La distancia entre Medellín y Bogotá es de 444 kilómetros (casi lo mismo que hay entre México DF y San Luis Potosí). Y mientras el vuelo entre las 2 ciudades más importantes de Colombia ocurre en un suspiro de 45 minutos, el traslado por carretera es mucho más arduo, con 8 horas y media de camino a través de sinuosas topografías. La misma situación ocurre entre Panamá y Colombia: ambas capitales están separadas por 800 kilómetros de distancia y un vuelo de menos de 2 horas. Sin embargo, resulta imposible conectar a ambos nodos comerciales por vía terrestre debido a una zona selvática conocida como “El tapón de Darién” justo en donde Centroamérica entronca con Sudamérica. Tan espeso es el paso, que éste es el único lugar en donde se interrumpe la carretera Panamericana.
Ya Londres y París quedaron unidas por un tren –que por milagros de la tecnología y la industria– conecta a ambas ciudades por un túnel debajo del Canal de la Mancha: Todo es posible para atravesar barreras físicas, ¿pero qué hay de las psicológicas?
No importa si México, DF está a 2 horas en avión de la capital de Guatemala: la percepción de lejanía es como si nuestros vecinos estuvieran en otro continente... aquella separación reiterada en la Primaria nos asegura que México queda en Norteamérica y Guatemala, en Centroamérica, como si se pensara en 2 regiones muy distintas: vaya rompimiento de convenciones, el que ocurre cada vez un músico británico –pisando suelo azteca– se congratula ante el público por visitar al fin lo que él entiende como Sudamérica (pasó con los Maccabees en el Corona Capital).
Musicalmente, un artista indie chilango aspiraría a conseguir un showcase en el festival SXSW de Austin, Texas, para mostrar su talento ante críticos, promotores y gente de la industria estadounidense (que no se presentarán a dicho show, por estar ocupados viendo a algún nuevo artista “buzz” anglosajón, laureado por algún blog hipster gringo).
La semana pasada visité Colombia para asistir al festival Circulart: un foro con propósitos similares al SXSW, es decir, escaparates de artistas, encuentro de periodistas musicales, promotores y programadores de conciertos. En Circulart atestigüé cómo los emergentes Juan Cirerol y Carla Morrison –apoyados por Discos Intolerancia para distribuirse en Colombia– eran recibidos con brazos abiertos y oídos dispuestos. Y visceversa, escuché con curiosidad y descubrí actos como Esteman, Los Pirañas y Alcolyricos, a la vez de comprobar el indiscutible carisma de Bomba Estéreo, Monsieur Periné, Puerto Candelaria y Ondatrópica.
Medellín, Colombia no queda más lejos del DF de lo que está Austin, Texas: es cuestión de percepción. Probablemente estamos más cerca, pero aún no nos quitamos los tapones de los oídos y el desdén hacia aquello que proviene de Chiapas para abajo.
Texto originalmente escrito para Publimetro, el 9 de noviembre del 2012.