(EMI/Virgin, 2010) Massive Attack es sinónimo de reinvención musical. Desde hace diecinueve años, el conjunto de Bristol ha modificado su estilo musical hasta llegar a lo sublime bajo el credo de “evitar lo obvio”. Para 2010, el (ahora) dúo regresa con Heligoland para esquivar una vez más los convencionalismos que su reputación como “padres deltrip hop” les impone desde 1991; sin embargo, en esta carrera llena de momentos lúcidos han podido caer también en estancamientos o falta de comprensión por parte de la “crítica especializada”.
En el sentido estricto de la palabra, Massive Attack ha trazado una sola línea en cada uno de sus álbumes: la fusión de soul y hip hop en Blue Lines (1991), la electrónica ambiental chill en Protection (1994) y la perversa revisión de new wave ochentero con potentes guitarras de Mezzanine (1998). Incluso los dejos minimalistas en 100th Window(2003) dejan ver a un conjunto que se renueva pese a los conflictos internos y el inevitable paso del tiempo. Sin caer necesariamente en el álbum conceptual, los de Bristol han sabido darle unidad y congruencia a sus trabajos desde el primer boceto.
En esta línea, Heligoland es una obra completa dedicada a la sutileza, el abandono y la introspección. Una decena de canciones que respetan el reduccionismo estético en la música del dúo y que justifican una ausencia discográfica de siete años. A diferencia de los álbumes anteriores –donde había un vocalista colaborador protagónico-, la proliferación de sabores vocales a lo largo del trabajo enriquecen la diversidad auditiva en un trabajo que si no se escucha con el cuidado (o momento) apropiado, puede parecer monótono.
El quinto estudio del par de productores homenajea la ansiedad, desesperación e impotencia, hasta hacerlas parecer pequeños instantes de belleza en la emoción humana. Desde su apertura, nos abruma con la pesadumbre de “Pray for Rain” que -acompañada de la voz de Tunde Adebimpe (TV on the Radio)- se extiende por casi siete minutos de crescendos entumecidos y un esperanzador cambio drástico, mismo que regresa al punto de origen con la invocación a “rezar por la lluvia”. La elegancia vocal de Martina Topley-Bird nos lleva de la mano a través de los momentos de mayor intensidad en “Babel” y la encantadora angustia de “Psyche”. El versátil Damon Albarn evoca a Thom Yorke con los lamentos desoladores de “Saturday Come Slow”, mientras que Hope Sandoval (ex Mazzy Star) acompaña el climático y amoroso pecado relatado en “Paradise Circus”.
Fiel a la costumbre de Massive Attack, el sonsonete distintivo de Horace Andy aparece en un par de canciones de la placa: “Girl I Love You” y “Splitting the Atom”. Esta última nombró al EP que lanzaron en septiembre de 2009 y trazó el rumbo de la espera hacia el archipiélago musical de Heligoland; mientras que la primera recordó la contundencia e hipnotizante capacidad del grupo por cautivar a sus escuchas. Aunque todos estos ejemplos son momentos “predecibles” en el sonido del dúo, “Flat of the Blade” con la voz de Guy Garvey (Elbow) rompe la armonía del álbum con electrónica atonal y sonidos alusivos a computadoras de manzana. Es ahí cuando se genera la confusión emocional de la que sólo los más fieles al credo de la reinvención se podrán recuperar.
La pregunta de fondo recae en la vigencia de esta búsqueda de belleza poco convencional. En tiempos donde predominan el tributo a la pista de baile y las melodías fáciles, parece que el discurso de Massive Attack no es bien recibido y su trabajo actual no se equipara a la innovación que les distinguió de 1991 a 1998. Aunque el método de elaboración es tan perfeccionista como la discografía previa, el mapa trazado hasta Heligoland no permitirá que todos descubran su riqueza.