Foto: Berenice Rivera. Cortesía de Indie Rocks!

Por José Luis Rangel

Todo ha sido muy complicado este último año. Ir a un concierto en medio de esta corriente de tiempo dilatado se siente, de alguna manera, recalcitrante, como si fuera innecesario suspender el tiempo dentro del foro, mientras que afuera el tiempo ya circula en cien direcciones contrarias. Sin embargo, el martes en el Foro Indie Rocks! la vida se sentía casi normal por momentos. Poco intuíamos que esta dilación sería el escenario ideal para el ejercicio mental que estábamos a punto de experimentar.

Primero, fue el acto inaugural de Concepción Huerta. Ya habíamos constatado una significativa evolución de su lenguaje con el lanzamiento de Memorias Suspendidas, en colaboración con José Orozco Mora, y su set en el IR! no hizo más que confirmarlo.

Memorias Suspendidas se plantea como la cristalización de un mundo alterno (¿anterior?) en el que ambas artistas desarrollan un código común para comunicarse. En vivo, esto cobra una dimensión misteriosa: la música de Concepción Huerta suena cada vez más articulada, como un discurso que debería ser inmediatamente comprensible pero que, sin embargo, parece hablarnos en otro idioma; uno que se pronuncia con una vocalización casi idéntica a nuestra lengua. Disfrutable, pero no por ello menos retador. Los engranajes de la mente estaban en marcha. Pronto les seguirían los del corazón.

Mabe Fratti subió al escenario con su chelo, acompañada de Fer Franco en los sintetizadores y Hector T. en la guitarra eléctrica. Esto más adelante se tornaría crucial. La música de Mabe, desde su primer lanzamiento en solitario, ha sido un acto de especulación intelectual. La posibilidad de hacer algo con sentido. La posibilidad de encontrar un lugar al cual ir a crecer. Más recientemente, la posibilidad de poder entendernos de forma completa y sin mediaciones. Este último ejercicio meditativo pareció esa noche ponerse en práctica para desafiar la comunicación entre las tres músicas. Por lo pronto, empezaban a tocar “Nadie Sabe”, una de las canciones de su nuevo disco Será que ahora podremos entendernos.

Dispersos como estábamos, concebir una comunión como la que imaginaba Mabe se tornaba a la vez aterrador y atractivo. Terminada la primera canción, sucedió algo milagroso. El poder improvisatorio de Mabe se unía a la improvisación talentosa de Hector T. en un diálogo escalofriante, sobrecogedor, inolvidable.

La improvisación no es del todo diferente al movimiento de la mente entre las ideas. Por cada punto A existe un punto B y una infinidad de caminos para llegar de uno a otro, siendo el más interesante el que sigue una trayectoria pendular, de A a B y de regreso. Así es un poco la música de Mabe Fratti, guiada, claro, por su voz que a menudo desdibuja las palabras hasta convertirlas en un dron; y como complemento un chelo a menudo sumergido en delay que inevitablemente nos remite a Arthur Russel y Oliver Coates.

Esa noche Mabe tocó casi todo el disco, puntuado por dos canciones anteriores. La primera, la igualmente especulativa “Creo Que Puedo Hacer Algo”. Poco a poco, la guitarra de Hector bajaba la intensidad de su ruido para volverse más un acompañamiento rítmico al chelo de Mabe.

El set terminaba con dos canciones con estructuras más reconocibles y beats electrónicos programados por Fer. Electrizada, la audiencia huyó del recinto en cuanto acabó el concierto.

Reflexionar, imaginar, son ejercicios situados en las antípodas del hacer. Sin embargo, no es descabellado pensar que el pensar se pueda concretar en un acto que siga el mismo movimiento que la mente entre las ideas. Eso mismo sucedió esa noche en el concierto de Mabe Fratti: una meditación que nos proyectó hacia el acto, hacia la posibilidad de llegar a un lugar donde crecer.

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