La nube que te sigue a todos lados

[Escribo en mi iPad, mientras oigo "One day like this" de Elbow. Son las 9 am, es domingo y tomo café]. Tras tener algunas discusiones en la oficina, esbozar algunas ideas en dos o tres tweets y devorar algunos podcasts sobre Big Data, escribo y les comparto algunas de mis notas e inquietudes sobre el elefante más incómodo, aunque el menos pesado, de la sala: "The cloud".

1. La nube, fenómeno informático (IT) y no meteorológico, hace que todos los días sean nublados (from dusk till dawn). Notas, contactos, apuntes, mensajes, selfies, docs., ePubs., son el aglomerado de partículas que producimos cada día; charcos (kb), riachuelos (mb) y mares de información (gb) que se sincronizan y se condensan de forma automática en la nube, red invisible de datos que nos sigue a todos lados. Digo, son las 9 am, el mundo todavía no sabe que he despertado (no views en mi instastory), y seguramente ya produje al menos varios mb de información. Esta sobreproducción de datos deriva en una versión más o menos completa de nosotros mismos y de nuestro mundo.

2. Todo en la nube prevalece. Te roban la computadora, cambias de celular o accedes a tu cuenta del otro lado del Atlántico y todo, absolutamente todo, sigue ahí, en su última versión (last sync, domingo, 9:28 am) y en las quince más que le precedieron. Como al interior de un hipogeo, esta información queda preservada en un sarcófago que, como los huesos de un faraón egipcio, prevalecerán y serán huella o rastro de nuestras idas al cine, entregas finales, tweets, posteos, trayectos en Uber, preferencias musicales, conversaciones personales y obsesiones nocturnas. La diferencia ahora está en que no son los restos de nuestro cuerpo los que nos sobreviven, sino los datos que hora por hora nutren de manera caudalosa la nube que nos sigue a todos lados. El archivo, rastro y muestra de nuestra existencia, excede nuestro circulo vital y nos releva al construir una identidad propia que, incluso después de nuestra muerte, sigue activa reproduciéndose y replicándose a través de cada share, retweet, follow y download. 

3. Las partículas que componen la nube, in-quietas e in-pacientes por ser descargadas, compartidas o traspapeladas, son la expresión más completa del desdoblamiento de nuestro mundo, como ante un espejo, en unos y ceros (01001). Nuestro yo virtual a partir del search de Google, el tecleo en nuestra computadora y la opulente omnipresencia de nuestro celular, se alimenta de forma autofaga de nuestras obsesiones y el singular, pero no particular, estilo de vida de cada uno de nosotros. La nube, en la producción y consumo constante de datos, se vuelve un yo virtual que construye paulatinamente su rostro al convertirse en un cúmulo de información (contraseñas, ubicaciones, horarios) que de forma inabarcable y ominosa, se define y se moldea con cada click o slide.

El término, ahora tan noventero, de la World Wide Web (WWW) cobra un nuevo sentido. El mundo virtual ya no se da solo como una red o telaraña de conexiones hipervinculadas, sino a través de la absoluta dispersión de moléculas que, en su congregación, forman un organismo relativamente público y relativamente privado que flota sobre nuestras cabezas a cada paso, a cada sorbo de café e incluso a cada estruendoso ronquido. Este ente particular, el hermano siamés de cada uno de nosotros, es el cerebro, la meta-mente, de cada meta-yo, de cada meta-mundo.

[El pronóstico del clima es uno de un día lluvioso. Son las 10:20 am y escucho "Cherry Hearts"  de The Shins].

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