre de encima, le dice que tiene novio y va a respetar el hecho de que ella le “pertenezca” a otro hombre y no tanto su deseo de ser dejada en paz.

La mujeres crecen sabiendo que desde el día que les llega la pubertad y empiezan a desarrollar un cuerpo femenino, que éste debe ser escondido. Un par de senos son para ser disfrazados con capas de ropa, porque salir a la calle escotada significaría estar pidiendo, casi a gritos una violación. Es, de parte del cuerpo, una solicitud que abre la puerta a recibir gritos obscenos y ser vista como un objeto de deseo sexual. Desde el día en que el cuerpo de una niña se convierte en cuerpo de mujer, su vida queda profundamente devaluada. Se desvaloriza el cuerpo femenino y, por ende, las vidas de las mujeres dejan de importar. Pero sobre todas estas agresiones, lo más importante es recordar que el cuerpo de la mujer está necesariamente ligado a una vida y que esa vida constituye a un ser humano cuya vida debe ser tan valiosa como la de otro.

Todos los días, las mujeres en México deben salir a la calle cargando sobre sus hombros todo el peso del patriarcado. Es un peso insoportable. Cargan con el peligro, la inseguridad, los piropos, la violentación de sus personas y sobre todo, la culpa de haber nacido mujeres. Porque ser mujer es una maldición— ya sea que se haya nacido así o sea por elección propia. Ninguna se salva. Pero, así como nacen con la maldición de ser mujer, también nacen con voces propias. Y cada unx puede levantar su voz, expresar todo el enojo que contienen, y estas voces no serán calladas hasta el día que se las deje de asesinar.

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Faltan palabras