La epilepsia y el cuadro depresivo mayor en Ian Kevin Curtis terminaron el 18 de mayo de 1980. Hoy hace 35 años, el joven poeta de 23 años silenció su voz barítono con una soga al cuello en la cocina de una casa ubicada en el número 77 de Barton Street, Macclesfield, Inglaterra. Así comenzó la era del post-punk.
Curtis nació el 15 de julio de 1956 en Stretford, una pequeña localidad a 6 kilómetros de la polifacética Manchester. Fue un lector asiduo de Kafka y un escucha profundo de The Velvet Underground. Durante un tiempo trabajó en una tienda de discos y, también, se desempeñó como funcionario público, labor que odiaba.
En 1976, durante un concierto de The Sex Pistols conoció a Peter Hook (bajista) y a Bernard Sumner (guitarrista) con quienes formaría la banda Warsaw. Poco tiempo después se sumó Stephen Morris (baterista) al proyecto. En 1979, ya como Joy Division, lanzaron su primer álbum seminal Unknown Pleasures.
El sonido oscuro y depresivo de la banda era un reflejo de la existencia misma del frontman. Curtis escribía versos de dolor, melancolía y alienación; su interpretación en voz grave y sus constantes ataques epilépticos durante los actos en vivo sorprendían a todo el mundo -incluso a él mismo.
Ian, ser de conflictos internos, se suicidó durante el proceso de su divorcio, a un par de meses de cumplir los 24 años; con Closer, su segundo material, en postproducción; y a días de arrancar la gira por los Estados Unidos.
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La doctora Julia Palacios comenta que “Ian Curtis fue un genio incomprendido, incomprendido por él mismo. No pudo trascender su exceso de creatividad, mismo que provenía de la angustia que logró canalizar durante un tiempo; pero que, al final, terminó por consumirlo. Nos dejó música para recordarlo; tres décadas y media después podemos seguir revalorando ese legado. Se le extraña”.